[Conferencia pronunciada en el el auditorio de la Universidad
de Antioquia, Colombia, en 1963]
Señoras y señores:
Uno de los primeros versos del Evangelio según San Juan dice,
si no me equivoco, "El Espíritu sopla dondequiera". Y ahora
a esta cita voy a agregar otra que parece más diversa, y sobre
todo asaz diversa del tema que voy a tratar, que es la poesía
y el arrabal. Se trata de una cita de Bernard Shaw. A éste le
preguntaron: "¿Usted cree realmente que el Espíritu Santo ha
escrito la Biblia?", y Bernard Shaw contestó: "No sólo la Biblia,
sino todos los libros que vale la pena releer." Es decir, para
Bernard Shaw, el Espíritu Santo es lo que antiguamente llamaban
la Musa. Recordemos aquella tradicional invocación de Homero:
"Canta, oh Musa, la cólera de Aquiles." O, ya que soy argentino,
recordemos aquel pedido del gaucho Martín Fierro: "Pido a los
santos del cielo que ayuden a mi pensamiento", etcétera. Y nuestra
mitología moderna, no mucho más clara y ciertamente menos hermosa,
prefiere hablar no de la Musa y del Espíritu, sino de la subconsciencia
o del subconsciente colectivo, lo cual no contribuye a aclarar
las cosas.
Pues bien, a todo esto me ha llevado el tema de la conferencia
de hoy, aparentemente tan lejano: la poesía y el arrabal. Voy
a explicarme. El proceso histórico argentino, ese proceso que
ha sido abreviado esta mañana por Sergio Moreno Torres en una
conferencia admirable, ese proceso, como todos los procesos
históricos, es un proceso complejo. Aunque nuestra historia
es breve, ya que podemos hacerla brotar de aquella lluviosa
mañana de mayo de 1810; o también podemos pensar en las dos
fracasadas invasiones inglesas que fueron rechazadas, no por
las autoridades coloniales, sino por los habitantes de la ciudad
de Buenos Aires (y ese hecho sirvió para que sintiéramos que
podíamos ser algo, algo que no podíamos precisar pero que presentíamos:
ser argentinos). Luego vino la revolución, vino aquella guerra
de independencia en que colombianos y argentinos compartieron
la gloria. Luego, otros hechos. Las sangrientas guerras civiles,
la guerra contra el Brasil, la primera dictadura, la reorganización
del país, la guerra entre Buenos Aires y las provincias, la
gradual conquista del desierto -que en la provincia de Buenos
Aires duró hasta 1880. La guerra con el indio en el norte, que
fue posterior, y luego tenemos la segunda dictadura, la inolvidable
para tantos argentinos revolución de 1955.
Y, además, una literatura.
Una literatura que empieza con los románticos, con Lafinur,
con Echeverría, y luego llega a la poesía culta de... -pero
al decir estos nombres no quiero omitir otros-: Ezequiel Martínez
Estrada y Enrique Banchs. Y a todo esto podemos agregar también
los complejos destinos humanos, las generaciones humanas, esa
suerte de rutina humana y acaso divina del nacimiento, del estudio,
del amor, de la desventura, de las enfermedades, que son una
forma de la muerte, y luego de la muerte. Es decir, tenemos
un proceso bastante complejo como el de todas las naciones.
Y, a priori, quién hubiera dicho que hay ciertos acontecimientos
que hubieran podido inspirar una literatura no indigna de estudio.
Digamos, la guerra de la independencia, por ejemplo, o el minucioso
destino de cualquier hombre argentino, ya que yo creo que a
todo hombre le ocurren todas las cosas esenciales, que son las
únicas que importan. Y, sin embargo, al estudiar la literatura
argentina vemos que hay dos cosas fuera, digamos, de la dicha
o desdicha personal, que parecen haber inspirado a los escritores,
y esas dos cosas son la llanura y el arrabal: o, si ustedes
prefieren, el gaucho y el compadrito. Por eso dije al principio
que el Espíritu sopla dondequiera.
La literatura es muy misteriosa, no sabemos cómo se produce,
tiene sus preferencias y sus relaciones secretas; o, como una
cortesía mexicana, dijo Alfonso Reyes, simpatías y diferencias
-que es, como ustedes saben, el nombre de uno de sus libros.
Y, antes de hablar del arrabal, querría, a riesgo de repetirme,
decir algunas palabras sobre el otro tema, el tema del gaucho,
tan importante en nuestras letras desde los diálogos de Bartolomé
Hidalgo hasta las novelas de Ricardo Güiraldes y de Acevedo
Díaz. Porque ese tipo humano, ese tipo de pastor ecuestre, ese
tipo de domador de caballos, para decirlo con las últimas palabras
de la Ilíada, y de este tropero de hacienda a través de regiones
desiertas, es un tipo que se ha dado realmente en toda América,
digamos desde Nebraska o Montana hasta los confines australes
del continente. Ha habido diferencias étnicas. Ese hombre, ese
hombre arquetípico, ha llevado diversos nombres; se ha llamado
o se llama cowboy, vaquero, llanero, yagunzo, guaso, gaucho...
gaucho... pero su destino de riesgo y de soledad ha sido más
o menos el mismo, con rasgos diferenciales de escasa importancia.
Ahora bien, ese personaje ha dado, en el norte, el western,
que no debemos despreciar, y ha dado en la República Oriental
del Uruguay y en la República Argentina la poesía gaucha. Es
decir, estamos aquí ante un fenómeno literario.
Preguntar
por qué se dio la literatura gaucha en la región del Plata es
una pregunta difícil; puede deberse al hecho de que hombres
de la ciudad convivieron, durante la guerra, y durante los veraneos
también, con el gaucho: ésa sería una razón. Tendríamos también
otra razón de orden filológico: el hecho de que no hay, contrariamente
a lo que afirman los autores de diccionarios de argentinismos,
un dialecto gaucho, sino más bien una entonación gauchesca del
común idioma español.
