Martín
del Barco Centenera y el nombre Argentina
NOTAS
EN ESTA SECCION
Origen del nombre
Argentina |
Martín del Barco Centenera, por
Enrique Peña (1912)
La doble lectura de La Argentina de Martín
del Barco Centenera en Juan María Gutiérrez, por Graciela Maturo
Las Crónicas Rioplatenses y el
juicio ético de la conquista, por Graciela Maturro |
La Argentina, Canto I
ENLACE RELACIONADO
La Argentina. lectura online, versión modernizada
LECTURA RECOMENDADA
En torno a Las Argentina, por Silvia
Tieffemberg y Rosalva Campra, en Los excéntricos de Noé Jitrik
Martín Del Barco Centenera - La Argentina y la
conquista del Río de la Plata
Martín del Barco Centenera - La Argentina - Versión facsimilar |
Juan de Garay - Fundación de
Buenos Aires y otros documentos


 Origen
del nombre Argentina
[Martín del Barco Centenera, parte del Monumento
a España, en Puerto Madero, Buenos Aires]
La palabra "Argentina" proviene del latín argentum (plata). Ya desde
las épocas de Pedro de Mendoza para referirse a la región del Río de
la Plata, se utilizaron los nombres de Gobernación del Río de la Plata
y Provincias del Río de la Plata. En 1776 el nombre del territorio se
oficializó como Virreinato del Río de la Plata.
El río que da su nombre al virreinato, es el que en 1516 Juan Díaz de
Solís denominó Mar Dulce, llamado también Río de Santa María y Río de
Solís. Los portugueses lo denominaban Rio da Prata a causa de los rumores
que postulaban la existencia de metales preciosos, y que finalmente
se impuso como Río de la Plata.
La latinización del nombre apareció en 1602, cuando Martín del Barco
Centenera, miembro de la expedición de Juan Ortiz de Zárate, imitando
a Ercilla con su La Araucana, publicó un largo poema de la historia
del Río de la Plata y de los reinos del Perú, Tucumán y del Estado del
Brasil, bajo el título La Argentina, en el que se denomina al territorio
del Río de la Plata como El Argentino.
Un proceso
linguístico similar había sido utilizado antes, a mediados del siglo
XVI, en el Alto Perú, para denominar a la Ciudad de la Plata de la Nueva
Toledo, también llamada Charcas o Chuquisaca, como Ciudad de Argentina.
Así figura en los textos del Capítulo General de la Orden Franciscana,
celebrado en Valladolid en 1565.
Entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX el poeta Manuel José
de Lavardén incluyó el adjetivo "argentina" en su obra, y desde el periódico
El Telégrafo Mercantil se expandió el adjetivo "argentino" para referirse
a todo lo relacionado con el Río de la Plata o la ciudad de Buenos Aires,
apareciendo en la obra de Vicente López y Planes Triunfo Argentino,
así como en el texto de la Marcha Patriótica.
El nombre de Argentina sin embargo, no se utilizó en los comienzos de
la etapa independentista, figurando en cambio Provincias del Río de
la Plata para la Primera Junta; Provincias Unidas del Río de la Plata
en 1811 y en la Asamblea de 1813; y Provincias Unidas en Sud América
para el Congreso de 1816, aunque este congreso utilizó la variante Provincias
Unidas en Sud América al sancionar la Constitución de 1819.
El Congreso de 1824 la denominó Provincias Unidas del Río de la Plata
en Sudamérica, Nación Argentina, República Argentina y Argentina, en
la constitución sancionada el 24 de diciembre de 1826 la Constitución
de la República Argentina; aunque por su carácter unitario la Constitución
de 1826 nunca entró en vigor, sentó el precedente del término, que aparecería
en todos los bocetos subsiguientes.
Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se emplearon entre otros
los nombres de Confederación Argentina, Estados Unidos de la República
Argentina, República de la Confederación Argentina y Federación Argentina.
El nombre oficial del país es República Argentina. Por elipsis del sustantivo
"República", suele decirse, correctamente, la Argentina. Sin embargo,
está muy extendido el uso sin el artículo "la", de manera que de hecho
el nombre suele expresarse simplemente como “Argentina”.
La Constitución de 1853 se sancionó en nombre del pueblo de la Confederación
Argentina, pero la Convención Nacional de Santa Fe modificó el texto
constitucional promulgándolo el 1º de Octubre de 1860, donde se cambió
el término Confederación por Nación, y Provincias Confederadas por Provincias;
se agregó además un nuevo artículo, el número 35, que dice: "Las denominaciones
adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber, Provincias
Unidas del Río de la Plata, República Argentina, Confederación Argentina,
serán en adelante nombres oficiales indistintos para la designación
del gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras
Nación Argentina en la formación y sanción de las Leyes"
El 8 de octubre de 1860 en la ciudad de Paraná, el presidente Derqui
decretó que "siendo conveniente a este respecto establecer la uniformidad
en los actos administrativos, el Gobierno ha venido a acordar que para
todos estos actos se use la denominación República Argentina".
Desde 1860 el General Mitre utilizó el nombre de Presidente de la República
Argentina, quedando fijado desde entonces definitivamente el nombre
con el que se reconocería mundialmente a este país. [Fuente: Wikipedia]
  Martín
del Barco Centenera
[ Monumento
a Pedro de Mendoza, fundador de Buenos Aires, en Parque Lezama, Buenos Aires]
Apuntes bio-bibliográficos
Por Enrique Peña (1912)
Advertencia
La Junta de Historia y Numismática Americana, en una de sus últimas
sesiones del año próximo pasado, resolvió se publicara, como V volumen
de su Biblioteca, una edición facsimilar de La Argentina, escrita por
el Arcediano don Martín del Barco Centenera, e impreso en Lisboa en
1602, agregando que esta publicación fuese precedida del estudio que
de dicho libro hizo el doctor don Juan María Gutiérrez, y que vio la
luz en los tomos 6, 7 y 12 de la Revista del Río de la Plata.
Dispuso así mismo la Junta, que encabezara el volumen, una biografía
del autor y una bibliografía del libro, encargándome de su redacción,
dejando para más adelante el estudio crítico-histórico del Poema de
Centenera.
A pesar de mis excusas para aceptar tan honroso encargo, dado que no
conocía suficientemente el personaje, tuve al fin que someterme a la
voluntad de la Junta. [X]
La vida del Arcediano, aparte de las noticias que consigna en su Poema,
es bien difícil de trazar, tanto por la falta de documentos emanados
del propio Centenera, como porque rarísima vez se le menciona en los
escritos dejados por sus contemporáneos.
Esta escasez de fuentes de información para escribir su biografía, me
obligarán a dejar lagunas en la cronología de los hechos, lo que no
llamará ciertamente la atención, tratándose de un personaje secundario,
cuando lo propio acontece al pretender biografiar los jefes de la conquista.
Teniendo en cuenta la deficiencia que acabo de indicar, doy a conocer
las noticias recogidas, que he tratado en lo posible de documentar.
[XI]
Apuntes bio-bibliográficos
Don Martín Barco de Centenera nació en Logrosán, en Extremadura (1),
en 1535 (2). Se ignora quiénes fueron sus padres (3), pero lo que sí
se sabe es que tenía un hermano llamado Sebastián García (4), para quien
pidió, antes de su salida de España, la plaza de Alguacil mayor del
pueblo que Ortiz de Zárate proyectaba fundar en [XII] San Gabriel. También
hay noticias de que tenía un tío, clérigo, llamado Mathías de Rivero
(5).
Centenera hizo sus estudios en Salamanca, y allí obtuvo el título de
licenciado en teología; así al menos lo afirma Hernando de Montalvo,
al declarar en la Información levantada en esta ciudad en 1593, agregando
que él vio el título dos o tres veces.
Deseando
comprobar la afirmación de Montalvo, me dirigí al sabio Rector de aquella
Universidad, pidiéndole me hiciera saber si realmente allí había hecho
Centenera sus estudios. El señor Unamuno, con toda gentileza, me contestó
(6) que, después de una prolija revisación de los antiguos libros, no
había encontrado en ellos el nombre de don Martín Barco de Centenera.
Cuando Juan Ortiz de Zárate preparaba la expedición para dirigirse al
Río de la Plata, hallándose en Madrid nuestro biografiado, se alistó
entre los expedicionarios, consiguiendo del Consejo de Indias (7), que
se le diese el título de Arcediano de la Iglesia del Paraguay (8).
 Cronistas
del Río de la Plata
Selección y prólogo: Horacio Jorge Becco
Edición Biblioteca Ayacucho, Gobierno de Venezuela
ISBN: 980-276-257-1
En un territorio de unos tres millones de kilómetros cuadrados
tuvo lugar el proceso de conquista y colonización de lo
que hoy es Argentina, Uruguay, Paraguay y sur de Brasil.
Lo domina el estuario del Río de la Plata y los inmensos
ríos Paraná, Paraguay y Uruguay. Los viajeros buscaban una
vía que los comunicara con el Océano Pacífico, después un
nuevo camino hacia las riquezas del Perú, además de estar
en pugna con los portugueses. Se instalaron y fracasaron
en Buenos Aires, tuvieron mejor suerte en La Asunción, que
convertirán en eje de sus expediciones. Se encontraron con
hombres singulares como los guaraníes, terribles por practicar
la antropofagia ritual, y otras muchas naciones indígenas.
Hallaron plantas y animales desconocidos, algunos espantosos.
Este volumen, primero de una serie, recoge los principales
momentos de ese proceso contado por los historiadores del
momento o por los propios protagonistas de las hazañas.
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Son conocidas
las grandes dificultades con que tropezó Ortiz de Zárate para cumplir
las obligaciones [XIII] que se impusiera, al firmar las capitulaciones
datadas en Madrid el 16 de julio de 1569. Las demoras en zarpar la expedición
fueron tantas, que Felipe II mandó, en 1572, a los oficiales de la Casa
de Contratación, que no dejaran partir la armada de Ortiz de Zárate
«por la negligencia que había tenido en su proveimiento y que había
dejado pasar el tiempo para su salida»; ordenando, a la par, «que se
le embargasen los navíos, artillería y bastimentos hasta que otra cosa
se disponga (9).
Esta Real disposición aunque esperada, dado que hacía ya más de dos
años que se habían firmado las capitulaciones, puso en serios aprietos,
no solo a Ortiz de Zárate, sino a los encargados o capitanes que habían
reclutado los soldados y pobladores para la jornada, pues algunos de
ellos se encontraban ya en el puerto de embarque.
Entre los que esperaban la salida de la armada, se hallaban muchas personas
de distinción, como por ejemplo, Francisco de Ortiz Vergara, que durante
nueve años había desempeñado el gobierno del Paraguay; Hernando de Montalvo,
que traía el título de Tesorero de San Francisco y Santi-Spíritus, don
Martín Barco de Centenera, que, según queda dicho, venía como Arcediano
de la Iglesia de la Asunción, y muchos otros. [XIV]
Existe en el archivo de Indias, un documento con el encabezamiento.
«Razón de las personas que al presente en esta Corte están para ir al
Río de la Plata», firmado Martín de Centenera, no tiene fecha, pero
dice: «ayer 20 de junio se juntaron en mi posada los soldados de Francisco
del Pueyo de Alfaro»; lo que me induce a creer que fue en 1571.
En esta reseña se dan los nombres de los soldados que allí se reunieron,
especificando, en algunos, el oficio o habilidad que tenían; como por
ejemplo: al mencionar a Juan Andrés de Mendoza dice: «es hábil en la
música»; de Lorenzo de Salas, que «es un buen escribano etc.».
En este mismo documento se consignan los nombres de algunos de los designados
como Capitanes por Ortiz de Zárate. Habla de un hermano que tiene en
Logrosán, y a quien ya me he referido, el que había juntado y llevado
a Sevilla, veinte hombres, y afirma que temía que el Adelantado no quisiera
recibir tanta gente. Finalmente dice, que «está en Sevilla el Bachiller
Cabañas de Hinojosa, de Logrosán, clérigo muy hábil, así como muchos
soldados y algunos otros clérigos que no se embarcarán por pedirles
mucho dinero» (10).
Las noticias referentes a la Iglesia del Paraguay, [XV] que da el Arcediano,
en carta al Consejo (11) antes de la partida, le fueron suministradas,
sin duda alguna, por Ortiz de Vergara, que conocía muy bien lo que pasaba
en el Río de la Plata por haber gobernado la Provincia.
Dice Centenera, que estando proveído por Deán Francisco González Paniagua,
y él por Arcediano, en reemplazo de Juan de Robles, que no fue, convenía
se nombraran para las otras dignidades del Cabildo a Luis de Miranda
(12), a Alfonso de Segovia (13), al Bachiller Martínez (14) y a Francisco
de Escalera (15), que, aparte de ser sacerdotes doctos, y de buena vida,
hacía mucho tiempo que residían en la tierra; agregando que «se manden
clérigos para las ciudades que se han de fundar, porque los que allí
están no habían de querer dejar sus puestos sin tener acrecentamientos
y viendo «ventajas». También añade, que, según le participa Vergara,
al presente había en la Asunción cuatro beneficiados y dos curas; pero
como el Consejo había nombrado [XVI] solamente dos dignidades, le hacía
saber que hay congrua para sostener cuatro.
Salta a primera vista lo improcedente de la propuesta. ¿Cómo se atrevía
a hacer tales indicaciones, una persona que no había estado nunca en
el Paraguay, que no se había movido de España, indicando a tan alta
autoridad, cómo se debía constituir el Cabildo Eclesiástico, y la necesidad
de que en los nuevos pueblos que se fundaran hubiese curas? El Consejo
mandaría al Archivo, por considerarla, sin duda, impertinente, la carta
de Centenera, ya que ninguna resolución recayó sobre ella.
La Armada de Ortiz de Zárate se hizo definitivamente a la vela en octubre
de 1572. La formaban cinco buques (16) que conducían, entre pobladores
y soldados, cuatrocientas treinta y tres personas (17), sin contar los
marineros que tripulaban las embarcaciones. Como piloto mayor venía
Pedro Díaz, y como alférez general Diego Ortiz de Mendieta, que más
tarde hemos de encontrar gobernando la Provincia.
Hicieron puerto en la Gomera, de donde desertaron algunos soldados y
marineros, como también dos frailes, según dice Centenera en [VXII]
una carta que escribió al Consejo desde San Vicente. En esta misma carta
(18) anuncia que ha escrito otra desde el primero de los puertos citados,
pero ésta no se ha encontrado hasta ahora en los archivos españoles.
Cuenta el Arcediano, en la comunicación a que acabo de referirme, que
los pilotos eran tan poco prácticos que anduvieron de isla en isla sin
conocer la tierra donde se dirigían; agregando que era tal el desagrado
de los expedicionarios, que si se les hubiera permitido se hubiesen
quedado en Cabo Verde. Como dato curioso merece recordarse, que el Adelantado
adquirió allí 30 vacas, que aunque pequeñas, sólo costaron 20 reales
cada una, habiéndolas repartido entre sus naves. Cargó también leña
y agua. Todo esto lo afirma el mismo Centenera, como agrega que algunos
de los pasajeros vendieron sus ropas, a fin de adquirir provisiones
para el viaje.
El 7 de enero de 1573 salió la Armada de la Isla de Cabo Verde, poniendo
proa al Sur, navegando, sin novedad, hasta al altura del Cabo Frío,
donde se desencadenó un furioso temporal, que no sólo dispersó los buques,
sino que obligó al Patax Santa María de Gracia, que llevaba a su bordo
25 soldados, a dar de arribada forzosa al puerto de Río Janeiro. [XVIII]
Agrupados nuevamente los cuatro buques que quedaban, reunió Ortiz de
Zárate un consejo al que asistieron Vergara, Montalvo, y los capitanes
y pilotos de las cuatro naves, a fin de considerar lo que se debía hacer,
en vista del mal estado en que se encontraban los navíos, a consecuencia
del temporal que acababan de sufrir.