Lo
cierto es que los argentinos, más allá de nuestras convicciones,
nos sentimos de algún modo identificados con el gaucho, y no
creo que eso ocurra en otras regiones. Por ejemplo, en la literatura
de los Estados Unidos, el cowboy es un personaje bastante lateral
y subalterno; y desde luego un americano del norte puede sentirse
identificado con el Middle West, con la época feudal del sur
antes de la guerra de secesión; con New England, la erudita,
lectora y escritora. En cambio los argentinos -aunque desde
luego queramos que esto ocurra- sentimos cierta identidad con
el gaucho. Y tenemos un caso muy curioso en Domingo Faustino
Sarmiento, que ciertamente abominaba del gaucho; y este Sarmiento
crea para las memorias de las venideras generaciones la figura
del caudillo gaucho riojano de Facundo Quiroga, que tuvo dos
circunstancias afortunadas: una fue que lo asesinaron en una
galera, lo cual se presta a la pintura, y otra fue que Sarmiento,
que lo aborrecía, escribió su biografía. Bueno, algo parecido
ocurre con el arrabal, al cual llego: al fin -dirán ustedes.
Ilustración
de Alberto Breccia para La historia de Rosendo Juárez
Ahora, el arrabal de Buenos Aires no es un arrabal especialmente
pintoresco, o que tenga rasgos diferenciales importantes; sobre
todo el arrabal de lo que podríamos llamar el mito del arrabal.
Ni siquiera era muy pobre; era menos pobre que las villas miseria
que ha creado la industria. En un país ganadero y un poco agrícola,
la pobreza no podía ser muy grande. Cuando yo era chico, por
ejemplo, recuerdo que, fuera de algunas zonas un poco perdidas
al sur del Riachuelo, el arrabal no era de ranchos de lata sino
de casas de material. No era especialmente pintoresco tampoco,
fuera de algunas esquinas pintadas de rosa o de verde; había
cierta diferencia en la indumentaria, pero no muy grande tampoco.
Quiero decir que lo importante del arrabal en la literatura
argentina es más bien la importancia que esa literatura le ha
dado, además de otro rasgo al cual me referiré más tarde. Ahora,
¿cuándo empezó esa literatura argentina del arrabal?
El arrabal, que no se llamaba así antes, por ejemplo mi abuelo
no hablaba del arrabal, ni mi padre tampoco, sino de las orillas,
y al decir las orillas pensábamos menos en las orillas del agua,
en lo que se llamaba El Bajo, desde Palermo hacia un poco más
allá del barrio de las bocas del Riachuelo, no: pensábamos ante
todo en las orillas de la tierra; porque esa metáfora que confunde
la llanura con el mar es una metáfora natural, no una metáfora
artificiosa. Es decir, pensábamos en esas vagas, pobres y modestas
regiones en que iba deshilachándose Buenos Aires hacia el norte,
hacia el oeste y hacia el sur. Esas regiones de casas bajas,
esas calles en cuyo fondo se sentía la gravitación, la presencia
de la pampa; esas calles ya sin empedrar, a veces de altas veredas
de ladrillo y por las que no era raro ver cruzar un jinete,
ver muchos perros. Nada de esto era muy pintoresco, pero ahora
quizá lo sea, porque ya lo vemos, no a través de la realidad,
sino a través de la imaginación de quienes lo han contado.
Decía Mr. Coole, refiriéndose al silver progress memorial, que
una de las maravillas de la literatura es que lo imaginado por
un hombre llegue a ser parte de la memoria de otros. Y así las
orillas un tanto grises -nada pintorescas, por cierto- de Buenos
Aires, sin embargo, han atraído a los escritores. No se ha escrito
hasta ahora, que yo sepa, un libro sobre el arrabal y la literatura
en Buenos Aires, como tenemos, por ejemplo, un libro de William
Alzaga sobre la pampa en la literatura argentina, que empieza
con Echeverría y llega a Güiraldes y llega más allá también.
Si yo tuviera que escribir ese libro -que ciertamente no escribiré
porque me queda poco tiempo, y prefiero dedicar ese tiempo al
estudio, a la filología, y a mis imaginaciones personales, que
a los trabajos eruditos para los cuales me incapacitan no sólo
mi casi segura ceguera sino mi plena haraganería-, empezaría
ese libro con Hilario Ascasubi, que fue uno de los primeros
poetas gauchescos. Y lo hago porque en los versos de Hilario
Ascasubi, escritos durante la primera tiranía, la de Don Juan
Manuel de Rosas, ya está la voz del compadrito, ya está el tono
del compadrito. Y él mismo emplea esa palabra en una larga estrofa,
que no recuerdo, pero en la cual un hombre le dice al fin a
una mujer: "Mi alma, yo soy compadrito." Pero ésa está sobre
todo, yo creo, en estrofas breves, como ésta en que Ascasubi
se refiere al cielito; el cielito era la música popular de Buenos
Aires, esto lo sabemos por Hidalgo, por el mismo Ascasubi, y
por una referencia de Mitre, en que habla del cielito que el
porteño hace oír. Pues bien, Ascasubi dice:
Vaya un cielito rabioso
cosa linda en ciertos casos
en que anda un hombre ganoso
de divertirse a balazos
Ahora bien, esta entonación -y creo que lo principal, lo esencial
en la poesía es la entonación, no las ideas- es exactamente
la entonación de ciertas coplas populares del compadrito, es
decir, del plebeyo de Buenos Aires, o mejor dicho de las orillas
de Buenos Aires, porque su situación económica no le permite
vivir muy cerca del centro, aunque las orillas estaban muy cerca
del centro. He repetido unos versos de Ascasubi. Ahora oirán
ustedes unas coplas populares y verán que la entonación es la
misma:
Astor Piazzolla & Jorge Luis
Borges - El Tango (1965) con Luis Medina Castro
Yo soy del barrio del norte
soy del barrio de Retiro
yo soy aquel que no miro
con quien tengo que pelear
y a quien en milonguear
ninguno se puso a tiro
O:
Soy del barrio Monserrate
donde relumbra el acero
lo que digo con el pico
lo sostengo con el cuero
O:
Hágase a un lao, se lo ruego,
que soy de la Tierra ‘el Fuego
... es decir, los alrededores de la penitenciería nacional.
Ustedes ven que la entonación es la de Ascasubi. Creo que estas
coplas le hubieran gustado a Ascasubi.
Y luego llegamos a un escritor, no sé si justa o injustamente
olvidado, pero del cual procede, si no me engaño, el sainete.
Hablo de un compadrito que tenía nombre de compadrito: se llamaba
Nemesio Trejos. Y frecuentaba, hacia mil ochocientos sesenta
y tantos, creo, setenta y tantos (yo tengo mucha facilidad para
el olvido, pero sobre todo para el olvido de fechas. Ahí mi
memoria se ha especializado, digamos), bueno, él frecuentaba
un almacén en el cual se reunían payadores,
guapos,
gente del hampa, que se llamaba El Almacén de la Milonga, y
que estaba situado -esta topografía es para argentinos- en la
esquina de Charcas y Andes, es decir, Charcas y José Evaristo
Uriburu, diremos ahora, no muy lejos de lo que Lugones llama
el barrio galante. Hay una página admirable de Lugones, en su
historia de Sarmiento, en la cual él se refiere al compadrito
y al arrabal: lo hace de paso, pero lo hace, como todo lo suyo,
de un modo insuperable; habla de la peligrosa topografía de
esta región. Mi madre me ha hablado de una zanja que había en
la calle Viamonte. La calle Viamonte era la calle de las casas
malas por aquella época, que luego se trasladaron a la calle
Junín, y luego más o menos hubo algunas en cada barrio, y creo
que ya van a centrarse en el Bajo. El hecho es que este Nemesio
Trejos fue uno de los tertulianos de este almacén, y Lugones
ha tenido la piedad, digamos, de conservar el nombre de uno
de ellos: el Tigre Flórez. Y habla de esa gente que vivía peleando
con la policía o esquivándola, vivían matándose en duelos oscuros,
muriendo en una esquina cualquiera, y además -como Ovidio, dice
Lugones- cantando las tristezas del amor y del destierro. Este
Nemesio Trejos frecuentó ese almacén, encontró allí el tema
para los primeros sainetes, y luego vienen otros que ya lo siguen.
Tenemos a Pacheco, tenemos a Vacarezza, tenemos obras como El
arroyo Maldonado, y ahí se crea lo que alguno ha llamado la
mitología del compadre, con las exageraciones y énfasis que
eran acaso inevitables, ya que los autores de esos sainetes
tenían que acentuar los rasgos diferenciales del habla del compadrito,
puesto que sus piezas serían representadas ante un público culto.
En cambio el compadrito al hablar, o al tocar la guitarra, no
necesitaba acentuar esos rasgos que los demás poseían. Además,
un hombre inculto no puede saber cuáles son las palabras incultas
para acumularlas artificialmente, como lo han hecho después
casi todos los autores de letras de tangos. Es decir, el hombre
de pueblo habla con espontaneidad, intercala alguna palabra
en lunfardo, acaso sin saber que esa palabra está en lunfardo,
pero no las acumula artificiosa y jocosamente como tantos otros
-Contursi, Discépolo- lo han hecho después.
Desde luego que ya tendríamos para esa conjetural historia de
la poesía y del arrabal -que ojalá no se escriba, porque las
historias de la literatura suelen ser tediosas- ya tendríamos
el nombre de Ascasubi y el de Nemesio Trejos. Y a ésos tendríamos
que agregarle otro no menos importante: el de Eduardo Gutiérrez.
Leopoldo Lugones ha escrito que Eduardo Gutiérrez -esto lo escribió
en 1916, quizá muchas novelas actuales confirmarán su opinión-
sigue siendo nuestra única posibilidad de novelista, malgastada
en nuestra eterna dilapidación de talento. Es verdad que Gutiérrez
no escribió sobre el compadrito, pero escribió sobre el gaucho,
especialmente sobre el gaucho pendenciero y cuchillero. Luego,
los hermanos Podestá -uruguayos- difundieron o aumentaron la
difusión de las novelas de Eduardo Gutiérrez, mediante sus representaciones
circenses, especialmente el Juan Moreira. Yo vi una de las últimas
representaciones de los Podestá, que se hizo en un circo que
estaba en la calle Artes -los argentinos notarán que soy un
hombre viejo, porque debería decir Pellegrini y Corrientes,
que se representaba en la pista del circo. Porque Moreira, el
Martín Fierro, diremos, de esa pieza, el gaucho noble perseguido
por la policía entraba en el escenario a caballo, y luego bajaba
del caballo para pelear con los policías.
(Un hecho curioso es que, salvo en la
República Oriental y en Entre Ríos, la pelea entre estos hombres
ecuestres ha sido siempre a pie; tanto es así que se dice "una
de a pie" por una pelea o una discusión. Ahora, esto puede deberse
al armamento; puede deberse al hecho de que todos usaban cuchillo
y de que muy pocos tenían una lanza a mano. Sin embargo, me
contaron hace poco que Guillermo Hoyos, famoso cuchillero de
origen irlandés -ya el nombre de Guillermo indica algo extraño,
y Hoyos puede ser algún Hoss o Hess deformado, era tropero,
y trabajaba en la estancia de un señor que vivía cerca del Arroyo
del Medio. Este señor notó que entraban ladrones en la estancia
y robaban ovejas. Y había un mangrullo en la estancia. Si les
digo que un mangrullo es un dichadero, habré explicado lo desconocido,
por lo más desconocido. Pero creo que basta pensar en una estructura
alta, muy endeble, desde la cual puede verse, desde lejos, la
llegada de las tropas de hacienda. Y este señor, a principios
de siglo, vio que entraba gente extraña en la estancia, le avisó
a Hormiga Negra -que entre los intervalos de pelear con la policía
era un buen peón de estancia y un buen tropero- que había entrado
gente a la estancia; entonces Hormiga Negra encintó una lanza,
montó a caballo y lanceó a tres de los que habían entrado; luego,
los otros escaparon, y el patrón le hizo una reconvención a
Hormiga Negra. Le dijo: "¡Pero cómo! ¡Has lanceado a tres! ¡Pero
qué es esto!" Entonces el otro, humildemente y con la lanza
aún ensangrentada en la mano, le dijo: "Perdón, patroncito,
se me fue la mano...")