La junta resolvió que se debía fondear en Santa Catalina, no sólo porque
allí era tierra de comida y de indios amigos, y podrían reparar las
averías sufridas, sino porque era sitio a propósito para esperar que
pasaran los grandes fríos, que en aquella estación reinaban en el Paraná
y San Gabriel.
Barco de Centenera, en una carta sin fecha, a Su Majestad (19), y sin
duda escrita en el Perú, posiblemente en 1586, dice entre otras cosas:
«la isla de Santa Catalina, que es entre San Vicente y el Río de la
Plata, la cual tiene dos seguros y capaces puertos; el uno, cuando venimos
de España con la boca al Norte, llamado Puerto de Vera, y el otro con
la boca al Sur llamado Corpus Christi. Esta isla tiene siete leguas
de longitud y dos y media de latitud, aunque Martín Fernández de Enciso,
cosmógrafo de Nuestra Majestad dice otra cosa, yo hablo de vista: -es
fértil de caza y pesquería-; estuvo poblada de cuatro mil indios, los
portugueses la hicieron despoblar [XIX] llevando los indios a sus ingenios
y así se huyeron la tierra firme adentro».
Cuando Ortiz de Zárate arribó a Santa Catalina, encontró despoblada
la isla, como dice Centenera, y faltándole bastimentos con que alimentar
su gente, resolvió dirigirse al Sur con la Çambra, conduciendo a su
bordo 60 soldados, y llevando algunos clérigos y frailes, entre los
cuales iba nuestro biografiado, a fin de buscar allí, no sólo provisiones,
sino también con el propósito de catequizar indios.
Después de navegar cuarenta millas, llegaron, según asegura. Centenera
en la carta que acabo de citar, a «un puerto llamado Biaza, tierra alta,
donde pueden entrar en un río pequeño navíos grandes; -yo entré con
una Çambra de cien toneladas-; es tierra fertilísima, de comida, y hay
indios bautizados y amigos».
Ya en este puerto, y cargada de provisiones dicha nave, ordenó el Adelantado,
que regresara a Santa Catalina, al mando del Alférez Mendieta, quien,
una vez llegado y descargados los bastimentos que conducía, debía regresar
a Biaza (20).
Centenera y los otros sacerdotes que fueron a Biaza, bautizaron gran
número de indios, celebraron misas, oyeron confesiones y administraron
el Sacramento a los españoles que allí habían ido. [XX]
Vuelto Mendieta, y cargado nuevamente su buque, regresaron todos a Santa
Catalina, desde donde partieron con toda la armada con rumbo a San Gabriel,
a fines de octubre de 1573, habiéndose comprobado que, en dicha fecha,
faltaban 120 soldados y pobladores, de los que se embarcaron en San
Lúcar; unos por haber desertado en la isla de Cabo Verde, otros fallecidos
en la travesía del mal de modorra y de cámaras de sangre, en Santa Catalina,
y, finalmente los que llevara el Patax (21) que, según se ha dicho,
se había separado de los demás buques.
El 26 de noviembre de 1573, fondeó, al fin, la Armada en San Gabriel,
pero con tan mala suerte que media hora después se levantó una sudestada
que dio de través con la Almiranta y la Capitana.
Como se comprenderá, la situación de los expedicionarios era poco risueña,
a pesar de la inesperada llegada de la carabela mandada por Ruiz Díaz
Melgarejo, pues los indios Charrúas y Guaraníes, confederados, los hostilizaban
de tal manera que hubiesen todos perecido, sin la eficaz ayuda que le
prestara el capitán Juan de Garay, que había poblado Santa Fe el año
anterior.
Resumiendo, ya que no es del caso narrar en sus detalles las desventuras
de la expedición de Ortiz de Zárate, diré, que después de pasar, con
[XXI] el resto de su gente, unos meses en Martín García, resolvió, no
sin oír antes la opinión de sus capitanes, fundar un pueblo en la costa
oriental, y en el paraje llamado San Salvador, preferible a hacerlo
en la costa opuesta, donde antes estuvo Buenos Aires, ya que en aquél
había abundancia de leña y de indios, y ser además tierra buena para
sementeras.
Después de levantar una muralla, con su correspondiente artillería,
y de instalar allí 80 pobladores, declaró fundada la ciudad Zaratina
de San Salvador. Allí permaneció Centenera, hasta que el Adelantado
resolvió continuar su viaje a la Asunción, donde entró el 8 de febrero
de 1575 (22).
Barco de Centenera, que había llegado a dicha ciudad con Ortiz de Zárate,
empezó, desde el primer momento, a ejercer el cargo de Arcediano para
que había sido designado, desempeñando, al mismo tiempo, los deberes
que le imponía su ministerio, oyendo confesiones y predicando el Evangelio
a los españoles, ya que no podía hacerlo a los naturales que sólo entendían
el guaraní que era su propio idioma; pues es bien sabido que en esta
conquista del Paraguay, los naturales impusieron, desde el primer día,
su idioma a los conquistadores, de modo que Centenera tuvo que aprender
la lengua de los nativos, para entenderse con ellos y hacerse entender.
[XXII]
Ortiz de Zárate falleció en la Asunción pocos meses después de su llegada,
y si hemos de estar a lo que dicen Centenera y Montalvo, ni fue acertado
en su gobierno, ni querido por su pueblo.
Como por las capitulaciones firmadas en Madrid en julio de 1569, el
Adelantazgo del Río de la Plata le había sido concedido por dos vidas,
designó, en su testamento, que su sucesor sería la persona que se casase
con su hija doña Juana de Zárate, que residía en el Perú, y que, mientras
tanto esto no se realizara, gobernara interinamente la Provincia su
sobrino Diego Ortiz de Zárate Mendieta.
Para dar cuenta a doña Juana del fallecimiento de su padre, y de la
cláusula testamentaria de que acabo de hablar, partió desde Santa Fe
el capitán Juan de Garay.
Pocos meses después de llegar éste a Chuquisaca, la hija de Ortiz de
Zárate contrajo matrimonio con el licenciado don Juan de Torres de Vera
y Aragón, quien, considerándose por este hecho Adelantado del Río de
la Plata, nombró Teniente de Gobernador a Garay (23), el cual, munido
del título expedido a su favor, partió hacia el Paraguay, desobedeciendo
las órdenes del Virrey, que trataba de impedirle el viaje, temiendo,
sin duda, que tal nombramiento originaria disturbios [XXIII] en el Río
de la Plata, ya que Torres de Vera no tenía facultad para extenderlo,
pues no había sido reconocido como tal Adelantado. Y en tanto no lo
era, en cuanto un año después de nombrado Teniente de Gobernador, el
Rey, estando en Toledo, suscribió, el 10 de junio de 1579, una Real
Cédula en la que nombraba «por Gobernador y Capitán General del Río
de la Plata a don Vasco de Guzmán por muerte de Juan Ortiz de Zárate,
y hasta tanto no se determinara si había de serlo quien se había casado
con la hija y heredera del Adelantado» (24).
No habiendo Don Vasco de Guzmán aceptado este nombramiento, por razones
que ignoro, el Rey designó el 17 de noviembre de 1581, para reemplazarlo,
a Don Martín García Loyola, residente en el Perú, autorizando al Virrey
para que, si por cualquier causa el nombrado no pudiese desempeñar el
puesto, designara otra persona entre las que allí residían (25).
Como se ve, aun en 1581, no estaba reconocido Torres de Vera como sucesor
del Adelantazgo. Mientras tanto, Juan de Garay, que había llegado a
la Asunción en septiembre de 1578, se presenta al Cabildo con el documento
expedido por el esposo de doña Juana Zárate, y es recibido como Teniente
General, prestando ante dicha Corporación [XXIV] el juramento acostumbrado
para desempeñar tal elevado cargo (26).
Entre los conquistadores y pobladores de Santa Fe y Asunción, había
algunos que consideraban ilegal el poder que traía Garay, ya que no
constaba que el Virrey del Perú hubiese reconocido a Torres de Vera
como sucesor de Ortiz de Zárate. Por otra parte, algunas personas de
distinción, como Montalvo, sostenían (27) que las dos vidas a que se
referían las capitulaciones de julio de 1569, debían entenderse, la
propia del Adelantado Ortiz de Zárate y la de su sucesor Ortiz de Mendieta.
En esto había un visible error, pues Mendieta gobernó la Provincia ínterin
llegaba la persona que se casase con Doña Juana Zárate, que era a quien
le correspondía el gobierno, según lo dispuesto por su padre en el testamento
que suscribió en la Asunción, pocos momentos antes de su muerte.
Parecerán fuera de lugar los hechos que dejo narrados, pero los he considerado
necesarios para poder apreciar los acontecimientos de que hablaré más
adelante.
Por mayo de 1579, Garay organizó una expedición de 130 hombres para
ir a pacificar unos [XXV] indios que se habían rebelado en el interior
del país. Centenera, que en aquellos días se encontraba en Taninbú,
a unas noventa leguas de la Asunción, visitando la tierra y adoctrinando
a los indios (28), supo que Garay se proponía también descubrir una
nación de indios llamados nuaes, que significa «gente del campo»; se
unió a él, y después de pasar la sierra llamada Ibitirá-Cambá, lo que
vale decir «subida sin bajada», y de andar unos treinta días, dieron
con unos indios llamados xontonbya. Como estos indios manifestaran deseos
de hacerse cristianos, Centenera les ordenó que limpiaran un sitio conveniente
donde hizo colocar una gran cruz, explicando a los indios lo que este
símbolo significaba, encargándoles que cuidaran mucho de él (29).
Los soldados de Garay continuaron su marcha hasta llegar a donde se
encontraban unos indios llamados urambiambiás, quienes los recibieron
en son de guerra, librándose con ellos encarnizada lucha, según nos
relata el Arcediano en el canto XX de su Poema, en el que también nos
cuenta, que en tal día cabalgaba a la gineta y vestía traje blanco,
cubriendo su cabeza un sombrero de paja, agregando que en medio del
combate, se le acercó un indio que llevaba una [XXVI] cruz en la mano
pidiéndole lo salvara, lo que efectivamente pudo realizar.
Continúa el Arcediano refiriendo al Consejo, en la carta de marzo de
1580, que tuvieron noticias de los tupíes que moran en el Brasil, los
cuales eran labradores y habitaban tierra fertilísima; agregando que
«a veinte leguas de donde está situada la Ciudad Real, en la provincia
de los nuaes, hay una cordillera donde se encuentran metales», y confía
que llegará del Perú algún minero para reconocerlos.
Finalmente, pide al Consejo, que cuando venga el Prelado que se espera,
traiga sacerdotes, frailes, ornamentos, libros y campanas para las iglesias,
pues nada hay en la tierra.
Vuelto Garay a la Asunción, en los primeros días del año 1580, pregona
la fundación de Buenos Aires. En pocos días se alistan los soldados
que debían ir a la jornada, se preparan los buques, víveres, armas y
caballos para la expedición, y en la segunda quincena de marzo se ponen
en viaje.
Antes de salir Garay, nombra protector de los naturales al Arcediano
Barco de Centenera, y dirige una comunicación (30) a la Sacra Católica
Real Majestad, haciéndole saber el nombramiento que había hecho, y pidiéndole
que le designe salario conveniente. Centenera había antes jurado, [XXVII]
como sacerdote, desempeñar con todo interés el cargo para que había
sido designado.
El fundador de Buenos Aires no trajo ni a Centenera ni a Hernando de
Montalvo, quienes a pesar de desear ser de la jornada, no fueron admitidos,
alegando falta de sitio en los buques que salieron de la Asunción; de
modo que cuando el Arcediano, en carta a Su Majestad (31) dice: «cuando
poblamos Buenos Aires...» palabras que repite en el Poema, no deben
interpretarse de otra manera, sino que «cuando los españoles poblamos
Buenos Aires», ya que está perfectamente averiguado que Barco de Centenera
no se encontró en la fundación de la ciudad de La Trinidad en el Puerto
de Buenos Aires.
Los buques de Garay llegaron a Santa Fe, y después de una corta estadía
allí, continuaron bajando el río en demanda del Plata.
La malquerencia de una buena parte de los pobladores de Santa Fe y Asunción,
contra Garay, era debida, principalmente, como ya queda indicado, a
que los poderes con que gobernaba el país no habían sido dados con el
beneplácito del Virrey del Perú, a quien correspondía aceptar como Adelantado
a Torres de Vera.
Pero, como dice el padre Larrouy (32); «En Santa Fe, Garay no supo o
menospreció los planes de [XXVIII] algunos criollos de la ciudad que,
confabulados con Gonzalo de Abreu, se proponían prenderlo y remitirlo
al Virrey».
La idea de quitarle el mando de la Provincia, existía, no sólo en Santa
Fe, sino también en la Asunción. En la primera, estalla el 2 de junio
es decir nueve días antes de fundarse Buenos Aires, un alzamiento que
depone a las autoridades de la ciudad, las que, pocos días después,
son repuestas, pagando con la vida los que se habían levantado en su
contra.
En esta misma época, se conspiraba también en la Asunción. Barco de
Centenera, en la información de servicios que hizo levantar en esta
ciudad en 1593, pidió, entre otras cosas, que los testigos declararan
si era cierto «que en la Asunción prendió a Lope de Herrera, sacristán,
y le castigó porque le halló ciertos arcabuces abscondidos en la Sacristía,
e hizo que los alcaldes Bartolomé de Amarilla y Alonso Encinas prendieran
a los mancebos, con que se sosegó cierto bullicio en la Asunción, y
en este tiempo fue el levantamiento de Santa Fe».
Los testigos contestan todos, más o menos, en los mismos términos que
lo hace el capitán Hernando de Montalvo, o sea: «Estando este testigo
en la ciudad de la Asunción, porque no estaba poblado este puerto de
Buenos Aires, un día de carnestolendas (33), usaban en la dicha ciudad
de [XXIX] la Asunción de hacer un reyezuelo y traerlo por toda la ciudad
a caballo y llevarlo a la iglesia mayor con más de cien arcabuceros;
que pareciéndole mal a este testigo le dijo al dicho Arcediano, «mala
usanza es esta invención del reyezuelo porque se puede cometer en aquel
día un levantamiento y matar a todos los viejos y principales que están
en la iglesia, y así el dicho Arcediano habiéndole parecido mal aquella
invención fue a la sacristía de la dicha iglesia Catedral donde era
la fiesta y halló ciertos arcabuces dentro y mandó prender al sacristán
Alonso Pérez de Herrera y le castigó por ello, parando la fiesta, porque
los alcaldes luego prendieron al reyezuelo y algunos de los que iban
en su compañía con que se sosegó y de hoy a poco tiempo el levantamiento
que había habido en Santa Fe».
De lo que resulta que esta historia del reyezuelo y de las armas ocultas
en la iglesia, no era, en el fondo, más que un proyecto de alzamiento
en combinación con los de Santa Fe. No hay que extrañar que el de la
Asunción se produjera ocho meses después, dado que en todo ese tiempo
no había habido comunicación entre ambas ciudades.
De esta manera se exteriorizaba la impopularidad del Gobierno de Garay,
debida a las causas que dejo apuntadas. En Santa Fe fue sofocado el
alzamiento en la forma que todos conocen: en la Asunción, debido al
aviso que dio Barco Centenera a los alcaldes de la Ciudad, como consta
en [XXX] la información de servicios (34) a que vengo refiriéndome.
Pocos meses después de pasados los sucesos que acabo de relatar, Barco
de Centenera, obtuvo licencia del Cabildo Eclesiástico, para trasladarse,
por dos años, al Perú. Se decía en el Paraguay que iba por asuntos de
la iglesia, pero bien podía ser que el viaje se relacionara con los
asuntos políticos de la Provincia. Sea lo que fuere, la verdad es que
se lamentó mucho su salida, pues gozaba de muy buen nombre en el Paraguay,
y era reputado como un buen predicador.
Tengo por cierto que debió efectuar el viaje bajando a Santa Fe, de
allí a Santiago del Estero y, pasando por Tucumán, llegar a Chuquisaca.