Ilustración
de Alberto Breccia para Hombre de la esquina rosada
Pues bien, el compadre, o por lo menos el compadre que yo he
conocido, solía ser carrero, cuarteador, matarife; por eso,
entre todos los barrios de Buenos Aires, el de El Corrales fue
el más famoso por su compadraje. Todo ocurría cerca de la Plaza
Constitución, después en el Parque de los Patricios. El compadre
era lector de Eduardo Gutiérrez, cuando sabía leer; y cuando
era analfabeto, lo cual es más común, era espectador de los
Podestá. Es decir, no se veía sí mismo como un compadre, se
veía como una suerte de gaucho, y además era, en muchos casos,
un hombre ecuestre [...] Nosotros lo veíamos heroico a Juan
Moreira. Y recuerdo el caso análogo del
Noi,
malevo del barrio del Abasto, barrio de aquel Charles Gardés
-más conocido como Carlos Gardel, ¿no?- Recuerdo que el Noi,
saliendo de una casa mala, tuvo un cambio de palabras con un
muchacho, le dio una distraída bofetada -las bofetadas entonces
no eran para derribar a un hombre, eran simplemente para ponerlo
en su lugar o para iniciar una pelea verdadera, ya que se hablaba
de peleadores de puños con cierto desprecio, ya que el boxeador
no arriesga la vida al pelear. Pues bien, el Noi ya es viejo,
ya famoso, ya con una constelación de muertes, digamos, abofeteó
distraídamente a ese muchacho, que no sabía con quién se las
había, y que sacó un revólver y lo mató. Y luego ese muchacho
tuvo que mudarse del barrio porque la gente lo aborrecía y lo
despreciaba, porque quién era él para matar al Noi -como quién
era el sargento Chirino para matar a Juan Moreira.
Y
ahora que he hablado de estos personajes, voy a llegar a uno
que conocí personalmente; voy a llegar a otro de los inventores
poéticos del arrabal. Me refiero a Evaristo Carriego. Evaristo
Carriego era un muchacho de los que llamamos allá familia bien,
muy venida a menos. Era hijo de un doctor, Evaristo Carriego,
que tiene que haber sido muy valiente, porque el doctor Carriego
en la Legislatura de Paraná, durante la dictadura de Urquiza
-Urquiza era un hombre que, con la pierna volcada sobre el
recado,
veía, tomando mate, degollar a filas de prisioneros. Bueno,
pues, en vida de Urquiza, algún adulón propuso que en Paraná
le hicieran una estatua a Urquiza. El doctor Carriego dijo que
ese acto era un acto de adulación y que las estatuas sólo debían
erigirse a muertos y no a vivos. Y el doctor Carriego sabía
que estaba jugándose la vida, o más precisamente la garganta
al decir esas palabras. Y sin embargo lo hizo. Carriego era
un hombre de escasa cultura. Tenía esa veneración, ciertamente
muy justa, por Francia, que tuvieron todos los hombres de su
generación -pensemos en Darío, en Lugones-, pero el hecho es
que él sabía muy poco de Francia, fuera de las campañas napoleónicas.
Recuerdo, en las sobremesas de los domingos en mi casa, que
él y mi padre nos explicaban la batalla de Austerlitz, o la
batalla de Viena, o la última batalla, la de Waterloo, ayudándose
con los cuchillos, los tenedores, los vasos, las tacitas de
café, las copas que habían quedado, para mostrarnos cómo habían
sido aquellas batallas. Y, además, Carriego fue un gran lector
de Dumas. Uno de sus poemas se titula, precisamente, Leyendo
a Dumas. Y lo leía en español, no sabía francés. Y en aquella
época -estoy hablando de 1910- no saber francés era casi como
no saber leer y escribir: todos sabíamos francés. No quiero
decir que lo habláramos correctamente o que pudiéramos tener
una conversación en francés; quiero decir algo mucho más importante:
todos podíamos gozar directamente de la literatura francesa.
La memoria de los hombres de aquella generación estaba llena
de versos de Racine, de Musset, de Hugo, y luego, cuando triunfa
el modernismo, de versos de Verlaine y de Baudelaire.
Y ahora vuelvo a lo que dije al principio. "In my end is my
beginning", en mi fin está mi principio. (Ya Heráclito había
dicho que en la circunferencia el principio se confunde con
el fin, pero la frase es abstracta, y María Estuardo se mostró
mejor escritora, mejor literata que Heráclito cuando hizo grabar
esa sentencia, que luego utiliza Eliot en un poema, en un anillo.
Porque el anillo viene a ser un ejemplo de la inscripción. El
anillo es circular, y el anillo está hablando y diciendo en
mi fin está mi principio.) Quiero volver a la épica. No sé si
con razón o sin ella, pero -esto ya lo sabía Aristóteles- la
historia es menos verdadera que la poesía... la poesía, o la
poesía argentina, ha querido ver en el compadrito, y sobre todo
en el guapo -personaje, ya lo he dicho, común a toda América-
y en el suburbio -que se da en todas las ciudades de América
también-, ha querido buscar allí, con o sin justificación histórica,
su necesidad de la épica.
Hace
cerca de cuarenta años yo cometí la imprudencia de escribir
un cuento titulado El hombre de la esquina rosada, cuyo tema
es ése: el desconocido que provoca a un desconocido, el desconocido
que llega de un barrio lejano a un barrio perdido en el oeste
de Buenos Aires, y desafía a otro a pelear con él. Ahora, cuando
escribí ese cuento lo hice con un propósito visual, porque me
había impresionado lo visual de muchos cuentos de Stevenson
y de Chesterton. Y pensé que sería curioso aplicar la materia
orillera a esa técnica, esa técnica que quiere que cada cosa
ocurra de un modo vívido; es decir, que todas las cosas ocurran
de un modo vívido; es decir, que todas las cosas ocurran como
un ballet (y hace unos tres o cuatro años se ha hecho un ballet
con ese argumento de El hombre de la esquina rosada). Ahora
bien, en ese cuento yo necesitaba que la provocación fuera brusca.
Y así, el corralero entra en el salón de baile y provoca bruscamente
al guapo local, que se llama, creo, Rosendo Suárez.
Bueno, cuando escribí ese cuento sabía, porque lo había presenciado
muchas veces, que eso era históricamente falso. Las provocaciones
nunca se hacían así. Llegaba el desconocido, se acercaba respetuosamente
al hombre que iba a desafiar, lo colmaba de elogios, y luego
esos elogios eran tan copiosos que se habían convertido en burlas,
y luego lo desafiaba a pelear. Yo he asistido personalmente
a una escena de ésas. Un amigo mío, de cuyo nombre no quiero
acordarme, estaba escribiendo una historia de la milonga y del
tango, y yo lo llevé a casa de mi amigo, caudillo de la parroquia
de Palermo, Don Nicolás Paredes, que tenía bien cumplidos los
setenta años. Paredes nos recibió con mucha cortesía, trajo
la guitarra, se negó a tocarla antes que la tocara el visitante.
Después dijo: "Yo también toco un poquito." Tomó la guitarra,
tocó mejor que el musicólogo que lo visitaba, felicitó al musicólogo
por su conocimiento de la guitarra, y entonces el musicólogo
dijo: "Bueno, pero es que yo me he criado en Cañuelas" (que
es un pueblo de la provincia de Buenos Aires). Ahora, en cuanto
mi amigo dijo "yo me he criado en Cañuelas", o no, creo que
dijo "yo soy de Cañuelas", comprendí que algo había ocurrido
en el universo, que ahí empezaba algo que yo no alcanzaba a
entender. Porque inmediatamente el viejo Paredes cambió, y me
dijo, con una especie de temblor en la voz: "¡De Cañuelas! ¡De
Cañuelas había sido el hombre!" Y luego me explicó: "En mi tiempo,
cuando llegaba alguien de Cañuelas, los más guapos se aporroneaban."
Y luego siguió hablando el musicólogo, y Paredes a cada rato
lo interrumpía para decirme, sotto voce: "¡El hombre es de Cañuelas!",
con un tono aterrado. Y esto habrá durado quizá tres cuartos
de hora, o una hora. Y luego el viejo nos pidió disculpas por
dejarnos un momento, fue al fondo de la casa y volvió con dos
puñales: Y yo noté, y notó naturalmente el musicólogo, que uno
de los puñales le llevaba un palmo al otro. "Y bueno -le dice-
elija su arma y hágale un tajo a este pobre viejo." Y al decirle
eso fue acercando la cara a la del otro. El otro, naturalmente,
le dijo que no tenía ningún deseo de estropear una noche tan
agradable como ésa. Entonces Paredes se encogió de hombros y
dijo: "Pero cómo, ¿y no había dicho que era de Cañuelas?" Y
entonces volvió y nos convidó con asado y con aguardiente, y
después, cuando yo quise comentar el incidente con él, dijo
que el otro tocaba muy bien la guitarra y era muy valiente.
Pero yo comprendí que todo eso correspondía a una época. Correspondía,
sin que Paredes se lo hubiera propuesto, a una época en la que
un hombre no podía decir -y creo que eso ocurre aquí ahora-,
en ciertos ambientes no podía decir yo soy de tal barrio o de
tal pueblo, porque eso era poner a los otros en inferioridad,
era desafiar a los otros.
En fin, podría contarles historias innumerables de desafíos.
Y otra, que no sirve para ser contada, porque duró tres o cuatro
minutos, y concluyó con la muerte de uno de los hombres. Y la
muerte es terrible, pero no encierra una anécdota como las que
he contado.
1. "Guapo",
vocablo del Río de la Plata. En el sentido de "pendenciero",
"perdonavidas", "violento audaz".-N. de la R.
2. El noi, en catalán "el muchacho".-N.
de la R.
3. Atado
de todos los aparejos del jinete.-N. de la R.
[Un Borges poco conocido,
cuento oral de Borges escrito por Bioy Casares]
"Se decía que hombres como el comisario Bertoni se habían
acabado, que ya no había más funcionarios con ese sentido
del deber, de la justicia, de la responsabilidad. Una anécdota
ilustraba estas prendas del comisario. Junto a la comisaría
había un baldío y allá pastaba una potranca a la que le
había echado el ojo un muchacho del barrio, un mozo pierna.
Una madrugada, en la seguridad de que no habría nadie, el
mozo se le acercó sigilosamente, la volteó y se la cogió.
Bertoni, que no era sonso y que estaba en todo, había maliciado
las intenciones del joven vecino y esa mañana había madrugado
más de lo habitual. Desde el alero de la comisaría, donde
mateaba, vigilaba el potrerito. En el momento oportuno se
apareció en el lugar del hecho y sorprendió al mozo. Con
aquel sentido del deber y de la responsabilidad que ya no
volverá a verse, le dijo al mozo: "Bajate los pantalones".
Y ahí nomás le rompió el culo".
[Extracto de una charla de bar en la que participaron Borges,
Bioy, Silvina, Estela Canto, Marta Mosquera y Wilcock. Publicadas
en "Borges" de Adolfo Bioy Casares, Editorial Destino. Fuente:
Revista Ñ, Clarín, 16/09/06]
Por su parte, Amalia Ugo
de Ruiz Díaz ha recopilado un delicioso
anecdotario de
Jorge Luis Borges.
GRACIAS Y DESGRACIAS DEL OJO DEL CULO
Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)
GRACIAS
Y DESGRACIAS DEL OJO DEL CULO
Dirigidas a Doña JUANA MUCHA, MONTON DE CARNE,
Mujer gorda por arrobas.
Escribiólas JUAN LAMAS, EL DEL CAMISON CAGADO.
Edición de DANIEL LEBRATO, Maestro Oculista.
[El manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de
Madrid]
Quien tanto
se precia de servidor de vuesa merced, ¿qué le podrá ofrecer
sino cosas del culo? Aunque vuesa merced le tiene tal, que
nos lo puede prestar a todos. Si este tratado le pareciere
de entretenimiento, léale y pásele muy despacio y a raíz
del paladar. Si le pareciere sucio, límpiese con él, y béseme
muy apretadamente. De mi celda, etcétera.