Estando en esta ciudad, la Audiencia lo nombró su capellán, pero debió
desempeñar este cargo cortos meses, ya que en el año siguiente se le
encuentra ocupando la Vicaría de Porco (35).
Poco tiempo antes de la época de que me vengo ocupando, Felipe II, por
una Real Cédula que lleva la fecha 19 de septiembre de 1580, dispuso
que el Arzobispo de Lima, Fray Toribio de Mogrovejo, que acababa de
ocupar tan elevado cargo, en unión con el Virrey del Perú, convocara
a todos los obispos sufragantes de ese Arzobispado (36), [XXXI] a una
reunión, en la que se trataran de cosas tocantes al buen gobierno espiritual,
del bien de las almas de los naturales, etc. (37).
El Señor Mogrovejo dictó la convocatoria el 15 de agosto de 1581, señalando
el mismo día del año siguiente para que tuviera lugar la primera sesión
del Concilio.
El día indicado, sólo se encontraban en Lima fray Antonio, obispo de
la Imperial, fray Sebastián de Lartaún, obispo del Cuzco, fray Diego
de Medellín, de Santiago de Chile, y fray Alonso Guerra, del Paraguay;
los demás obispos fueron llegando después del 15 de agosto.
Debe tenerse presente, que fray Alonso Guerra acababa de ser consagrado
en Lima cuatro días antes de abrirse el Concilio (38). Era un fraile
dominico que por sus méritos había alcanzado el obispado; jamás había
estado en el Paraguay, y poco o nada sabía de su iglesia.
El 14 de marzo de 1582 (39) hicieron su entrada en la ciudad de Los
Reyes, el obispo de La Plata, y el de Tucumán fray Francisco de Victoria.
Estos prelados habían hecho juntos una [XXXII] parte del largo viaje
que separaba sus diócesis de la Sede del Concilio.
Cuando pasaron por Porco, Centenera los hospedó en su propia casa, así
como a las personas de su séquito. Sin duda allí impondría a los prelados
del estado de la iglesia del Paraguay, y comprendiendo estos cuan útiles
serían sus conocimientos en las deliberaciones del Concilio, ya que
el obispo sufragante de esa Provincia había sido recientemente consagrado
y no conocía su diócesis, lo indujeron a que siguiese con ellos a Lima,
lo que en efecto realizó.
El Arzobispo Mogrovejo le nombró Secretario del Concilio, debiendo acompañar
en igual carácter al licenciado Bartolomé Menacho, que ejercía ya el
mismo cargo.
No tengo por qué detallar lo que pasó en las sesiones de aquel Concilio;
apenas si debo mencionar el ruidoso incidente motivado por las quejas
del clero de Cuzco contra su obispo don Sebastián de Lartaún. Éste deseaba
que la causa se viera en el Concilio, pero a pesar de estar apoyado
por los obispos de Chuquisaca y Tucumán, el arzobispo Mogrovejo, resolvió
enviarla a Roma, por lo cual hubo muchos disgustos y escándalos, como
afirma Mendiburu en el tomo VII de su Diccionario Histórico.
Barco de Centenera se embanderó entre los partidarios del obispo Lartaún,
a quien en su Poema tituló «muy docto». Esta actitud le atrajo, [XXXIII]
como era natural, la enemistad del arzobispo, lo que dio por resultado
que su existencia se hiciera tan difícil, por falta de recursos, que
llegó hasta desear la muerte (40).
En medio de estas aflicciones, el Obispo de Charcas lo nombró su Vicario,
y la Inquisición lo designó para Comisario, en el distrito de Cochabamba,
lo que le permitiría vivir con relativa holgura.
Estando, sin duda, en el desempeño de estos cargos, escribió una carta,
sin fecha y sin firma, dirigida a la Sacra Católica Real Majestad, carta
que se conserva en el Archivo de Indias y que, como dice Trelles (41),
es de Centenera, y que empieza así: «En muchas veces aunque pocas según
mis deseos, que he escrito a Su Majestad desde que salí de Castilla
en el año 1572, para el Río de la Plata donde Vuestra Majestad me hizo
merced de me proveer por Arcediano»...; y concluye con estas palabras:
«dando a Vuestra Majestad larga relación de lo que he visto y entendido
en 15 años de mi peregrinación».
Lo único que le faltó agregar al erudito Manuel R. Trelles, es que esta
carta fue escrita en el Perú, pues, como vamos viendo, allí se encontraba
en 1587, es decir, a los 15 años de la peregrinación de que nos habla,
ya que ésta [XXXIV] debió empezar en 1572 en que salió de Castilla.
Se trata de un documento verdaderamente interesante, pues en él, no
sólo se relatan los acontecimientos que habían ocurrido en el Río de
la Plata, sino que, da consejos al Soberano respecto de lo que allí
se debe hacer, como también en el Perú.
Dice Centenera, que «el Río de la Plata es un postigo abierto para el
Perú, y tiene el enemigo de Dios y de Su Majestad ya sabida la entrada».
Habla de los corsarios ingleses que han entrado en el puerto de Buenos
Aires, agregando: «es necesario que Vuestra Majestad provea de gobernador
aquellas tierras, porque después que murió Juan Ortiz de Zárate fue
principio de su perdición»... Le indica al Soberano que la persona que
nombrase por gobernador «traiga gente de Castilla y haga dos fuertes,
uno en Buenos Aires y otro en San Gabriel», para impedir la entrada
al Río de la Plata por cualquiera de sus bandas. Hace en seguida referencia
a una isla en el Río de la Plata, de legua y media de largo por tres
cuartos de ancho, que denomina Minangua (42). Isla que no es otra que
la que, desde el tiempo del descubrimiento, se llamó de Martín García,
y recomienda «se tenga la costumbre que cuando poblamos a Buenos Aires
comenzamos a [XXXV] usar, que es salir cada mañana a requerir la costa
gente a caballo».
Continúa la carta aconsejando al Soberano la división de la gobernación
en dos provincias; la una teniendo por cabeza a Buenos Aires, con Santa
Fe y Concepción del Bermejo, con toda la tierra hasta el estrecho; la
segunda, la Asunción a quien el vulgo llama «Paraíso de Mahoma».
Advierte que «la comodidad de la tierra ha de forzar a que por el Río
de la Plata vayan a Castilla los que viven en estos reinos desde el
Cuzco hacia Potosí».
En cuanto a la costa del Brasil, se expresa así: «es necesario que haya
recato, no puede el enemigo entrar por ella en estos reinos aunque tornasen
en ella puerto cien mil hombres, pero puédeles servir de escala y hacer
en ella mucho daño».
La idea de la división del territorio de la gobernación, estaba ya en
la mente de muchos de los conquistadores de aquella época. Hernando
de Montalvo, en carta a Su Majestad fechada en la Asunción el 15 de
noviembre de 1579, entre otras cosas le decía; que es imposible que
un gobernante pueda regir tan dilatada provincia; que a su juicio debiera
dividirse el gobierno en tres partes; la primera desde la Cananea y
Santa Catalina, costeando la banda de tierra hasta Montevideo, por el
Uruguay hasta Santa Ana; la segunda desde un punto del Río de la Plata,
cabo [XXXVI] Blanco, hasta el estrecho de Magallanes y la Cordillera,
entrando la gobernación de Tucumán, Santa Fe y todo lo que queda en
el Río Paraná hasta la boca del Río Paraguay; y a la tercera gobernación
le asignaba la Asunción y las dos bandas del Río Paraguay, hasta el
Puerto de los Reyes.
Concluye Centenera la carta a que estoy haciendo referencia, hablando
de lo que convenía hacer en Arica, Callao y Lima, para terminar, finalmente,
con estas palabras: «tengo una historia completa que, con el favor de
Vuestra Majestad saldrá a luz; en ella se da relación del Río de la
Plata y Perú y deseo en persona llevarla a Vuestra Majestad es causa
no la envíe».
Ésta es la primera vez que se menciona la existencia del Poema del Arcediano.
La noticia plantea el problema de saber dónde y cuándo fue escrito;
no hay duda alguna, que varios de sus Cantos han tenido que escribirse
en el Perú, ya que cuenta asuntos pasados allí durante su permanencia
en aquel país; otros, relativos al Río de la Plata, sólo los pudo saber
por referencias. Los primeros Cantos pudo escribirlos en la Asunción,
pero todo esto son simples conjeturas, que no tienen base documentada
en qué fundarse.
Estaba Barco de Centenera desempeñando tranquilamente su cargo de Comisario
de la Inquisición, en el Valle de Cochabamba, cuando el 11 de febrero
de 1587 llega a Lima el licenciado [XXXVII] Juan Ruiz del Prado (43)
nombrado por Felipe II Visitador de las causas referentes al Santo Oficio.
Poco tiempo después de su llegada, Ruiz del Prado, se impuso de ciertas
actuaciones por las cuales resultaba que Barco de Centenera, había cometido
graves faltas, en el desempeño de su cargo de Comisario, y que, según
el Visitador, «no se podría pasar por ellas (si bien) no me pareció
que la tenían para hacerle venir trescientas leguas, y ansí porque sospeché
alguna pasión en los testigos, remití los cargos que se le hicieron
que fueron catorce, para que se los diesen y recibiesen sus descargos
y se me enviase todo» (44).
El proceso formado a Centenera, se encuentra original en el Archivo
de Simancas, pero no habiéndolo visto, me valgo de las noticias publicadas
por el erudito José T. Medina.
Resulta, según el citado historiador, que Centenera fue sentenciado
el 14 de agosto de 1590, «en privación de todo oficio de Inquisición,
y doscientos cincuenta pesos de multa, por habérsele probado que había
sustentado bandos en la Villa de Oropesa y Valle de Cochabamba, a cuyos
vecinos trataba de judíos y moros, vengándose de los que hablaban mal
de él, mediante la autoridad que le prestaba su oficio, usurpando [XXXVIII]
para ello la jurisdicción real; que trataba su persona con gran indecencia,
embriagándose en los banquetes públicos, y abrazándose con las botas
de vinos; de ser delincuente en palabras y hechos, refiriendo públicamente
las aventuras amorosas que había tenido, que había sido público mercader
y por último, que vivía en malas relaciones con una mujer casada» (45).
La sentencia que acaba de leerse, no podía ser más tremenda para la
reputación de cualquier hombre, pero mucho más tratándose de un sacerdote
que, además estaba investido del alto cargo de Arcediano de la Catedral
del Paraguay. Ella no se funda en faltas que Centenera hubiese cometido
contra la religión, para las cuales el Santo Oficio se mostró siempre
intransigente y cruel, sino en hechos indignos de cualquier hombre que
en algo se estime.
Abrigo mis dudas sobre la imparcialidad del juez, dado que, en ningún
documento anterior o posterior a la sentencia de que me ocupo, he encontrado
nada que pueda afectar el buen nombre de Barco de Centenera.
Dejaré por un momento al Arcediano, abrumado por el enorme peso de su
condena, para hablar del nuevo obispo fray Alonso Guerra, que una vez
concluido el Concilio de Lima, se [XXXIX] encaminó al Paraguay a fin
de hacerse, cargo de la diócesis para que había sido nombrado.
Fray Alonso llegó a la Asunción en septiembre de 1585 (46) preocupándose
enseguida, con todo interés, de los asuntos de la iglesia y de su clero.
Según el padre Lozano (47) era un prelado ejemplar por sus virtudes;
pero de los documentos de la época resulta que era demasiado exigente
en lo que respecta a las cobranzas de los diezmos, llegando las cosas
a tal punto que amenazaba a los vecinos con excomuniones y censuras
si no los pagaban en la forma que él lo entendía.
Este proceder del Prelado dio lugar a que las ciudades de la Asunción,
Santa Fe y Trinidad, designaran representantes (48) para que protestasen
ante la Audiencia de Charcas de la conducta del obispo. Ésta en 12 de
agosto de 1587, ordenó al obispo Guerra levantar las excomuniones que
había lanzado, y que no hiciera alteración en la cobranza de los diezmos
(49).
Sea que fray Alonso no cumpliera con prontitud, o no acatara lo resuelto
por la Audiencia, el caso fue que en abril de 1890, el pueblo de la
Asunción, encabezado por el Alcalde [XL] ordinario, se dirigió a la
casa del obispo con ánimo de prenderlo. Éste, que lo supo, se revistió
con los ornamentos sagrados; pero a pesar de esto fue derribado al suelo
desgarradas sus vestiduras, arrancado el báculo y llevado preso a bordo
de un buque que lo condujo a Buenos Aires. De aquí se dirigió a Charcas,
donde la Audiencia lo rehabi el Rey lo designó para obispo de Michoacán,
donde falleció en 1594.
Barco de Centenera, para quien la permanencia en el Perú debía ser poco
menos que imposible, después de la sentencia condenatoria que había
sufrido, llega en estos momentos a la Asunción, después de más de nueve
años de ausencia. Allí se encuentra con la iglesia en completa acefalía;
el obispo expulsado, y el deán González Paniagua muerto, de modo que
él, como Arcediano, era la más alta dignidad de la Iglesia, por cuyo
motivo le correspondía el gobierno eclesiástico en Sede Vacante.
Ejerciendo tan elevado cargo, visitó las ciudades de San Juan de Vera
y Santa Fe, bajando luego el Paraná con un bergantín y dos chatas cargadas
de provisiones; y, llegando a esta ciudad de Trinidad, a principios
de 1592, fue recibido por el vecindario con marcadas muestras de simpatía.
Lo primero que notó a su llegada, fue que la iglesia mayor se había
caído, o mejor dicho, que había sido abandonada, por el malísimo estado
[XLI] en que se encontraba, a tal extremo, que había sido necesario,
para salvar su decoro, trasladar el Santísimo Sacramento a San Francisco.
El obispo Guerra, en su visita a esta ciudad en 1587, había ordenado
la construcción de un nuevo templo, en un sitio que no era el que correspondía,
por cuyo motivo, no siendo oído el vecindario en las observaciones que
hizo, hubo de dirigirse en queja a la Audiencia.
Cuando Barco de Centenera se impuso de la equivocada ubicación que el
obispo Guerra había dado a la iglesia mayor, ordenó que ella se levantara
en el solar que el fundador de la ciudad había destinado con tal fin
(50).
Casualmente en los mismos días en que Centenera tomaba esta resolución,
la Audiencia de Charcas dictaba una Provisión, que lleva la fecha 8
de agosto de 1591 dirigida al obispo y autoridades eclesiásticas de
la Provincia en la que (51), después de establecer que se había presentado
Pedro Sánchez de Luque, procurador de la ciudad de la Trinidad, decía
que cuando se fundó la ciudad se había designado un solar sobre la plaza
Mayor para edificar la iglesia; que el obispo metiéndose en otro, causaba
gran perjuicio al vecindario, tapando y cerrando el comercio [XLII]
del río, para lo cual pedía se suspendiera la obra en el sitio designado
por fray Alonso; y agregando que Sánchez Luque no había traído representación
escrita, porque los vecinos tenían miedo de que fuese excomulgado por
esa causa. La Audiencia ordenó que se le remitieran los autos y que
se suspendiese por un año la obra de la iglesia.
Gracias a la actividad desplegada por Centenera, y la eficaz ayuda del
vecindario, pudo en breve tiempo habilitarse el nuevo templo para celebrar
funciones religiosas, y volver allí el Santísimo Sacramento, que, como
he dicho, había sido llevado a San Francisco (52).
Mientras el gobernador del obispado se ocupaba en la ubicación y reedificación
de la iglesia Mayor, llegaba al puerto una carabela mandada por el gobernador
de Río Janeiro Salvador Correa de Saa, que traía comunicaciones para
el Virrey del Perú, Audiencia de Charcas y Autoridades de esta ciudad,
en las que avisaba que los ingleses se habían apoderado del Puerto de
Santos, y que allí pertrechaban pequeños navíos para venir a este puerto
(53).
Esta noticia produjo, como es natural, gran alarma en el vecindario,
tanto que todas las familias huyeron al campo, por temor de que los
[XLIII] herejes se apoderaran de la ciudad, quedando en ella sólo los
hombres que podían defenderla.