No se espantarán de que el culo sea tan desgraciado los
que supieren que todas las cosas aventajadas en nobleza
y virtud, corren esta fortuna de ser despreciadas de ella,
y él en particular por tener más imperio y veneración que
los demás miembros del cuerpo; mirado bien es el más perfecto
y bien colocado dél, y más favorecido de la naturaleza,
pues su forma es circular, como la esfera, y dividido en
un diámetro o zodíaco como ella. Su sitio es en medio como
el del sol; su tacto es blando: tiene un solo ojo, por lo
cual algunos le han querido llamar tuerto, y si bien miramos,
por esto debe ser alabado, pues se parece a los cíclopes,
que tenían un solo ojo y descendían de los dioses del ver.
El no tener más de un ojo es falta de amor poderoso, fuera
de que el ojo del culo por su mucha gravedad y autoridad
no consiente niña; y bien mirado es más de ver que los ojos
de la cara, que aunque no es tan claro tiene más hechura.
Si no, miren los de la cara, sin una labor, tan llanos que
no tienen primor alguno, como el ojo del culo, de pliegues
lleno y de molduras, repulgo y dobladillos, y con una ceja
que puede ser cola de algún matalote, o barba de letrado
o médico. Y así, como cosa tan necesaria, preciosa y hermosa,
lo traemos tan guardado y en lo más seguro del cuerpo, pringado
entre dos murallas de nalgas, amortajado en una camisa,
envuelto en unos dominguillos, envainado en unos gregüescos,
abahado en una capa, y por eso se dijo: "Bésame donde no
me da el sol". Y no los de la cara, que no hay paja que
no los haga caballeriza, ni polvo que no los enturbie, ni
relámpago que no los ciegue, ni palo que no los tape, ni
caída que no los atormente, ni mal ni tristeza que no los
enternezca. Lléguense al reverendo ojo del culo, que se
deja tratar y manosear tan familiarmente de toda basura
y elemento ni más ni menos; demás de que hablaremos que
es más necesario el ojo del culo solo que los de la cara;
por cuanto uno sin ojos en ella puede vivir, pero sin ojo
del culo ni pasar ni vivir.
Lo otro sábese que ha habido muchos filósofos y anacoretas
que, para vivir en castidad, se sacaban los ojos de la cara,
porque comúnmente ellos y los buenos cristianos los llaman
ventanas del alma, por donde ella bebe el veneno de los
vicios. Por ellos hay enamorados, incestos, estupros, muertes,
adulterios, iras y robos. Pero ¿cuándo por el pacífico y
virtuoso ojo del culo hubo escándalo en el mundo, inquietud
ni guerra? ¿Cuándo, por él, ningún cristiano no aprendió
oraciones, anduvo con sinfonía, se arrimó a báculo ni siguió
a otro, como se ve cada día por falta de los de la cara,
que expuestos a toda ventisca e inclemencia, de leer, de
fornicar, de una purga, de una sangría, le dejan a un cristiano
a buenas noches? Pruébenle al ojo del culo que ha muerto
muchachos, caballos, perros, etc.; que ha marchitado hierbas
y flores, como lo hacen los de la cara, mirando lo ponzoñosos
que son: por lo que dicen que hay mal de ojo. ¿Cuándo se
habrá visto que por ser testigo de vista hayan ahorcado
a nadie por él, como por los de la cara, que con decir que
lo vieron forman sus calumnias los escribanos? Fuera de
que el ojo del culo es uno y tan absoluto su poder, que
puede más que los de la cara juntos. ¿Cuándo se ha visto
que en las irregularidades se metan con el ojo del culo?
Lo otro, su vecindad, es sin comparación mejor, pues anda
siempre, en hombres y mujeres, vecino de los miembros genitales;
y así se prueba que es bueno, según aquel refrán: Dime con
quien andas, te diré quien eres. El se acredita mejor con
la vecindad y compañía que tiene que no los ojos de la cara,
que éstos son vecinos de los piojos y caspa de la cabeza
y de la cera de los oídos, cosa que dice claro la ventaja
que les hace el serenísimo ojo, del culo. Y si queremos
subtilizar más esta consideración, veremos que en los ojos
de la cara suele haber por mil leves accidentes, telillas,
cataratas, nubes y otros muchos males; mas en el del culo
nunca hubo nubes, que siempre está raso y sereno; que, cuando
mucho, suele atronar, y eso es cosa de risa y pasatiempo.
Pues decir que no es miembro que da gusto a las gentes,
pregúnteselo a uno que con gana desbucha, que él dirá lo
que el común proverbio, que, para encarecer, que quería
a uno sobremanera, dijo: "Más te quiero que a una buena
gana de cagar". Y el otro portugués, que adelantó más esta
materia, dijo: "Que no había en el mundo gusto como el cagar
si tuviera besos." Pues ¿qué diremos si probamos este punto
con texto del filósofo que dijo:
No hay contento en esta vida
que se pueda comparar
al contento que es cagar.
Otro dijo lo descansado que quedaba el cuerpo después de
haber cagado:
No hay gusto más descansado
que después de haber cagado.
Los nombres que tiene juzgarán que no tiene misterio. ¡Bueno
es eso! Dícese trasero, porque lleva como sirvientes todos
los miembros del cuerpo delante de sí, y tiene sobre ellos
particular señorío. Culo, voz tan bien compuesta que lleva
tras sí la boca del que le nombra. Y ha habido quien le
ha pueto nombre gravísimo y latino llamándole antífonas
y nalgas, por ser dos; otros, más propiamente, le llaman
asentaderas; algunos, trancaílo, y no he podido ajustar
por muchos libros que he revuelto para sacar la etimología;
lo más que he hallado es que se debe decir tancahigo, por
lo arrugado y pasado que siempre está.
Con más facilidad topé por qué se decía al lindo ojo del
culo "manojo de llaves": por lo redondo del cabo y muchas
molduras que hacen aquel mismo repulgo, y viene bien con
los que llaman cofre al culo, que es darle cerradura.; y
en los animales vemos que la Naturaleza les cubre el culo
con la cola o rabo, para que como parte más necesaria y
secreta, estuviera acompañado tapado y abrigado, y con mosqueador
para de verano, y en las aves lo mismo. Si miramos su ocupación,
es hacer lo que ninguno nunca hizo ni pudo: pues en este
mundo todos hemos menester a otros para ser proveídos: el
alguacil al corregidor, el corregidor al oidor, el oidor
al presidente, el presidente al rey. Pero el culo se provee
a sí mismo y aún en el presidente, servidor por otro nombre
(que así llaman al bacín), cosa equívoca a los derretidos
de las damas.