Fue en esta ocasión un gran consuelo para los atribulados habitantes
la presencia de Barco Centenera, no sólo por los consejos que les dio,
sino porque pudo, con las provisiones que había traído en sus buques,
atender a la extrema escasez de víveres en que se encontraban.
Pasados los días de zozobra, por el fracaso del proyectado ataque de
los corsarios ingleses, las familias regresaron a sus hogares y la ciudad
volvió a tomar su tranquilidad habitual.
En los primeros días de 1598, se presentó don Martín Barco de Centenera
al Cabildo pidiendo «Se levante información de los servicios que había
prestado desde que llegó en la armada del Adelantado Ortiz de Zárate
hasta dicha fecha». Acompañó un interrogatorio con ocho preguntas, a
las cuales contestaron, de conformidad, los cinco testigos que designaba
entre los que se contaba el célebre Tesorero Hernando de Montalvo. El
nueve de enero, el Capitán Hernando de Mendoza, aprobó la información,
ordenando al escribano del Cabildo expidiera los traslados que se le
pidieren.
Un mes después de estas actuaciones, el Cabildo de esta ciudad da poder
al licenciado don Martín Barco de Centenera, Arcediano de esta Provincia,
para que en nombre de la ciudad y vecinos de ella, pueda presentarse
ante Su Majestad, Consejo [XLIV] de Indias o cualquier juez, pidiendo
mercedes, gracias y justicias con arreglo a las instrucciones que se
le dan. Advirtiendo que este poder anula el que se le tenía dado a Beltrán
Hurtado (54).
Al mismo tiempo el Cabildo se dirige a Su Majestad (55) haciéndole saber
las grandes necesidades en que se encontraban, y pidiéndole «remedio
así de gobernador como de Obispo»; recomienda así mismo al Arcediano
Barco de Centenera a quien «le oiga y dé entero crédito y se duela Su
Majestad de unos vasallos que tiene tan necesitados de remedio» (56).
Desgraciadamente no se conocen estas instrucciones, pues es bien sabido
que en los libros capitulares faltan las actas correspondientes al período
de tiempo comprendido entre enero de 1591 e igual mes de 1605. Tanto
el poder como la carta a Su Majestad, a que acabo de referirme, están
en el Archivo de Indias, de donde he sacado copia.
La representación que acababa de aceptar Centenera, no tiene una explicación
satisfactoria, dado que su cargo de gobernador del Obispado, en Sede
Vacante, le obligaba a permanecer en la provincia, tanto más, en cuanto
el Cabildo eclesiástico [XLV] de La Asunción estaba casi disuelto. Su
resolución de marcharse a España, abandonando los intereses que tenía
a su cargo, sólo se legitima por la costumbre que el clero tenía en
aquella época, cuando faltaba el Prelado que le vigilaba y a quien respetaba,
de hacer su omnímoda voluntad, como lo había hecho el propio Centenera
ampliando en nueve años la licencia que se le dio para ir al Perú.
No he podido encontrar documento alguno que señale la fecha de su partida,
lo que no es de extrañar, dada la pobreza de nuestro Archivo en papeles
de esta época. He revisado las prolijas notas que Montalvo dejó estampadas
en los libros de Tesorería, pero tampoco allí he dado con el menor rastro.
Pienso, sin embargo, que se embarcó poco tiempo después de la fecha
en que se le dio el poder, ya que en el Archivo de Indias hay una nota
dirigida a Su Majestad, sin fecha, y firmada «El Arcediano Don Martín
Barco de Centenera». En esta comunicación dice: «que desde que llegó
con Ortiz de Zárate ha servido, ayudado a poblar y conquistar la tierra,
con su persona y haciendo, que como sacerdote predicando y confesando
acudió siempre al servicio como real vasallo de Su Majestad»; y concluye
pidiendo se le haga «Merced, ocupando su persona conforme a sus servicios,
calidad y edad en lo que nuestra Alteza fuere servido».
Al pie de esta nota, a la que está agregada la [XLVI] información levantada
en 1593, hay un decreto que dice; «al memorial con sus partes y calidades:
en Madrid a 7 de marzo de 1594 años.- Licenciado González».
Como se ha visto, Centenera pidió una recompensa por sus servicios prestados
en América, pero no he encontrado pruebas de que se le hubiere concedido.
Tampoco sé si en Madrid presentó al Rey su Poema, según era su intención
(57); me inclino a creer que no lo hizo, pues de otra manera se hubiera
encontrado en algún Archivo. Tal vez alguien leyó los versos y juzgándolos
muy pobres, le aconsejara no hacerlo. Éstas son meras hipótesis; pero
lo cierto es, que hasta 1601 no se sabe ni dónde estuvo ni qué hizo
el Arcediano.
Fechada en Lisboa el 10 de mayo del citado año de 1601, aparece la dedicatoria
al Marqués de Castel Rodrigo, Virrey, Gobernador y Capitán General de
Portugal por el Rey D. Felipe II, Nuestro Señor, que precede a la publicación
del Poema, el que ha sido escrito en octavas reales y está dividido
en XXVIII Cantos: los primeros se refieren a la Geografía e Historia
Nacional; los restantes relatan los acontecimientos ocurridos en el
Plata, Tucumán, Perú y Brasil, en los que él tuvo intervención más o
menos directa (58). [XLVII]
Debo llamar la atención sobre el hecho de que tanto en la carta dedicatoria
como en la cubierta del libro que transcribiré más adelante, el Arcediano
se firma Don Martín del Barco Centenera, mientras que en todos los documentos
que suscribió en el Río de la Plata, siempre ponía Martín Barco de Centenera;
de este mismo modo lo llaman los testigos que declaran en las informaciones
que he citado en el curso de este trabajo. Debo hacer sin embargo, notar
que en dos documentos (59) que suscribió antes de su llegada al Río
de la Plata, aparecen firmados; Martín de Centenera.
¿Cuál fue su verdadero nombre? Difícil sería afirmarlo, ya que no me
ha sido dado encontrar la partida de bautismo, que seguramente estará
en Logrosán. Me inclino no obstante, a creer que su apellido fue Barco
de Centenera; posiblemente por haberse copiado el que aparece en la
primera y susodicha edición de La Argentina; [XLVIII] en los diccionarios
biográficos antiguos y modernos, se le llama Martín del Barco Centenera.
Después de la impresión del libro, no puedo agregar otra noticia del
Arcediano, más que la que da Ricardo Palma que dice: «En cuanto a la
época de su fallecimiento, si hemos de dar fe a lo que dice un librito
de efemérides españolas, acaeció en Portugal a fines de 1605» (60).
Como se ha podido notar en las páginas que dejo escritas, sólo por excepción
he aprovechado algunos de los datos que sobre su vida Centenera ha dejado
consignados en el poema, absteniéndome también de abrir juicio sobre
los hechos que relata, para comprobar si son o no exactos, pues a mi
entender, ello corresponde al juicio crítico-histórico de la obra, que
la junta se propone realizar más adelante.
Parece ser cosa cierta que Barco Centenera no llegó a escribir la segunda
parte de su poema, a pesar de lo que dice en la última estrofa de sus
cantos, como tampoco escribió El desengaño del mundo, obra en prosa
que le atribuyó fray Alonso Fernández en la Historia y Anales de Plasencia;
de modo que la bibliografía del Arcediano se reduce a:
Argentina / y conquista del Río / de la Plata, Tucumán, y esta- / do
del Brasil, por el Arcediano don Martín del / Barco Centenera / Dirigida
a don [XLIX] Cristóbal de Mora, Marqués de Castel Ro- / dríguez, Virrey,
Gobernador y Capitán General de Portu- /gal, por el Rey Philipo III
Nuestro Señor. / (Su escudo de armas) Con licencia, en Lisboa, por Pedro
Crasberck, 1602.
4º Part, V con la aprobación de fray Manuel Coello: 27 de julio de 1601
y las licencias del Santo Oficio, del Ordinario, etc.- 3 hojas sin foliatura
para la dedicatoria: Lisboa 10 de Mayo de 1601; Sonetos del autor a
su obra, de Juan de Lumanaga, Diego de Guzmán, de Valeriano de Frías
de Castillo, y décimas del licenciado Pedro Ximénez y del bachiller
Gamino Correa.- 230 pp. F. bl. Apuntillado.
Esta edición es hoy rarísima, pues apenas se conoce la existencia de
media docena de ejemplares, distribuidos en otras tantas bibliotecas
(61). Para la reproducción facsimilar, que en este volumen se publica,
me valí del que se conserva en la biblioteca del Palacio de Su Majestad
el Rey de España. Previo permiso, que se me acordó, hice fotografiar
las páginas de la obra para su reproducción fototípica.
La segunda edición se encuentra en los: Historiadores / primitivos /
de las Indias Occidentales / que juntó, tradujo en parte, / y sacó a
luz, ilustradas con eruditas notas / y copiosos índices, el Ilustrísimo
señor don Andrés González Barcia, / [L] del Consejo y Cámara de Su Majestad
/ Divididos en tres tomos / cuyo contenido se verá en el folio siguiente
/ Tomo I / (viñeta). Madrid MDCCXLIX.
Fol. 3 tomos.- En el III se halla: Argentina / y conquista / del Río
/ de la Plata / De don Martín del Barco Centenera. Tiene 107 páginas
de foliación y signaturas por separado, y al pie de la última página
el comienzo de la Tabla que ocupa 8 hojas más sin foliatura, encontrándose
al final el índice. No contiene ni la dedicatoria, ni la licencia y
sonetos que trae la primera edición.
La tercera edición se debió a don Pedro de Angelis, que con el título
Colección / de / obras y documentos / relativos / A la Historia Antigua
y Moderna / de las Provincias / del Río de la Plata. Ilustrados con
notas y disertaciones / por / Pedro de Angelis. / Buenos Aires / Imprenta
del Estado / 1836.
Folio 6 vol. con paginaciones varias para las distintas piezas que comprende.
En el tomo II se encuentra La / Argentina / o la / conquista del Río
de la Plata / Poema histórico / por el / Arcediano don Martín del Barco
/ Centenera / Buenos Aires / Imprenta del Estado, 1836.
El discurso preliminar a la Argentina, de Barco Centenera, escrito por
don Pedro de Angelis, ocupa 8 páginas; viene después la dedicatoria
de Centenera al Marqués de Castel Rodrigo, 2 pág., siguiendo el Poema
foliado del 1 al 320 que precede a la Tabla de las cosas más notables
que se [LI] contienen en la Argentina o conquista del Río de la Plata,
numeradas de I al XXIV, y finalmente, una página destinada a Fe de erratas
de la obra.
La cuarta edición se publicó en esta ciudad en 1854, en la Colección
de obras históricas llamadas de la Revista, por haberse impreso en la
imprenta de ese nombre. En el Tomo III se encuentra La / Argentina /
o la Conquista del Río de la Plata Poema Histórico / por el / Arcediano
don Martín del Barco / Centenera. Ocupa la dedicatoria al Marqués de
Castel Rodrigo 2 págs.; sigue el Poema desde la pág. 7 a 376; las notas
del autor ocupan las págs. 377 a 387, y el índice de la obra, 3 págs.
Finalmente, como quinta edición, está la reimpresión de la Colección
de obras y documentos relativos al Río de la Plata por Pedro de Angelis
en 5 volúmenes en Folio, Buenos Aires 1900, en cuya Colección y en el
Tomo II, se encuentra La / Argentina / o la / conquista del Río de la
Plata / poema histórico / por el Arcediano / don Martín del Barco Centenera.
El discurso preliminar ocupa las páginas I a V; la dedicatoria al Marqués
del Castel Rodrigo, 2 págs.; el Poema desde las págs. 183 a 332 con
las notas del autor al pie de ellas, y finalmente, la Tabla de las cosas
más notables que se contienen en la Argentina de pág. 1 al XXIII.
El más rápido examen de estas sucesivas ediciones, muestra el poco cuidado
que se ha tenido [LII] en la reimpresión, dado el número de errores
tipográficos, supresiones y trasposiciones que se encuentran en ellas,
comparándolas con la edición príncipe de 1602.
Con lo expuesto dejo terminado el encargo recibido, lamentando no haber
podido corresponder cumplidamente al honor que se me dispensó, confiándome
la tarea de escribir la bio-bibliografía de Barco de Centenera, debido
no sólo a la falta de documentos sino a mi insuficiencia.
Creo, sin embargo, que la publicación facsimilar de la primera edición
de la Argentina, será de gran utilidad a los que se dedican al estudio
de nuestra historia colonial, y que la Junta tributa con ello, un digno
homenaje a quien por primera vez nos llamó Argentinos, nombre que ahora
y siempre nos orgullecemos de llevar.
Enrique Peña. Buenos Aires, Mayo de 1912

 La
doble lectura de La Argentina de Martín del Barco Centenera
en Juan María Gutiérrez
Por Graciela Maturo *
1.- Introducción
Juan María Gutiérrez (1809-1878) es un preclaro representante de
la generación argentina románticoiluminista de 1837, generación
liberal en política, impregnada del sentimiento nacional de la patria
naciente y adversa al "oscurantismo" colonial hispánico que vieron
reflejado en el gobierno de D. Juan Manuel de Rosas. Sin embargo
Gutiérrez fue, en continuidad con los meritísimos esfuerzos del
erudito napolitano Pedro de Angelis, el más importante articulador
de una tradición rioplatense dentro de su generación. Su lectura
sagaz y dedicada, que no pudo eludir algunos prejuicios de época,
devuelve a los textos coloniales su carácter de basamento histórico
cultural.
Intentaré en este breve artículo, que quisiera dotado de mayores
méritos por ofrecerlo a la memoria del estudioso y querido amigo
Dr. Rodolfo A. Borello, mostrar las divergencias y confluencias
de distintos horizontes de lectura en la interpretación que hizo
Gutiérrez de la Argentina de Martín del Barco Centenera, a la luz
de la hermenéutica gadameriana.
2. - La generación argentina del 37.
Ricardo Rojas dio el nombre de generación de los proscriptos a este
importante grupo de la historia argentina, que se autopostuló en
1837 como superador de la antinomia unitarios / federales. Críticos
del hispanismo iluminista de Rivadavia, pensaron al país como historia
y les correspondió afrontar los riesgos de la organización nacional.
Las importantes obras de esta generación, que accedió en su momento
a la acción militar y política, pone en evidencia su compleja riqueza
y responsabilidad en los tramos fundantes de la nacionalidad, así
como sus inevitables contradicciones.
Un hito importante en la emergencia y cohesionamiento del grupo
es como se sabe la creación del Salón Literario. El 23 de junio
de 1837 su promotor el librero Marcos Sastre juntamente con Juan
Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez hablaron en la inauguración
de este foro de efímera duración, que congregaba también a Vicente
López, Pedro de Angelis y Esteban Echeverría. (F. Weinberg: El Salón
Literario de 1837 ). La presencia del erudito napolitano, archivero
de Rosas, así como la respetuosa mención del caudillo, lleva a pensar
que el grupo no se oponía inicialmente a éste sino que tenía esperanzas
en su labor restauradora. Era preocupación del grupo alcanzar "una
política y una legislación propias" y "una literatura singular"
apropiada al ser americano (Marcos Sastre: Ojeada Filosófica...
en F. Weinberg: El Salón Literario. . .pp. 11 7- 133) En ese mismo
año de 1837 Esteban Echeverría, futuro adalid de la generación,
publicó las Rimas, que incluía el poema La Cautiva, e introducía
según Rojas la "romancesca vida del desierto argentino" en la literatura
nacional.
El cierre del Salón, y posteriormente de la librería, marca la definitiva
distancia del grupo con Juan Manuel de Rosas, detentor de la suma
del poder público. Recordemos que en 1838 nació la Asociación de
Mayo, integrada por Echeverría, Gutiérrez, Alberdi, Tejedor, Albarracín,
Peña, López, José Mármol y Bartolomé Mitre, con sus miembros correspondientes
en San Juan (Domingo Faustino Sarmiento), Córdoba y Tucumán. La
relación con Andrés Lamas y un núcleo de opositores a Rosas en Montevideo
determinó que el Periódico La Moda, expresión del grupo en Buenos
Aires, tuviera su continuidad en El Iniciador de la ciudad cisplatina.