El culo no tiene cosa común, ni aunque me pruebes que hace
cámaras, a imitación de otros muchos, pues lo que él hace
son mojones, que son fin de términos, para dar a entender
que en llegando al culo no has de pasar adelante.
Háceme fuerza que en las almonedas dicen: "¿Hay quien puje?";
que ni sé si convidan a cagar (propiamente entonces pujar)
o si a comprar; con que es cierto que tiene grandes preeminencias,
cuando se valen de sus voces para otras cosas. Hasta los
excrementos o mierda (pasa adelante, porque no te empalagues
con tan dulce plato) son de provecho, pues según defienden
los doctores galenistas y boticarios droguistas, son buenos
para desligar Cárdeno y Alberto los del lagarto para los
ojos; los de bestias, que llaman estiércol, es con lo que
se fertilizan los campos, y a quien debemos los frutos;
la del gato de Algalia, no hay que probar ni examinar cuánto
es su valor y estimación; la mierda del buey, o boñiga,
para inmensos remedios es provechosa. Esto probado y asentado,
¿habrá curioso alguno que diga que los ojos de la cara tienen
alguna virtud? Luego el ojo del culo, él por sí solo, es
mejor y de más provecho que los ojos de la cara.
Lo que dicen del culo (los que tienen ojeriza con él) es
que pee y caga, cosa que no hacen los ojos de la cara; y
no advierten lo cuitados que más y peor cagan los ojos de
la cara y peen que no el del culo, pues en ellos no hay
sueño que no lo caguen en cantidad de legañas, ni pesadilla
o susto que no meen en abundancia de lágrimas, y esto sin
ser de provecho, como lo que echa el culo, como ya queda
probado.
Lo del pedo es verdad, que no lo sueltan los ojos; pero
se ha de advertir que el pedo antes hace al trasero digno
de laudatoria que indigno de ella. Y, para prueba desta
verdad, digo que de suyo es cosa alegre, pues donde quiera
que se suelta anda la risa y la chacota, y se hunde la casa,
poniendo los inocentes sus manos en figura de arrancarse
las narices, y mirándose unos a otros, como matachines.
Es tan importante su expulsión para la salud, que en soltarle
está el tenerla. Y así, mandan los doctores que no les detengan,
y por esto Claudio César, emperador romano, promulgó un
edicto mandando a todos, pena de la vida, que (aunque estuviesen
comiendo con él) no detuviesen el pedo, conociendo lo importante
que era para la salud. Otros dijeron que lo había hecho
por particular respeto que se debe al señor ojo del culo.
Pues decir que no es bullicioso un pedo, ¡bueno es eso!
¿Hay cosa de más gusto que ver en un concurso grande, si
se suelta uno, el rumor que mete y qué agudos acuden todos
a taparse las narices, como está dicho, y otros que más
lo huelen, haciendo la disimulada toman tabaco?
Y es probable que llega a tanto el valor de un pedo, que
es prueba de amor; pues hasta que dos se han peído en la
cama, no tengo por acertado el amancebamiento; tambien declara
amistad, pues los señores no cagan ni se peen, sino delante
de los de casa y amigos. Y un portugués preguntado cuál
era la parte principal del cuerpo dijo que el culo, que
se asentaba primero que nadie y aunque fuese delante del
rey.
Los nombres del pedo son varios: cuál le llama "soltó un
preso", haciendo al culo alcaide; otros dicen: "fuésele
una pluma", como si el culo estuviera pelando perdices;
otros dicen: "tómate ese tostón", como si el culo fuera
garbanzal. Otros dicen algo crítico: "cuesco", derivado
de la enigma; y otros han dicho: "Entre peña y peña el alba,
río que suena". De aquí se levantó aquel refrán que dice:
"Entre dos peñas feroces, un fraile daba voces". Y finalmente,
dijo el otro: "El señor don Argamasilla cuando sale chilla".
Baste ya de probanzas de la nobleza del señor don Pedo y
pase por ahora plaza de don caballero que porque no digan
me revuelco demasiado no le acoto con otros muchos lugares
y autoridades.
Dejo de tratar de los pedos degollados, si bien con esto
conocerán de su hidalguía y caballería y grandeza que tiene
el culo en este caso. Pues su fortaleza ¿quién la encarecerá?,
si es tanta que el sólo limpiarse con un paño delgado se
deja de modo por las dos partes, que es más difícil de tomar
que la inclusa.
Y, volviendo a los demás sentidos, digo que lo que se queda
en el pañuelo de la boca es gargajo, y lo de las narices
moco, y lo de los ojos legañas, y lo de los oídos cera;
pero lo queda del culo en la camisa es palomino, nombre
de ave muy regalada. Fuera de que los ojos no tienen cosa
señalada con que limpiarse; que a veces piden el pañuelo
prestado a las narices y a la boca, y otras se limpian con
las manos, y al mismo tenor los otros sentidos. Mas volviendo
al culo, ¡qué de firmas de grandes señores ha iluminado!
¡Qué papeles de los más íntimos amigos no ha visto! ¡Qué
de libros de los hombres más doctos ha gastado! ¡Qué de
billetes de damas ha firmado! ¡Qué de procesos importantes
ha manchado! y, ¡qué de camisas de Cambray y Holanda ha
teñido! Y al fin le han servido de limpiadera las mejores
y más hermosas manos del mundo, según aquel:
La mano de marfil es muy forzoso
que al culo de su dueña haya llegado.
Y lo merece todo, porque también, sin ser abeja, hace cera
o cerote (que así dicen de los medrosos).
Hasta las melecinas deben su ganancia al ojo, que aunque
no ve, algunos dijeron que veía Fulano la luz por el ojo
del culo de Zutano. Y en verdad que no es vista que invidiar
De si tiene alguna gracia o no los culos sería largo de
contar, baste decir que culos que se conocen, en la calle
se saludan. Marcial dice que son saludadores compressis
narebus Joven salutat, que en español quiere decir: represando
las nalgas saluda a Júpiter, tratando de uno que se peió
y por eso algunos le dan tanta antigüedad que dicen: ¿Qué
tiene que ver el culo con el pulso? Como si dijeran de una
cosa que no da cuidado ninguno y muy con verdad comparándola
a otra que de cada accidente se desconcierta.
Y si nos dilatamos en esta materia será proceder infinito,
sólo digo que en cuanto he hablado y ponderado del culo
aunque me queda el rabo por desollar, que sus gracias son
muchas y muy dignas de ponderación, como no son menores
sus desgracias siguientes:
DESGRACIAS DEL OJO DEL CULO
PRIMERA DESGRACIA
Enseña un ayo mugriento la lición a un descuidado niño.
Encomiéndasela a la memoria y como potencia vil pásasele
y jugando, olvida y en pena de lo que pecó la memoria abre
el culo a azotes.
SEGUNDA
Va un estudiante un madrugón a una viña, vendimia a la mitad
de ella, lleva un lagar en el estómago, topa con una fuente,
y porque se lo pide el gusto bebe hasta hartarse: pícase
la sed y deshácese en cámaras y págalo el ojo del culo.
TERCERA
El otro mesurado o engullidor miserable, por comer de balde
llenó tanto el estómago que se ahitó movido del apetito
y págalo el culo a puro jeringazos.
CUARTA
Tiene un mal curado enfermo modorra y porque el humor se
le ha apoderado de los sentidos y los descuidos que tuvo
el poco prevenido médico, lo paga el culo a puro sanguijuelas
que lo sajan vivo.
QUINTA
Sábese, según doctrina de muchos filósofos, que el regüeldo
es pedo malogrado y que hay algunos tan desdichados que
no se les permite llegar al culo, así lo enseña Angulo que
no ha acabado de salir por la boca cuando le dicen todos:
"¡Vaya a una pocilga!", y cuando sale por el ojo del culo
todo es aplaudido y cuando más le dicen cuerno, como otro
tenía costumbre de decir cuando uno se peía "¡cuerno! por
ahí comas carne y por la boca mierda, y papa te vea la madre
que te parió porque te vea más medrado; en las sopas te
lo halles como garbanzo, con esa música te entierren, sabañones
y mal de gamones, coz de mula gallega, por donde salió el
pedo meta el diablo el dedo, la víbora el pico, el puerco
el hocico, el toro el cuerno, el león la mano, el cimborrio
de El Escorial y la punta de mi caracol te metan amén".
SEXTA
Da el otro extranjero en caballerear, bizarrear y servir
a damas y traer mucha bambolla y fausto, falta a los negocios
y pierde el crédito y lo que pecaron los miembros genitales
lo paga el inocente culo. Pues al punto dicen: "Fulano ya
dio de culo".
SEPTIMA
Va el otro narciso, pisaverde a pie por la calle en tiempo
de todos y por más cuidado que pone en las chinas o piedras
que están descubiertas para asegurar los pies y andar de
guija en guija, resbálase el pie y hace pedazos el pobre
culo y de más a más se hace una plasta de todo que le coge
de pies a cabeza.
OCTAVA
Da el otro pobre a la medianoche en tiempo de invierno una
correncia o evacuación de tripas y porque con la priesa
que tiene no se acuerda bien hacia donde quedó el brasero
o barreño de la lumbre tropieza en él y hace pedazos las
piernas y el culo, cobrando con esta desgracia enfremedad
para muchos días.
NONA
Tan desgraciado es el culo que hasta los animales les muerde
el lobo por él y en las monas se ve que porque quieren descansar
y sentarse a menudo se llenan el culo de callos y por eso
han dado en decir: "Fulano tiene más callos que culo de
mona".
DECIMA
Viene el otro picarón a sentir el calor del verano y porque
yéndose a rascar la comezón de una ladilla frisona le estorbó
el matarla una horrenda población de pendejos que topa hacia
el culo, determina de matarlas con unas tijeras y teniendo
las manos torpes y no ver lo que hace ni poder sufrir más
el ser puerco abre a tijeretazos el pobre culo.
UNDECIMA
Viene la otra pobre casada o doncella a descubrir más de
lo que fuera menester su natural inclinación de ser puta,
tiene celo de ello el galán y causa cuidado al marido y
por dar a entender que conocen la fragilidad y imperfección
del sujeto, dicen: "de res que se mea el rabo, no hay que
fiar".
DUODECIMA
Dale al otro una apretura en la calle o cógele en la comedia,
sale con priesa a buscar dónde desbuchar, y porque no llegó
tan presto a las necesarias o le embarazó algún nudo ciego,
emplástase o embadúrnase de mierda el pobre culo.
DECIMOTERCERA
Viene el otro estudiante o platicante de medicina y al ir
a ordenar un medicamento a la cocina topa a la criada que
se había hecho del ojo, y ella por darle gusto y apagar
el fomes de la concupiscencia y titilaciones venéreas, empieza
sus cernidillos y bamboleos, diviértese con el gusto y acribilla
a golpes el pobre culo de escalón en escalón.
DECIMOCUARTA
Vienen las Carnestolendas, alégranse las gentes en diferentes
festines y por no más de antojo de muchachos o pasatiempo
de hombres ociosos pagan los culos de los perros atándoles
a la cola mazas diferentes.
DECIMOQUINTA
Vese el otro pobre condenado toreador de a pie embestido
del toro, vuélvese para huir, túrbase o no salen los pies
con presteza y por no salir ellos presto degárrale el toro
el pobre culo.
DECIMOSEXTA
Va una vieja a echar una ayuda a un enfermo, ve poco, no
la ha templado bien, encájasela dos dedos del culo, y dale
entre las nalgas con ella, escáldale el culo que paga el
pobre el descuido de la vieja borracha.
ULTIMA DESGRACIA
Finalmente, tan desgraciado es el culo que siendo así que
todos los miembros del cuerpo se han holgado y huelgan muchas
veces, los ojos de la cara gozando de lo hermoso, las narices
de los buenos olores, la boca de lo bien sazonado y besando
lo que ama, la lengua retozando entre los dientes, deleitándose
con el reir, conversar y con ser pródiga y una vez que quiso
holgar el pobre culo le quemaron.