Las obras de la generación fructificaron en forma ininterrumpida
en los años anteriores a la caída del régimen: Alberdi: Fragmento
Preliminar al estudio del derecho, 1837; Sarmiento: Facundo, 1845;
Echeverría: Dogma socialista, 1846; Alberdi: Bases y puntos de partida
para la organización política de la República Argentina, 1852.
Juan María Gutiérrez fue por entonces una figura menos destacada.
A los 28 años inaugura el Salón Literario juntamente con Marcos
Sastre y Alberdi, con un discurso que titula Fisonomía del Saber
español: cuál deba ser entre nosotros (Véase texto en Félix Weinberg:
El Salón Literario ... pp.145-157). Premiado en el Certamen Poético
de 1841 en Montevideo, vivió dos años en esa ciudad y luego viajó
a Europa con Alberdi; se instaló luego en Chile, donde redescubrió
el Arauco Domado de Pedro de Oña, que encabezó con un estudio crítico
al que G. Weinberg considera plagiado por Rivadeneira (Weinberg;
Prólogo, pág. IX). Viajó Gutiérrez a Perú y el Ecuador, consolidando
su interés por el pasado colonial. El futuro albacea y editor de
las obras de Echeverría descubrió a Peralta Barnuevo, al que dedicó
un importante estudio. Iba madurando su convicción, netamente historicista
y romántica, de que la cultura argentina tenía hondas raíces en
el período hispánico.
Gutiérrez, al inaugurar el Salón, acudía a Herder y a Federico Schlegel,
al mismo tiempo que a la Francia del saber científico y filosófico,
denostando a la España decadente de los últimos siglos. Hablaba,
ciertamente, de ilustres excepciones, pero fijaba su atención en
América, prodigando su elogio al Almirante Colón. Su intuición americanista
corre pareja con su defensa de la poesía, y su estilo se hace poético
y metafórico en muchos momentos. No vacila en llamar al continente
nuevo "la virgen del mundo" en palabras de un autor moderno, y reclama
para el poeta un lugar de privilegio:
"Recordemos lo que pasa en nuestras almas al leer las obras de los
modernos, Byron, Manzoni, Lamartine, y confesemos a una voz que
la verdadera misión del poeta es tan sagrada como el sacerdocio."
(Félix Weinberg, pág.155).
Ya desde sus primeros textos se perfilaba su devoción por la literatura
y la estética, que lo lleva a convertirse en el crítico literario
más importante de su tiempo.
Gutiérrez puso su atención de crítico y exégeta en los textos liminares,
sin poder eludir del todo los prejuicios anticlericales y anticolonialistas
de su generación. En el caso de la Argentina de Martín del Barco
Centenera, su lectura sigue siendo, a pesar de sus desvíos, un texto
incisivamente interpretativo y orientador, que conserva su vigencia
en la exégesis del Arcediano.
3.- Centenera, crítico de la Conquista.
Uno de los comentaristas clásicos de la obra de Centenera '. el
español Félix de Azara, acusó al extremeño de querer desacreditar
a los Jefes de la expedición que integró. Juan María Gutiérrez continúa
esta perspectiva, y otorga a Centenera el lugar de cronista oficial
en la expedición de Ortiz (u Hortiz) de Zárate:
"Se infiere de la lectura de este poema que el autor tenía compromiso
con Zárate de escribir los hechos de que éste se prometía ser el
héroe.( J. M. Gutiérrez, Estudio. nota en pág. 21). La expedición
estaba compuesta, consigna, "de tres navíos, una cebra y un patache,
y probablemente abastecida del número de familias y de animales
que consta del convenio celebrado con el Virrey del Perú, confirmado
por el monarca español el 10 de junio de 1569" (ibídem, pág. 25).
Centenera describe los barcos como "mal aderezados", y dice que
"anduvieron los navíos sin concierto" hasta alcanzar el puerto de
Santander y luego el de Santiago. Escribe Gutiérrez sobre las intrigas
americanas que comienzan cuando Centenera enfrenta a Ruy Díaz Melgarejo
quien conduce prisionero al gobernador Felipe de Cáceres acompañado
por su enemigo Fray Felipe de la Torre. Halla también al misionero
José de Anchieta, "en cuyos brazos murió el mencionado obispo de
la Torre v acerca del cual le dio algunas noticias propias de la
crédula piedad de aquel apóstol brasileño (ibídem, pág.29).
Los males padecidos por la tripulación de Ortíz de Zárate en Santa
Catalina son atribuidos por Centenera a la ceguera y codicia del
Adelantado, quien abandona a su gente y marcha con 80 de ellos a
Ibiaca, beneficiándose de la generosidad de los aborígenes mientras
el hambre cundía en el resto de la expedición.. Al que está seguro
en talanquera/ muy poco se le dá que el otro muera, remata el Arcediano,
y aclara Juan María Gutiérrez "Talanquera: sitio que asegura de
algún riesgo".
La incisiva y permanente crítica de Centenera al Adelantado apunta
más arriba y alcanza al Virrey Toledo, como lo advierte Gutiérrez:
"La maquiavélica y cruel conducta del Vírrey aparece también en
los versos de Centenera en toda su fealdad, porque la presenta rodeada
de minuciosos incidentes, que le dan un relieve verdaderamente negro
y satánico, y podría servir de asunto para una preciosa novela o
para una composición dramática de sumo interés poético y filosófico
". (J. M. G. : Estudio, pág. 105).
También critica Centenera a Diego de Mendieta, el sobrino de Zárate
que toma el mando de la expedición después de su muerte, y a Hernando
de Lerma, a quien trata con ironía que Gutiérrez considera benévola.
Entre las formas veladas de la crítica que ejerce el Arcediano figura
la mención de personajes dudosos como Francisco de Salcedo, mediador
entre Lerma y el Obispo Francisco de Victoria. Si se tiene en cuenta
que Victoria se cuenta entre los firmantes de las poesías que acompañan
la edición, cabe preguntarse si ese deán no es acaso una figuración
del propio autor. La consideración de este caso hace decir a Juan
María Gutiérrez que las octavas 30 y 31 del Canto XXII se hallan
entre "las más obscuras" del poema.
Las críticas a los conquistadores se siembran en toda la obra. Centenera
llama salteador a Pedro de Mendoza por el saqueo de Roma, y recuerda
su enfermedad, "el morbo que de Galia tiene nombre". Muestra al
desnudo la indisciplina y codicia de Ortiz de Zárate, la inconducta
moral de Mendieta, la soberbia de Juan de Garay, el ánimo intrigante
del Virrey Toledo, la ambición de Hernando de Lerma, las miserias
políticas del mundo colonial en suma, la crueldad de los capitanes,
la falta de fe de algunos clérigos.
Todo ello fue visto y subrayado por Juan María Gutiérrez, quien
claramente advierte la índole moral de la obra. Su visión agudamente
crítica de la Colonia, que es la propia de su generación, le permite
hacerse cargo de la crítica ostensible o encubierta del Arcediano,
aunque sin conceder a éste suficiente autoridad moral para ejercer
esa crítica.
4.- La exaltación humanista de los naturales en la Argentina
Curiosamente, Gutiérrez no tuvo igual reconocimiento con respecto
a la actitud de Centenera en relación con los naturales. Debemos
aceptar que el propio autor indujo a una lectura equívoca de la
obra cuando la encabezó con aquellos versos del Canto I:
Del indio chiriguano encarnizado
En carne humana origen canto solo...
Si ese "solo" equivale a "solamente", sin duda el Arcediano crea
una falsa expectativa de lectura al anunciar que va a ocuparse solo
del indio chiriguano, al que de entrada califica de encarnizado
en carne humana.
La temática aborigen adquiere amplio desarrollo en la Argentina.
El historiador uruguayo Diógenes De Giorgi ubica al tema indígena,
juntamente con la crónica de la conquista, como los ejes temáticos
de la obra. "Respecto al primero, es la fuente más rica de información
etnológica que poseemos sobre la complejísima y confusa realidad
tribal que enfrentaron los primeros conquistadores rioplatenses"
(De Giorgi, p. 191). No obstante esa importancia, el historiador
considera que Centenera tiene constantemente "una visión peyorativa
de la masa indígena" (ibidem, p. 192). Tal es también, la apreciación
que tuvo Juan María Gutiérrez en el siglo pasado, apreciación en
la cual no podemos coincidir.
Nuestra lectura nos ha llevado a reconocer en Centenera una sorprendente
valoración del indígena, acorde con la línea humanista de Las Casas
y Ercilla. No podemos pasar por alto que Centenera da cuentas en
su libro de la vida y carácter de los charrúas o charusúes, los
guaraníes, chiriguanos, tambús, chanás, calchines, chiloazas, melpenes,
mañue o minuanes, veguanes, cherandíes, meguay, curuces y tapui-miries.
El indígena, cuyos orígenes se entremezclan en su visión inclusiva
con el génesis bíblico, empieza a tener presencia viva a partir
del canto VIII, cuando el relato del autor se hace autobiográfico.
Este canto y los siguientes que documentan la expedición de Ortiz
de Zárate, muestran a los indios que pueblan las costas del Brasil
auxiliando y transportando a los españoles en sus canoas, sin poder
impedir que algunos mueran.
Se instala de hecho un contraste abrupto entre la amigabilidad y
solidaridad aborigen y la rígida actitud de los jefes españoles.
La primera descripción orgánica de una tribu la dedica el autor
a los charrúas. Gutiérrez no ha dejado de percibir cierto elogio
de la barbarie, aunque lo considera involuntario y por debajo de
su modelo, Alonso de Ercilla:
"Los charrúas pueden llamarse también los Araucanos del Plata; menos
numerosos que éstos sucumbieron mientras que aquellos aún resisten
y obtendrán al fin justicia tomando la parte que les corresponde
en el banquete de la civilización. Y esta pariedad resulta en la
Argentina sin que lo advierta el mismo autor, porque si hay en su
poema estrofas que en algo se aproximan a las bellísimas de Ercilla
son aquellas en que describe a los valientes con quienes Zárate
tuvo los primeros encuentros".(J.M.G.: Estudio p. 54).
Centenera ha planteado un neto contraste entre la entereza de los
caciques Zapicán y Andayuba y la ciega soberbia de "Juan Ortiz,
que a pocos escuchaba". Las exigencias desafiantes de éste dan lugar
a una represalia cuya épica descripción aprecia Gutiérrez entre
las mejores estrofas del poema:
El Zapicano ejército venía
Con trompas y vocinas resonando
Al sol la polvareda oscurecía,
La tierra del tropel está temblando:
De sangre el suelo todo se cubría,
Y el zapicano ejército gritando,
Cantaba la victoria lastimosa
Contra la gente triste y dolorosa.
Desde la gesta homérica, en que el poeta supo conferir dignidad
tanto a aqueos como a troyanos, la filosofía humanista trabajó a
favor de un reconocimiento universal que tuvo esporádicas expresiones
en Virgilio, Dante, Nicolás de Cusa y otros autores. Nada casual
es que aquel humanismo haya tenido ocasión de manifestarse sobre
la arena concreta del encuentro de pueblos en América, promoviendo
las defensas veladas o encubiertas de Alvar Núñez Cabeza de Vaca,
Ulrico Schmidl, Alonso de Ercilla, Centenera, el Inca Garcilaso,
el indio aculturado Guamán Poma, y muchos otros cronistas o autores
épicos. Ellos se apoyan implícita y explícitamente en la filosofía
humanista del amor, que alienta el diálogo, el reconocimiento del
otro, la reconciliación de perspectivas y legalidades disímiles.
El texto de Martín del Barco Centenera ha sido injustamente comparado
con La Araucana, ante cuyo levantado estilo lírico parece desmerecer;
sin embargo, como lo señalara Alfonso Sola González, y años después
otros comentaristas (Emy Aragón Barra, José Luis Víttori La Argentina
posee su propia originalidad y merecimientos en una línea épico-cómica
de valor histórico y doctrinario. La imprenta lisboana de Pedro
Craasbeck acoge pocos años después de la obra del Arcediano al más
importante alegato a favor de la legitimidad de la cultura americana:
los Comentarios Reales.
Juan María Gutiérrez apunta que la diplomacia de la guerra suele
igualar a bárbaros y civilizados. Y así debió pensarlo el Arcediano
cuando llama a Yamandú, un cacique de importancia en el poema, nuevo
Sinón, y lo convierte en supuesto enviado de Juan de Garay a quien
Zárate manda un mensaje. Vemos aquí a los españoles recluidos en
la nave capitana, disminuidos y burlados por los indígenas que los
desafían a combates singulares:
Que salga aquel cristiano del navío
Que quisiere aceptar el desafío.
Gutiérrez niega a Centenera el haber querido hacer de Yamandú un
héroe, y mas bien lo atribuye a la casualidad, cosa que no podemos
admitir fácilmente. Anota que Yamandú .. era elocuente, pues por
esta palabra debe traducirse la de hablador que emplea Centenera
como en desprecio de este malvado, tan perro como artero". Este
pagano gigantesco era además hechicero y reacio a la prédica: Trabajé
en vano, confiesa el clérigo.
La figura de Yamandú se convierte en símbolo de la cultura autóctono,
y así aparece en varios momentos de la Argentina, No deja de advertirlo
Gutiérrez en su valiosa lectura, pese al prejuicio que le impide
admitir plenamente el humanismo de Centenera. Yamandú es el jefe
indiscutido a quien tienen sus súbditos por lumbre, por espejo y
lucero.
"Esta fisonomía - anota Juan María Gutiérrez - es tan bella como
original en su género". No bastan las calificaciones de perro o
de pagano para disminuir la estatura física y moral del cacique,
respetado por los suyos y, según Gutiérrez, "tan mal comprendido
por Centenera"(J.M.G.: Estudio, p.76).
Otra de las expediciones de la tropa enviada por Zárate y capitaneada
por Garay y Ruy Díaz Melgarejo va a dar con la nación chaná, de
la cual hicieron dos prisioneros, y luego con los guaraníes, a quienes
tomaron por sorpresa. El malón indio es usado tácticamente por los
cristianos, que buscan la morada del cacique Cayú y hacen prisionero
a su hijo. Vemos al cacique presentándose a recobrar a su hijo,
y ofreciendo a cambio una moza. Zárate es poco favorecido en la
pintura del Arcediano:
El Juan Ortiz la moza recibía
Y al indio sin su hijo en paz envía
Los cantos XVI y XVII traen la historia de Diego de Mendoza en el
Perú, y a la vez una referencia tan encubierta a Tupac-Amaru (Topa
Amaro) que indigna al comentarista Juan María Gutiérrez.
Al llegar la expedición a Santa Fe tiene ocasión el autor de describir
el encuentro con los calchinos, chiloazas y melpenes, quienes conviven
en la zona con los mancebos de la tierra, dedicados unos y otros
a la caza y la pesca. La muerte de Juan de Garay se produce a manos
de los mañua o minuanes, por la imprudencia del caudillo y la artera
conducta de los indios que irrumpen en la madrugada dando muerte
a 40 paragüeños con sus bolas, flechas, dardos y macanas.
Los minuanes, envalentonados, hacen alianza con los querandíes y
al frente de una amplia coalición reaparece Yamandú, de quien nos
dice el cronista "cuya memoria / tenemos muchas veces celebrada"-
En el canto XX se presenta otro personaje, Oberá, un guaraní instruido
y sabio, el que aplicando las enseñanzas cristianas llega a atribuirse
el carácter de Mesías de los guaraníes, y nombra pontífice a su
hijo. Este episodio da pie a Centenera para insertar un cantar guaraní,
cuya traducción también consigna:
Oberá, Oberá,
Paitupú, Jesús,
Yendebé, hiye,
hiye, hiye -
Una nota del autor reconoce haber agregado el nombre de Jesús, resultando
así un cántico mestizo. (Nota marginal a la octava 10, canto XX)
Los combates y los discursos de dos jefes indios en Santa Fe confirman
su nobleza y valentía. Dos guerreros guaraníes, Ritum y Coraci,
desafían a dos mancebos, Enciso y Espeluca. Estos combates singulares
permiten un acercamiento humano al coraje y la fuerza de los guerreros,
sean indios o españoles. Es larga (10 octavas) la descripción de
este doble combate que Juan María Gutiérrez ha comparado con la
Austríada de Juan Rufo Gutiérrez, en que lucha un español con un
mahometano (J.M.G.: Estudio, p. 218).
Los indígenas resultan vencidos pero se advierte la intención del
autor de estilizar el episodio a través de un resultado simétrico
y por lo tanto simbólico. Ritum ha perdido su mano derecha, Coraci
echa de menos el diestro ojo. Como resultado de esta batalla, el
gran Tapui-Guazú manda a quemar en la hoguera a los dos jóvenes
derrotados y luego se reúne con una junta donde pide hablar con
el sabio Urumbín. Tenemos aquí el tipo del cacique shamán, que al
consultar las estrellas declara inevitable el triunfo del blanco.
Se presentan al fin dos posiciones que Centenera tipifica en Urumbia
y en Curemo: la aceptación pacífica o la guerra. El Arcediano dispone
muy bien a sus personajes, manejándose con parejas de opuestos.
Curemo es el que huye tierra adentro, hacia los pajonales de la
laguna. Berú, indio valeroso, es el más empeñado en su regreso a
la junta, pero fracasa, pues el jefe prefiere morir antes que ceder.
Estimamos que no son éstos rasgos desdorosos que permitan rechazar
o condenar al indígena.
El combate final entre Urumbia y Curemo sobre paz o guerra es suspendido
cuando la sangre de ambos tiñe el verdor del prado. El juez sentencia,
con palabras del autor:
Lo que he dicho pronuncio y lo sentencio:
Y pongo al caso fin aquí, y silencio.
Centenera siempre acentúa el carácter defensivo de la lucha. Los
naturales construyen una fortaleza cuya idea arquitectónica es atribuida
irónicamente a Satanás. Querían librarse la gente indígena de la
gente cristiana, insiste el autor. La fortaleza es desbaratada por
los españoles en momentos en que la gente guairacana celebraba una
fiesta.
Estos son sólo algunos ejemplos de la importancia que otorga el
Arcediano a la gente autóctona, sus caciques, su doctrina, su valentía.
No se ha repetido sino rara vez la visión del indio encarnizado
en carne humana que anticipan los primeros versos. Es más, en los
episodios amorosos Centenera arriesga su tesis humanista: también
el aborigen es capaz de entrega y sacrificio por amor.
Juan María Gutiérrez ha visto a medías estos aspectos de la Argentina.
Retacea al poeta el pleno reconocimiento de su defensa humanista
del indígena, defensa por cierto encubierta en el texto, pero a
la vez concede y comparte muchos momentos desde una actitud que
lo distancia del racismo progresista de otros miembros de su generación.
Gutiérrez se manifiesta ligado al romanticismo que, en última instancia,
ha reelaborado por complejos caminos el humanismo del siglo XVI.
5.- La doble lectura de Juan María Gutiérrez a la luz de la hermenéutica
gadameriana.
Se mezclaron en la generación del 37, actuante en la organización
nacional después de la batalla de Caseros, las ideas iluministas
de Mayo, el historicismo romántico que condujo a la revaloración
de la lengua y horizonte geocultural propio, y aún, poco después,
el incipiente positivismo europeo que comenzaba a trasladar su criterio
de verdad al desarrollo de las ciencias -
La posición del grupo sobre el período hispánico o colonias americano
fluctuó entre la acusación de oscurantismo y feudalismo (Alberdi:
Fragmento), la contrastación de la cultura católica tradicional,
aprendida en la infancia, con el pragmatismo anglosajón, en dramático
duelo (Sarmiento: Facundo, Recuerdos de provincia), y la seria indagación
de textos, emprendida casi exclusivamente por Gutiérrez. El estudioso
Gregorio Weinberg señala la general "ofuscación" del juicio vigente
en aquella hora de crisis, y reconoce a un tiempo lo siguiente:
"Juan María Gutiérrez, sin dejar de compartir en líneas generales
esa posición, unió a ella una idea más profunda del proceso histórico.
No rechazó, desechando de plano, todo lo que era "colonia" o tenía
relación directa o indirecta con la metrópoli; comprendió, quizás
el único, que era imprescindible entender como una continuidad el
desenvolvimiento de estos países, continuidad que no por ello deja
de tener fisuras y crisis ... y que la visión del mismo exigía impostergablemente
comprender con mayor hondura y amplitud el pasado y todas sus vertientes.
Por ello escribe: la vida colonial, que tanto nos interesa conocer
bien y por entero." (Gregorio Weinberg, Prólogo, 1957, pág. XV)
Cabe pensar que Juan María Gutiérrez fue capaz de superar el prejuicio
ideológico por una cierta posibilidad productiva del comprender
basada en un sentido viviente de su propia tradición. Aplicaba pues,
intuitivamente, los principios de una correcta hermenéutica capaz
de articular el presente con el pasado dentro de un cierto horizonte
de comprensión.
Gutiérrez fue de hecho el continuador de la obra revalorizadora
de Pedro de Angelis - el recopilador de textos coloniales execrado
por Echeverría en famosa controversia -. Su paulatino acercamiento
a los textos liminares de su tradición le fue revelando una actitud
de escritores españoles o criollos que en los siglos XVI y XVII
enfrentaron a sus propias autoridades civiles, militares o eclesiásticas
para mirar el ámbito americano con una mirada nueva. La intencionalidad
ética impregnada de humanismo y utopía justiciera que proviene en
Gutiérrez de su formación en el romanticismo historicista le facilita
el hallar coincidencias con aquellas fuentes a las que se asoma
con respeto aunque no desprovisto de prejuicios antihispanistas
y anticlericales. Se produce en él cierta moderada "fusión de horizontes"
que tiene su sustentación en la universalidad de los valores de
su propia cultura, y en la romántica recuperación del sentido histórico.
Su lectura de la Argentina es sin lugar a dudas una lectura fundante
y reveladora, que sobrepasa los límites del prejuicio generacional
para entrar en más de una ocasión en un descubrimiento profundo
del texto estudiado. La obra de Centenera, acusada de compartir
a ratos la perspectiva de los jefes españoles ante el indígena,
se le muestra también en toda su original desnudez, poniendo de
manifiesto aspectos de una visión novedosa y enjuiciadora.
6. - Bibliografía
- Emi Beatriz Aragón Barra: La Argentina, nueva visión de un Poema.
Presentación de Ana María y Arminda Ester Aragón. Prólogo de José
Malpartida Morano. Editorial Plus Ultra. Buenos Aires, 1990. 291
páginas. - Martín del Barco Centenera: Argentina y Conquista del
Río de la Plata, Edición facsimilar de la Junta de Historia y Numismática,
con el estudio preliminar de D. Juan María Gutiérrez. Buenos Aires,
1912
- Horacio Jorge Becco: Bibliografía de Juan María Gutiérrez en RUBA,
5a. ép. Año 4, Nº 4, pp. 604-620, oct-dic 1959.
- El Iniciador edición facsimilar de la Academia nacional de la
Historia. Estudio preliminar de Mariano de Vedia y Mitre, Buenos
Aires, 1941.
- Hans-Georg Gadamer: Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica
filosófica. Traducción de Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito,
Ed. Sígueme, 1977.
- Diógenes de Giorgi: Martín del Barco Centenera, Cronista fundamental
del Río de la Plata. Ediciones del Nuevo Mundo, Montevideo, 1989.
235 páginas.
- Juan María Gutiérrez: Estudios histórico-literarios. Selección,
prólogo y notas de Ernesto Morales. Ed. Estrada, Buenos Aires, 1940.
--------- : Escritores coloniales americanos. Prólogo y notas de
Gregorio Weinberg. Buenos Aires, 1957.
--------- : Pensamientos. Prólogo de Ángel J. Battistessa. Buenos
Aires, 1980.
- La moda, edición facsimilar de la Academia Nacional de la Historia.
Prólogo y notas de José A. Oría, ed. Kraft, Buenos Aires, 1938.
- María S. de Reinel: Juan María Gutiérrez Biblioteca Humanidades
Nº 25. La Plata, 1940.
- Alfonso Sola González: Seminario sobre la Argentina de Martín
del Barco Centenera. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1950.
--------- : El realismo fabuloso de la Argentina en Megafón, Nº
5, Mendoza, junio de 1977, pág 49-59.
- Carlos M. Urien: Apuntes sobre la vida y la obra del Dr. Juan
María Gutiérrez. Buenos Aires, 1909.
- José Luis Víttori: Del Barco Centenera y "La Argentina". Orígenes
del realismo mágico en América. Ediciones Colmegna. Santa Fe, Argentina,
1991. 189 páginas.
- Félix Weinberg: El salón literario de 1837. Con textos de Marcos
Sastre, J. B. Alberdi, J. M. Gutiérrez y E. Echeverría. Ed. Hachette,
Buenos Aires, 1958.
* Escritora, estudiosa de las Letras, catedrática universitaria.
Investigadora Principal del Consejo Nacional de Investigaciones
(CONICET). Ejerció las cátedras de Introducción a la Literatura
y Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de Buenos Aires y ocupa actualmente la de Literatura Iberoamericana
en la Universidad Católica Argentina. Fundó en 1970 el Centro de
Estudios Latinoamericanos, de amplia trayectoria en la investigación
de las letras y la cultura de América Latina. Ejerció la docencia
en la Universidad Nacional de Cuyo, la Universidad del Salvador
y el Instituto Franciscano. En 1989 fundó el Centro de Estudios
Iberoamericanos de la Universidad Católica Argentina. Fue directora
de la Biblioteca Nacional de Maestros (1990-1993). Su obra publicada
abarca la investigación y la crítica literaria, el ensayo y la poesía.
Fuente: Revista América Nº 16 - 2003 | www.cehsf.ceride.gov.ar/revista_america.html

 Las
Crónicas Rioplatenses y el juicio ético de la Conquista
Por Graciela Maturro
Universidad Católica Argentina | Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas
Una nueva consideración de las crónicas coloniales
Recordemos que el nombre de crónicas, aceptado como denominación de
gran amplitud en el campo de los estudios coloniales, abarca una variedad
de materiales que responden a géneros históricos o literarios occidentales
aunque se diferencian notablemente de esos modelos efectivos o virtuales
al incluir formas novedosas, híbridas, inclasificables y originales.
Este material, que incluye cartas, memoriales, testimonios, diarios,
alegatos, documentos jurídicos, historias, narraciones autobiográficas,
cuentos, esbozos novelescos, ha sido objeto de sucesivas lecturas y
reelaboraciones. El siglo XVIII inició la minimización de su valor historiográfico,
rechazando el sentido fabuloso que contrastaba con la mentalidad científica
de la época. Es sabido que la emancipación de las naciones hispanoamericanas
trajo consigo cierta posición antihispanista, que señalaba como oscurantista
el pasado americano o pretendía ignorarlo. Pero hubo también algunos
gestos recuperadores, y se iniciaron investigaciones fecundas sobre
temas coloniales, a la vez que se producía la recuperación y publicación
de algunos documentos importantes. Todo contribuyó a la progresiva y
necesaria relectura de las crónicas, que alcanza en el siglo XX su máximo
grado de reivindicación histórica y recreación literaria.
A lo largo del siglo XX una verdadera legión de historiadores, antropólogos,
lingüistas y escritores se ha lanzó a la relectura de las crónicas,
hallando en ellas -además de fuentes históricas insoslayables- la simiente
de estudios culturales que conforman la americanística, y una extraordinaria
cantera de asuntos, personajes y formas eminentemente literarias. Sin
la lectura de las crónicas sería totalmente imposible comprender las
sucesivas oleadas novelísticas del continente, producidas por Miguel
Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Abel Posse, Reinaldo
Arenas, Homero Aridjis, Carlos Thorne, Napoleón Baccino, Libertad Demitrópulos
y muchos otros autores.
En las últimas décadas, las crónicas americanas han sido objeto de nuevos
enfoques críticos que redescubren aspectos específicamente literarios
de un material que otrora fue considerado como prioritariamente histórico
y descriptivo.
Las crónicas rioplatenses
Una nueva mirada al corpus de crónicas liminares del espacio argentino
exige una revaloración de elementos antes relegados por el interés historiográfico,
tales como relatos o anécdotas intercaladas, fábulas mitológicas, referencias
bíblicas o de otras tradiciones, citas clásicas, citas de autores contemporáneos,
etc.
La importancia de tales textos surge claramente si se piensa que constituyen
el basamento histórico, cultural, ético-político y literario de la cultura
regional paraguayo-platense, la cual, integrada a otros nucleamientos
regionales (el Noroeste Argentino, Cuyo y la región patagónica), conforma,
en su peculiar mestización interétnica, el tronco originario de la cultura
nacional.
Nuestra lectura nos ha conducido a constatar una filosofía que recorre
el ámbito de las crónicas, y se perfila como una filosofía cristiana
de sello humanista, ligada a las actitudes de los Padres de la Iglesia
y a su reelaboración por el franciscanismo y otras corrientes entre
los siglos XII y XV.
Se trata de una filosofía que, afirmada en la conjunción de los opuestos
y la continua expansión filosófica hacia la alteridad, hizo posible
la valoración de los pueblos aborígenes, el diálogo intercultural, la
aceptación del ethos evangélico.
El conocimiento de los sucesos históricos de la Conquista muestra a
las claras que esta filosofía, cuyos maestros son católicos como Nicolás
de Cusa, Erasmo y Tomás Moro, es sospechada de herética, e incluso perseguida
por el Tribunal de la Inquisición.
Los cronistas remiten a la tradición americana inmediatamente anterior
y entran en dinámica relación con otros autores contemporáneos, anteriores
y posteriores en dinámica continuidad. Sus formas exceden el marco de
la historiografía, revelando aspectos de interés específicamente literario,
acordes con la expresión de posturas personales, subjetivas, testimoniales
o doctrinarias.
En ellos puede advertirse, como una atmósfera generalizada, el enjuiciamiento
moral de la conquista armada con las consecuencias de la sumisión y
explotación del aborigen, la divergencia con el poder civil e inquisitorial,
y la afirmación del ethos humanista cristiano, herético para los funcionarios
del Santo Oficio que en ciertos casos pusieron las obras en el Index
y en otros las aprobaron a causa de su forma disimulada.
Fundar un imaginario simbólico no es tarea puramente estética. Se relaciona
con la conformación del ethos moral y religioso, signado por la vocación
de diálogo y la apertura interétnica, que ha dictado nuestras instituciones,
leyes, jurisprudencia y patrimonio social en permanente autoformación.
De ahí la importancia de relevar textos que fueron hasta el presente
poco estudiados o bien considerados exclusivamente dentro de perspectivas
historiográficas o literarias muy limitadas.
Martín del Barco Centenera, crítico de la Conquista
La obra Argentina y conquista del Río de la Plata, del extremeño Martín
del Barco Centenera, publicada en Lisboa, en 1602, es en verdad una
crónica en verso, más que un poema épico renacentista. Dejo por ahora
de lado las cuestiones referentes a su complejidad y novedad genérica,
para remitirme, a modo de ejemplo, a su carácter de alegato doctrinario,
poco advertido por la crítica.
Uno de los comentaristas clásicos de la obra de Centenera, el español
Félix de Azara, acusó al extremeño de querer desacreditar a los jefes
de la expedición que integró. Juan María Gutiérrez confirma esa interpretación,
y otorga a Centenera el lugar de cronista oficial de la expedición de
Ortiz (u Hortiz) de Zárate:
“Se infiere de este poema que el autor tenía un compromiso con Zárate
de escribir los hechos de que éste se prometía ser el héroe” (Juan M.
Gutiérrez, “Estudio”, nota en p. 28).
La expedición estaba compuesta, consigna, de tres navíos una cebra y
un patache, y probablemente abastecida del número de familias y animales
que consta del convenio celebrado con el Virrey del Perú, confirmado
por el monarca español el 10 de junio de 1569. (ibidem, p. 25).
Centenera describe a los barcos como “mal aderezados” y dice que “anduvieron
los navíos sin concierto” hasta alcanzar el puesto de Santander y luego
el de Santiago. Comienza el relato de las intrigas cuando el Arcediano
enfrenta a Ruy Díaz Melgarejo quien conduce prisionero al gobernador
Felipe de Cáceres acompañado por su enemigo Fray Felipe de la Torre.
Halla también en ese trayecto al misionero José de Anchieta, cuya mención
no parece casual dentro de la totalidad del relato que hace lugar a
algunas figuras apostólicas. (ibidem, p. 29).
Los males padecidos por la tripulación de Ortiz de Zárate en Santa Catalina
son atribuidos por Centenera a la ceguera y codicia del Adelantado,
quien abandona a su gente y marcha con 80 de ellos a Ibiaca, beneficiándose
de la generosidad de los aborígenes mientras el hambre cundía en el
resto de la expedición “Al que está seguro en talanquera muy poco se
le dá que el otro muera”, concluye el Arcediano de manera inequívoca.
La incisiva y permanente crítica de Centenera al Adelantado alcanza
al Virrey Toledo, como lo advierte Gutiérrez:
“La maquiavélica y cruel conducta del Virrey aparece también en los
versos de Centenera en toda su fealdad, por que la presenta rodeada
de minuciosos incidentes que le dan un relieve verdaderamente negro
y satánico, y podría servir de asunto para una preciosa novela o para
una composición dramática de sumo interés poético y filosófico”. (J.
M. Gutiérrez, “Estudio”, p. 105).
También critica Centenera a Diego de Mendieta, el sobrino de Zárate
que toma el mando de la expedición después de su muerte, y a Hernando
de Lerma, a quien trata con ironía.
Entre las formas veladas de la crítica que ejerce el Arcediano figura
la mención de personajes dudosos como Francisco de Salcedo, mediador
entre Lerma y el Obispo Francisco de Victoria. Si se tiene en cuenta
que Victoria se cuenta entre los firmantes de las poesías que acompañan
la edición, cabe preguntarse si ese deán no es uno de sus protegidos
doctrinales o acaso una figuración del propio autor. La consideración
de este caso hace decir a Juan María Gutiérrez que las octavas 30 y
31 del Canto XXII se hallan entre “las más obscuras” del poema.
La crítica a los conquistadores se siembra en toda la obra. Centenera
llama salteador a Pedro de Mendoza por el saqueo de Roma, y recuerda
su enfermedad “el morbo que de Galia tiene nombre”. Muestra al desnudo
la indisciplina y codicia de Ortiz de Zárate, la conducta moral de Mendieta,
la soberbia de Juan de Garay, el ánimo intrigante del Virrey Toledo,
la ambición de Hernando de Lerma, en suma las miserias políticas del
mundo colonial, la crueldad de los capitanes, la falta de fe de algunos
clérigos.
Pero Centenera no se limita a referir los sucesos de las expediciones
o las intrigas civiles y militares. Su obra ahonda de manera notable
en la descripción y conocimiento del indígena, abarcando las variadas
etnías que se extienden en la amplia región de la cuenca rioplatense,
incluyendo Paraguay, Chaco, Santa Fe y Buenos Aires.
La exaltación humanista de los naturales en la Argentina se encubre
en ciertos episodios de naturaleza ejemplar, a veces revestidos con
cierta idealización mitológica. Debemos aceptar que el propio autor
indujo a una lectura equívoca de su obra cuando la encabezó con aquellos
versos del Canto I:
Del indio chiriguano encarnizado
En carne humana origen canto solo...
Si ese solo equivale al adverbio solamente, sin duda el Arcediano crea
una falsa perspectiva de lectura al anunciar que va a ocuparse sólo
del indio chiriguano, al que de entrada califica de encarnizado en carne
humana.
La temática aborigen adquiere amplio desarrollo en la Argentina. El
historiador uruguayo Diógenes de Giorgi ubica al tema indígena, juntamente
con la crónica de la conquista, como los ejes temáticos de la obra.
Respecto al primero, es la fuente más rica y de información etnológica
que poseemos sobre la complejísima y confusa realidad tribal que enfrentaron
los primeros conquistadores rioplatenses. (De Giorgi, p. 191).
No podemos pasar por alto que Centenera da cuenta en su libro de la
vida y carácter de los charrúas o charusúes, los guaraníes, chiriguanos,
tambús, chanás, calchinos, chilozapas, melpeñes, mañua o minuanes, veguanes,
cherandías, meguay, curucas y tapui-miríes.
El indígena, cuyos orígenes se entremezclan en visión inclusiva con
el Génesis bíblico, empieza a tener presencia a partir del canto VIII,
cuando el relato del autor se hace autobiográfico. Este canto y los
siguientes que documentan la expedición de Ortiz de Zárate muestran
a los indios que pueblan las costas del Brasil auxiliando y transportando
a los españoles a sus canoas, sin poder impedir que algunos mueran.
Se instala de hecho un contraste abrupto entre la amigabilidad y solidaridad
aborigen y la rígida actitud de los jefes españoles.
La primera descripción orgánica de una tribu la dedica el autor a los
charrúas. Recurriremos nuevamente a Juan María Gutiérrez para ver que
no ha dejado de percibir cierto elogio de la barbarie, aunque lo considera
involuntario y por debajo de su modelo Alonso de Ercilla:
Los charrúas pueden llamarse también los Araucanos del Plata; menos
numerosos que éstos sucumbieron mientras que aquellos aún resisten y
obtendrán al fin justicia tomando la parte que les corresponde en el
banquete de la civilización. Y esta pariedad resulta en la Argentina
sin que lo advierta el mismo autor, porque si hay en su poema estrofas
que en algo se aproximan a las bellísimas de Ercilla son aquellas en
que describe a los valientes con quienes Zárate tuvo los primeros encuentros.
(“Estudio”, p. 54).
Cabe reconocer que Centenera ha planteado un neto contraste entre la
entereza de los caciques Zapicán y Andayuba y la ciega soberbia de “Juan
Ortiz, que a pocos escuchaba”.
Desde la gesta homérica, en que el poeta supo conferir dignidad tanto
a aqueos como a troyanos, la filosofía humanista trabajó a favor del
reconocimiento universal del hombre, no aceptado por Aristóteles aunque
incesantemente afirmado luego por los Padres de la Iglesia y después
por el cristianismo humanista de Nicolás de Cusa, León Hebreo, Erasmo
y los humanistas españoles. Nada casual es que aquel antiguo humanismo
haya tenido ocasión de manifestarse sobre la arena concreta del encuentro
de los pueblos de América, promoviendo las defensas veladas o descubiertas
del aborigen en crónicas y epopeyas. La filosofía humanista del amor,
reafirmada por el Evangelio, alentaba el diálogo, el reconocimiento
del otro, la reconciliación de perspectivas y legalidades disímiles,
así como la crítica de la soberbia y la dominación por la fuerza.
El texto de Martín del Barco Centenera ha sido injustamente comparado
con La Araucana, ante cuyo levantado estilo lírico parece desmerecer;
sin embargo, como lo señalara Alfonso Sola González, y años más tarde
otros comentaristas (Emy Aragón Barra, o el escritor santafesino José
Luis Víttori, en valiosa exégesis), la Argentina posee merecimientos
históricos, estéticos y doctrinarios, en una línea épico-cómica e incluso
novelística de gran originalidad.
El Arcediano llama a Yamandú, un cacique de importante figuración en
el poema, nuevo Sinón, y lo convierte en supuesto enviado de Juan de
Garay que tiende una treta a los invasores. Vemos aquí a los españoles
recluidos en la nave capitana, disminuidos y burlados por los indígenas
que los desafían a combates singulares:
Que salga aquel cristiano del navío
que quisiere aceptar el desafío.
Este pagano gigantesco era además hechicero y reacio a la prédica: “Trabajé
en vano” confiesa el clérigo.
La figura de Yamandú se convierte en símbolo de la cultura autóctona,
y así aparece en varios momentos de la Argentina. Yamandú es el jefe
indiscutido a quien tienen sus súbditos por lumbre, espejo y lucero.
No bastan las calificaciones de perro o de pagano para disminuir la
estatura física y moral del cacique.
Otra de las expediciones de la tropa enviada por Zárate y capitaneada
por Juan de Garay y Ruy Díaz Melgarejo va a dar con la nación chaná,
de la cual hicieron dos prisioneros, y luego con los guaraníes, a quienes
tomaron por sorpresa. El malón indio es usado tácitamente por los cristianos
que buscan la morada del cacique Cayú y hacen prisionero a su hijo.
Vemos al cacique presentándose a recobrar a su hijo, y ofreciendo a
cambio una moza. Zárate es moralmente poco favorecido en la pintura
casi elíptica del Arcediano:
El Juan Ortiz la moza recibía
y al indio sin su hijo en paz envía
Los cantos XVI y XVII traen la historia de Diego de Mendoza en el Perú,
y a la vez una referencia encubierta a Tupac-Amaru (Topa Amaro). Al
llegar la expedición a Santa Fe tiene ocasión el autor de descubrir
el encuentro con los calchinos, chiloazas y melpenes, quienes conviven
en la zona con los mancebos de la tierra, dedicados unos y otros a la
caza y a la pesca. La muerte de Juan de Garay se produce a manos de
los mañua o minuanes, por la imprudencia del caudillo y la artera conducta
de los indios que irrumpen en la madrugada dando muerte a 40 paragüeños
con sus bolas, flechas, dardos, y macanas. Los minuanes, envalentonados,
hacen alianza con los querandíes y al frente de una amplia coalición
reaparece Yamandú, de quien nos dice el cronista “cuya memoria / tenemos
muchas veces celebrada”.
En el canto XX se presenta otro personaje, Oberá, un guaraní instruido
y sabio, el que aplicando las enseñanzas cristianas llega a atribuirse
el carácter de Mesías de los guaraníes, y nombra pontífice a su hijo.
Este episodio da pie a Centenera para insertar un cantar guaraní, cuya
traducción también consigna:
Oberá, Oberá
Paitupú, Jesús.
Yendebé, hiye,
hiye, hiye.
Una nota del autor reconoce haber agregado el nombre de Jesús, resultando
así un cántico mestizo (nota marginal a la octava 10, canto XX). Los
combates y los discursos de dos jefes indios en Santa Fe confirman su
nobleza y valentía. Dos guerreros guaraníes, Ritum y Coraci, desafían
a dos mancebos, Enciso y Espeluca.
Estos combates singulares permiten un acercamiento humano al coraje
y la fuerza de los guerreros, sean indios o españoles. Extensa es la
descripción (10 octavas) de este doble combate que Juan María Gutiérrez
ha comparado con la Austriada, de Juan Rufo Gutiérrez, en que lucha
un español con un mahometano (“Estudio”, p. 218).
Los indígenas resultan vencidos pero se advierte la intención del autor
de estilizar el episodio a través de un resultado simétrico y cargado
de significación simbólica. Ritum ha perdido su mano derecha, Corachi
echa de menos el diestro ojo. Como resultado de esta batalla, el gran
Tapui-Guazú manda a quemar en la hoguera a los dos jóvenes derrotados
y luego se reúne con una junta donde pide hablar con el sabio Urumbín.
Tenemos aquí el tipo del cacique shamán, que al consultar las estrellas
declara inevitable el triunfo del blanco.
Se presentan al fin dos posiciones que Centenera tipifica en Urumbia
y en Curemo: la aceptación pacífica o la guerra. El Arcediano dispone
muy bien a sus personajes, manejándose con parejas de opuestos. Curemo
es el que huye tierra adentro, hacia los pajonales de la laguna. Berú,
indio valeroso, es el más empeñado en el regreso a la junta, pero fracasa,
pues el jefe prefiere morir antes que ceder.
No son éstos precisamente rasgos desdorosos que nos permitan rechazar
o condenar al indígena. El combate final de Urumbia y Curemo sobre paz
o guerra es suspendido cuando la sangre de ambos tiñe el verdor del
prado. El juez sentencia, en palabras que remiten al autor:
Lo que he dicho pronuncio y lo sentencio: Y pongo al caso fin aquí,
y silencio.
Centenera siempre acentúa el carácter defensivo de la lucha. Los naturales
construyen una fortaleza cuya idea arquitectónica es atribuida irónicamente
a Satanás. “Querían librarse la gente indígena de la gente cristiana”,
insiste el cronista. La fortaleza es desbaratada por los españoles en
momentos en que la gente guairacana celebraba una fiesta.
Estos son sólo algunos ejemplos de la importancia que otorga el Arcediano
a la gente autóctona, sus caciques, su doctrina, su valentía. No se
ha repetido sino rara vez la visión del indio “encarnizado en carne
humana” que anticipan los primeros versos. Es más, en los episodios
amorosos, tan importantes para la comprensión hermenéutica de la Argentina,
Centenera arriesga su tesis humanista: también el aborigen es capaz
de entrega y sacrificio por amor.
La compulsa fenomenológica y hermenéutica de esta obra singular nos
conduce a una pregunta:
¿Fue defenestrado el Arcediano por su conducta libertina, tal como lo
ha asentando la tradición, o bien —de modo más profundo y justificado—
por su adhesión permanente aunque veladamente expuesta al credo humanista
lascasiano, crítico y liberador, en pugna con los poderes oficiales
y el celo de la Inquisición?
Bibliografía
Aragón Barra, Emi Beatriz, La Argentina, nueva visión de un poema. Presentación
de Ana María y Arminda Esther Aragón Barra, Buenos Aires, Editorial
Plus Ultra, 1990.
Becú, Teodoro; Torre Revello, José, La colección de documentos de Pedro
de Angelis y el Diario de Diego de Alvear, Buenos Aires, 1941.
Del Barco Centenera, Martín, Argentina y Conquista del Río de la Plata,
edición facsimilar de la Junta de Historia y Numismática, con estudio
preliminar de Juan María Gutérrez, Buenos Aires, 1912; edición crítica
de Silvia Tieffemberg, Colección Textos Fundacionales, Instituto de
Literatura Hispanoamericana, Facultad de Filosofía y Letras, Buenos
Aires, Casa Pardo, 1998; Argentina y Conquista del Río de la Plata,
Textos Extremeños 1, Prólogo de Ricardo Senabre, Institución Cultural
"El Brocense", Madrid, Porrúa, 1982.
Gadamer, Hans Georg, Verdad y método. Fundamentos de una hermenéutica
filosófica. traducción de Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito, Sígueme,
1977.
Giorgi, Diógenes de, Martín del Barco Centenera, Cronista Fundamental
del Río de la Plata, Montevideo, Ediciones del Nuevo Mundo, 1989.
Pupo Walker, Enrique, La vocación literaria del pensamiento histórico
en América. Desarrollo de la prosa de ficción: siglos XVI, XVII, XVIII,
y XIX. Biblioteca Románica Hispánica, Madrid, Editorial Gredos, 1982.
Sola González, Alfonso, “El realismo fabuloso de la Argentina”, en Megafón
Nº 5, junio de 1977, San Antonio de Padua, pp. 49-59.
Víttori, José Luis, Del Barco Centenera y la Argentina. Orígenes del
realismo mágico en América, Santa Fe, Colmegna, 1991.
Fuente: http://www.bn.gov.ar/archivos/anexos_libros/mat/L4.htm
[Imagen: Martín del Barco Centenera representado en
el monumento a España en Buenos Aires]

 La
Argentina
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Don Martín del Barco Centenera, Arcediano del Río de la Plata
Introducción
Al Marqués de Castel Rodrigo, Virrey, Gobernador y Capitán General
de Portugal, por el rey don Felipe III, Nuestro Señor
Habiendo considerado y revuelto muchas veces en mi memoria el gran gusto
que recibe el humano entendimiento con la lectura de los varios y diversos
acaecimientos de cosas, que aun por su variedad es la naturaleza bella,
y que aquellas amplísimas provincias del Río de la Plata estaban casi
puestas en olvido, y su memoria sin razón obscurecida, procuré poner
en escrito algo de lo que supe, entendí y vi en ellas, en veinticuatro
años que en aquel nuevo orbe peregriné: lo primero, por no parecer al
malo e inútil siervo que abscondió el talento recibido de su señor;
lo segundo, porque el mundo tenga entera noticia y verdadera relación
del Río de la Plata, cuyas provincias son tan grandes, con gentes tan
belicosas, animales y fieras tan bravas, aves tan diferentes, víboras
y serpientes que han tenido con hombres conflicto y pelea, peces de
humana forma, y cosas tan exquisitas que dejan en éxtasis a los ánimos
de los que con alguna atención las consideran.
He escrito, pues, aunque en estilo poco pulido y menos limado, este
libro, a quien intitulo y nombro Argentina, tomando el nombre del subjeto
principal, que es el Río de la Plata; para que Vuestra Excelencia, si
acaso pudiera tener algún rato como que hurtado a los necesarísimos
y graves negocios de tan grande gobierno como sus hombros tienen, pueda
con facilidad leerle, sin que le dé el disgusto y fastidio que de las
largas y prolijas historias se suele recibir; y heme dispuesto a presentarla
y ofrecerla a Vuestra Excelencia como propia suya; pues, según derecho,
los bienes del siervo son vistos ser del señor.
Y así confío que, puesto en la posesión del amparo de Vuestra Excelencia,
cobrará nuevo ser y perpetuo renombre mi trabajo; y pido a Dios se siga
sólo haber acertado a dar a Vuestra Excelencia algún pequeño contento
con este mi paupérrimo servicio, lo que será para mí muy aventajado
premio, y crecerán en mí las alas de mi flaco y débil entendimiento
para volar, aspirando siempre a cosas más altas y mayores, enderezadas
todas a su fin debido, que es el servicio de Dios, de Su Majestad y
de Vuestra Excelencia, a quien Dios nos guarde por largos y felicísimos
tiempos, para el buen gobierno y amparo de este reino, y como yo, siervo
y perpetuo capellán de Vuestra Excelencia, deseo.
De Lisboa, 10 de Mayo de 1601.
Canto primero
En que se trata del origen de los Chiriguanas o Guaranís, gente que
come carne humana, y del descubrimiento del Río de la Plata.
Del indio Chiriguana encarnizado
en carne humana, origen canto solo.
Por descubrir el ser tan olvidado
del argentino reino, ¡gran Apolo!,
envíame del monte consagrado
ayuda con que pueda aquí, sin dolo,
al mundo publicar, en nueva historia,
de cosas admirable la memoria.
Mas, ¡qué digo de Apolo!, Dios eterno,
a vos solo favor pido y demando.
Que mal lo puede dar en el infierno
el que en continuo fuego está penando.
Haré con vuestra ayuda este cuaderno,
del argentino reino recontando
diversas aventuras y extrañezas,
prodigios, hambre, guerras y proezas.
Tratar quiero también de sucedidos
y extraños casos que iba yo notando.
De vista muchos son, otros oídos,
que vine a descubrir yo preguntando.
De personas me fueron referidos
con quien comunicaba, conversando
de cosas admirables codicioso,
saber por escribirlas deseoso.
Perú de fama eterna y extendida
por sus ricos metales por el mundo;
la Potosí imperial ennoblecida
por tener aquel cerro tan rotundo;
la tucumana tierra bastecida
de cosas de comer, con el jocundo
estado del Brasil, darán subjeto
a mi pluma que escriba yo prometo.
Que aunque en esta obra el fundamento
primero y principal, Río de la Plata,
y así es primero su descubrimiento;
con todo no será mi pluma ingrata,
que aquí pintará al vivo lo que siento
del nuevo orbe al marqués Mora; y si trata
contrario a la verdad, yo sea borrado
de su libro, y a olvido condenado.
También diré de aquel duro flagelo
que Dios al mundo dio por su pecado,
el Drake que cubrió con crudo duelo
al un polo y al otro en sumo grado.
Trataré de castigos que del Cielo
parece nuestro Dios nos ha enviado:
temblores, terremotos y señales
que bien pueden juzgarse por finales.
En todo hallará bien si lo quisiere
a su gusto el lector, gusto sabroso.
Y guste lo que más gusto tuviere,
y deje lo sin gusto y disgustoso,
hará al fin lo que más gusto le diere,
que esto de escribir es azaroso.
En nombre de Jesús comienzo agora,
y de la Virgen para Emperadora.
Después del gran castigo y gran justicia
que hizo nuestro Dios Omnipotente
por ver cómo crecía la malicia
del hombre que compuso sabiamente,
habiendo recibido la propicia
señal del amistad, Noé prudente,
de Japhet, hijo suyo, así llamado,
Tubal nació valiente y esforzado.
Aquéste fue el primero que en España
pobló; pero después viniendo gentes
con la de aqueste Tubal y otra extraña
más, del mismo Noé remanecientes,
España se pobló, y tanta saña
creció entre unos hombres muy valientes
Tupís que por costumbre muy tirana
tomaron a comer de carne humana.
Creciendo en multitud por esta tierra
Extremadura bella, aquesta gente
de tan bestial designio y suerte perra,
por atajar tal mal de incontinente
hicieron los Ricinos grande guerra
contra aquestos caribes fuertemente;
en tiempo que no estaba edificada
la torre de Mambrós tan afamada.
Ni menos el alcázar trujillano,
en que vive la gente trujillana,
ni la puente hermosa que el Romano
en Mérida nos puso a Guadiana.
Ni había comenzado el lusitano,
que habita en la provincia comarcana.
Empero había Ricinos en la tierra,
muy fuertes y valientes para guerra.
Aquéstos son nombrados Trujillanos,
cual pueblo Castrum Julii fue llamado,
que cuando le poblaron los Romanos
el nombre de su César le fue dado.
Fronteros de estas tierras los profanos
de aquel designio pérfido, malvado,
caribes inhumanos habitaban,
y toda la comarca maltrataban.
Corriendo las riberas del gran Tajo,
y a veces por las sierras de Altamira,
ponían en angustia y en trabajo
la gente con su rabia cruda y dira.
No dejan cosa viva, que de cuajo,
cuanto puede el caribe, roba y tira;
a cuál quitan el hijo y los haberes,
y a otros con sus vidas las mujeres.
Vistos por los Ricinos trujillanos,
con ánimo invencible belicoso,
contra aquellos caribes inhumanos
formaron campo grande y poderoso.
Venido este negocio ya a las manos,
de entre ambas partes fue muy sanguinoso;
mas siendo los caribes de vencida,
las reliquias se ponen en huida.
Expulsos de la tierra, fabricaron
las barcas y bateles que pudieron,
y a priesa muchos de éstos se embarcaron
y sin aguja al viento velas dieron.
A las furiosas aguas se entregaron,
y así de Extremadura se salieron;
y a las islas, que dicen Fortunadas,
aportan con sus barcas destrozadas.
Platón escribe y dice que solía
el mar del norte, Atlántico llamado,
ser islas lo más de él, y se extendía
la tierra desde España en sumo grado.
Y que en tiempos pasados se venía
por tierra mucha gente; y se han llamado
las islas Fortunadas que quedaron,
cuando otras del mar Norte se anegaron.
Y así a muchos pilotos yo he oído
que navegando han visto las señales
y muestras de edificios que han habido
(cosas son todas estas naturales,
que bien pueden haber acontecido)
por donde los Tupís descomunales
irían fácilmente a aquellas partes,
buscando para ello maña y artes.
Llegando, pues, allí ya reformadas
sus barcas y bateles, con gran pío,
tornáronse a entregar a las hinchadas
ondas del bravo mar a su albedrío.
Las barcas iban rotas, destrozadas,
cuando tomaron tierra en Cabo Frío,
que es tierra del Brasil, yendo derecho
al Río de la Plata y al Estrecho.
Comienzan a poblar toda la tierra,
entre ellos dos hermanos han venido.
Mas presto se comienzan a dar guerra,
que sobre un papagayo ha sucedido.
Dejando el uno al otro, se destierra
del Brasil, y a los llanos se ha salido.
Aquel que queda ya Tupí se llama,
estotro Guaraní de grande fama.
Tupí era el mayor y más valiente,
y al Guaraní menor dice que vaya
con todos sus soldados y su gente,
y que él se quedará allí en la playa.
Con la gente que tiene incontinente
el Guaraní se parte y no desmaya,
que habiendo con su gente ya partido,
la tierra adentro y sierras ha subido.
Pues estos dos hermanos divididos
la lengua guaraní han conservado,
y muchos que con ellos son venidos
en partes diferentes se han poblado,
y han sido en los lenguajes discernidos,
que por distancia nadie ha olvidado.
También con estos otros, aportaron,
que por otro viaje allá pasaron.
Mahomas, Epuaes y Calchines,
Timbúes, Cherandíes y Beguaes,
Agaces, y Nogoes, y Sanafines,
Maures, Tecos, Sansoues, Mogoznaes.
El Paraná abajo, y a los fines
habitan los malditos Charruaes,
Naúes y Mepenes, Chiloazas;
a pesca todos dados y a las cazas.
Los nuestros Guaranís, como señores,
toda la tierra cuasi dominando,
por todo el Paraná y alrededores
andaban crudamente conquistando.
Los brutos, animales, moradores
del Paraguay sujetan a su mando.
Poblaron mucha parte de esta tierra,
con fin de dar al mundo cruda guerra.
Poblando y conquistando han alcanzado
del Perú las nevadas cordilleras,
a cuyo pie ya tienen subyugado
el río Pilcomayo y sus riberas.
Muy cerca de la sierra han sujetado
a gente muy valientes y guerreras
en el río Condorillo y Yesuí,
y en el grande y famoso Guapaí.
Una canina rabia les forzaba
a no cesar jamás de su contienda.
Que el Guaraní en la guerra se hartaba
(y así lo haría hoy, sin la rienda
que le tenemos puesta), y conquistaba
sin pretender más oro, ni hacienda,
que hacerse como vivas sepulturas
de símiles y humanas criaturas.
Que si mirar aquéstos bien queremos,
caribe dice, y suena sepultura
de carne, que en latín caro sabemos
que carne significa en la lectura.
Y en lengua guaraní decir podemos
ibi, que significa compostura
de tierra do se encierra carne humana;
caribe es esta gente tan tirana.
Teniendo, pues, la gente conquistada,
en mil parajes se poblaron de hecho.
El Guaraní con ansia acelerada
a los Charcas camina muy derecho.
La cordillera y sierra es endiablada,
parece le será de gran provecho
parar aquí, y hacer asiento y alto,
con fin de allí al Perú hacer asalto.
Muy largos tiempos y años se gastaron,
y muchos descendientes sucedieron
desde que los hermanos se apartaron.
De Tupí en el Brasil permanecieron
Tupíes, y destotros que pasaron
Guaraníes se nombran, y así fueron
guerreros siempre aquestos en la tierra,
que el nombre suena tanto como guerra.
Aquestos Guaraníes se han mestizado
y envuelto con mil gentes diferentes,
y el nombre Guaraní han renunciado,
tomando otro por casos y accidentes.
Allá en las cordilleras, mal pecado,
Chiriguanaes se dicen estas gentes,
que por la poca ropa que tenían
de frío muchos de ellos perecían.
La costa del Brasil es muy caliente,
y el Paraguay y toda aquella tierra.
Camina aquesta gente del oriente,
y para en las montañas y la sierra,
caminando derechos al poniente,
haciéndoles el frío cruda guerra
que mal puede el desnudo en desafío
entrar y combatirse con el frío.
Llegaron, pues, al fin a aquel paraje
do el frío les hizo guerra encarnizada,
y frío chiri suena en el lenguaje
del Inga, que es la lengua más usada;
guana es escarmiento de tal traje.
Aquesta gente iba mal parada,
y el frío que tomaron, escarmiento
fue para el Chiriguana y cognomento.
En este tiempo ya habían venido
por otra parte y vía al Perú gentes;
por ser tan exquisitos, no he querido
sus nombres referir tan diferentes,
en una lengua muchos se han unido,
que es quichua, y los hidalgos y valientes
de aqueste nombre Inca se han jactado,
y a todos los demás han sujetado.
Estando de esta suerte apoderados
los Incas, los Pizarros allegaron,
y siendo del Perú bien enterados,
la tierra en breve tiempo conquistaron.
Los Guaranís sus dientes acerados
alegres con tal nueva aparejaron,
pensando que hartarían sus vientres fieros
de la sangre de aquellos caballeros.
El corazón pedía la venganza
de sus pasados padres, que habían sido
de la tierra Extremeña a espada y lanza
expulsos, como arriba habéis oído.
Mas viendo de Pizarro la pujanza,
temieron de pasar; y así han tenido
por seguros los montes despoblados,
sin ser a gente humana sujetados.
De allí hacen hazañas espantosas,
asaltos, hurtos, robos y rapiñas,
contra generaciones belicosas
que están al rededor circunvecinas.
En sus casas están muy temerosas,
como unas humillísimas gallinas,
con sobrado temor noche y mañana,
temiendo de que venga el Chiriguana.
Usan embustes, fraudes y marañas,
también tienen esfuerzo y osadía,
y así suelen hacer grandes hazañas,
que arguyen gran valor y valentía.
A aquéstos vi hacer cosas extrañas
en tiempo que yo entre ellos residía;
y el que no me quisiere a mí escuchallo,
al de Toledo vaya a preguntallo.
Dejemos esto agora; navegando
Magallanes también vino derecho,
la costa del Brasil atrás dejando
en busca fue y demanda del Estrecho,
salió del mar del sur atravesando,
y hállase contento y satisfecho,
y al mundo da una vuelta con Victoria,
ganando en este caso fama y gloria.
Después a los quinientos y trece años,
contados sobre mil del nacimiento
de aquel que padeció por nuestros daños,
dio Juan Díaz de Solís la vela al viento;
al Paraná aportó, do los engaños
del Timbú le causaron finamiento
en un pequeño río de grande fama,
que a causa suya de Traición se llama.
Por piloto mayor de Magallanes
al Estrecho venido aquéste había;
no harto de pasar penas y afanes,
la conquista a don Carlos le pedía.
Entró el río arriba con desmanes,
hasta que ya el postrero le venía,
en que su alma del cuerpo se desata,
poniendo al Paraná nombre del Plata.
No fue sin causa, creo, de secreto,
y señal de misterio y buen agüero.
Aunque es así que todo está sujeto
al alto, divino juicio verdadero,
y aunque usó este nombre por respeto,
que vido cierta plata allí primero,
yo entiendo que ha de haber grande tesoro
algún tiempo de plata allí y de oro.
La muerte pues de aquéste ya sabida,
el gran Carlos envía el buen Gaboto
con una flota al gusto proveída,
como hombre que lo entiende y que es piloto.
Entró en el Paraná, y ya sabida
la más fuerza del río le ha sido roto
del Guaraní, dejando fabricada
la torre de Gaboto bien nombrada.
Algunos de los suyos se escaparon
de aquel río Timbús do fue la guerra,
al río de San Salvador después bajaron,
donde la demás gente estaba en tierra.
A nuestra dulce España se tornaron,
huyendo de esta gente infiel y perra.
Mas no pone temor esta destroza
a don Pedro Guadix y de Mendoza.
Don Pedro de Guadix, como diremos,
después de haber de Roma malvenido,
cuando hubo disensión en los supremos,
el gobierno argentino hubo pedido. 0
Empero algún tanto ahora descansemos,
que no le dejaremos por olvido,
pues su hambre rabiosa y grande ruina
ayuda a lamentar a la Argentina.
De nuestro río argentino y su grandeza
tratar quiero en el canto venidero,
de sus islas y bosques y belleza
epílogo haré muy verdadero.
Ninguno en lo leer tenga pereza,
que espero dar en él placer entero 0
de cosas apacibles y graciosas
y dignas de tenerse por curiosas.

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