1920: Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia nace en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó (Uruguay), el 14 de septiembre de 1920.

1928: Inicia sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Montevideo.

1934: Ingresa en la Escuela Raumsólica de Logosofía.

1935: Estudios secundarios. Un curso en el Liceo Miranda, el resto en condición de libre. Desde los catorce años trabaja ocho horas diarias en la "Will L. Smith, S.A., repuestos para automóviles".

1938: Entre este año y 1941 reside casi continuamente en Buenos Aires.

1945: Forma parte del equipo de redacción del célebre semanario Marcha; allí se forma como periodista junto a Carlos Quijano. Permanecerá en el equipo hasta su clausura en 1974. Publica su primer libro de poemas La víspera indeleble que no se volverá a editar.

1946: Se casa con Luz López Alegre.

1948: Dirige la revista literaria Marginalia. Publica el volumen de ensayos Peripecia y novela.

1949: Miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época. Publica su primer libro de cuentos Esta mañana.

1950: Publica Sólo mientras tanto (poesía), editado por Número.

1951: También Número se hace cargo de las ediciones de Marcel Proust y otros ensayos y El último viaje y otros cuentos. Ambas obras quedarán posteriormente integradas a otros títulos.

1952: Participa activamente en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos. Es su primera acción de militante.

1953: Publica su primera novela, Quién de nosotros.

1954: Director literario de Marcha.

1956: Se publica Poemas de la Oficina.

1957: Viaja a Europa por primera vez, visitando nueve países, corresponsal de Marcha y El Diario.

1959: divparece su volumen de cuentos Montevideanos, piedra de toque de la concepción urbana y "montevideana" de la literatura narrativa. Viaja a Estados Unidos, donde permanece durante cinco meses.

1960: Publica La tregua, novela que será editada en veinte países, traducida a trece idiomas y trasladada al teatro, la radio, la televisión y el cine. También publica El país de la cola de paja, ensayo sobre la crisis "moral" por la que atravesaba el país.
 

1961: Recopila las crónicas humorísticas, firmadas por Damocles, en el volumen Mejor es meneallo.

1963: Inventario, Poesía 1950-1958 y Poesía de hoy por hoy.

1964: Codirige la página literaria semanal "Al pie de las letras" del diario La mañana y publica crítica de teatro en el mismo periódico. Colabora como humorista en la revista Peloduro.

1965: Publica la novela Gracias por el fuego. Escribe crítica de cine en La tribuna popular.

1966: Viaja a La Habana para participar en el jurado de novela del concurso Casa de las Américasy a París, donde reside durante un año.

1967: Publica Letras del continente mestizo en el que reúne ensayos y artículos referidos a literatura Latinoamericana. Vuelve a Cuba para participar en el jurado del concurso Casa de las Américas. Participa en el encuentro con Rubén Darío. Viaja a México para participar en el II Congreso Latinoamericano de Escritores.

1968: Participa en el Congreso Cultural de La Habana con la ponencia "Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual". Publica Sobre artes y oficios, recopilación de artículos sobe literatura europea y norteamericana, y el libro de cuentos La muerte y otras sorpresas. Miembro del Consejo de Dirección de Casa de las Américas. Funda y dirige el Centro de Investigaciones literarias de Casa de las Américas.

1969: Viaja a Argel, invitado al Primer Festival Cultural Panafricano. Publica Cuaderno Cubano que incluye poemas, artículos y entrevistas a propósito de Cuba y de su experiencia profesional en aquel país.

1971: Funda, junto con otros ciudadanos uruguayo, el Movimiento de Independientes "26 de marzo" que integrará, poco más tarde, la coalición de izquierdas Frente Amplio. Publica El cumpleaños de Juan Ángel. Es nombrado director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de Montevideo.

1972: Publica Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. También publica Los poemas comunicantes, con entrevistas a diversos poetas latinoamericanos.

1973: A raíz del golpe militar renuncia a su cargo en la universidad y debe abandonar el país por razones políticas. Se exilia a Buenos Aires.

1974: Publica El escritor latinoamericano y la revolución posible.

1976: Vuelve a Cuba, esta vez como exiliado, y se reincorpora al Consejo de Dirección de Casa de las Américas.

1977: Aparecen su libro de cuentos Con y sin nostalgias y el de poemas La casa y el ladrillo.

1979: Publica Pedro y el Capitán (obra teatral), y Cotidianas (poesía).


Mario Benedetti: Te quiero. Fuente: Radiolistas.net (Ecuador)

1980: Se traslada a Palma de Mallorca. Empieza a escribir su novela Primavera con una esquina rota.

1981: Publica su libro de poesía Viento del exilio.

1982: Publica Primavera con una esquina rota y su antología Cuentos.
Inicia su colaboración semanal en las páginas de "Opinión" del diario El País. El Consejo de Estado de Cuba le concede la Orden Félix Varela.

1983: Traslada su residencia a Madrid.

1984: Versión cinematográfica de Pedro y el Capitán. El teatro Ictus de Santiago de Chile adapta a la escena su novela Primavera con una esquina rota. Publica Geografías, libro de cuentos y poemas y El desexilio y otras conjeturas sobre la situación de América Latina y sobre el problema del exilio.

1985: Con la restauración de la democracia en Uruguay vuelve al país. A partir de este momento residirá una parte del año en Montevideo y la otra en Madrid. Miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que va a dar continuidad al proyecto de Marcha, interrumpido en 1974.

1986: Aparece Cuentos Completos y Preguntas al azar (poesía). Premio Jristo Botev de Bulgaria, por obra poética y ensayística.

1987: Galardonado en Bruselas por Amnistía Internacional con el premio Llama de Oro por su novela Primavera con una esquina rota.

1988: Publica su libro de poemas Yesterday y mañana.

1989: Publica su libro de cuentos, Despistes y franquezas y el de ensayo La cultura ese blanco móvil. En el volumen Canciones del Más Acá reúne sus numerosas letras de canciones que se van incorporando al repertorio de más de cuarenta cantantes. Condecorado con la medalla Haydeé Santamaría por el Consejo de Estado de Cuba. Como ejemplos significativos de la gran difusión de su obra cabe señalar que en este año La tregua llega a la 75ª edición, Gracias por el fuego, a la 46ª, El cumpleaños de Juan Ángel, a la 30ª, Inventario, a la 31ª, Pedro y el capitán, a la 15ª y La muerte y otras sorpresas, a la 27ª.

1991: Publica el libro de poemas Las soledades de Babel y La realidad y la palabra, una aproximación a los grandes temas de la reflexión contemporánea, situados en Latinoamérica, y un interesante recorrido por los principales autores y corrientes de la literatura sudamericana.

1993: Inaugura en la Universidad de Alicante el Congreso "Literatura y espacio urbano". Publica La borra del café.

1994: Aparece en Madrid Inventario 2 (1985-1994), recopilacióndivde su obra poética. Imparte en la Universidad de Alicante el curso de doctorado "Un creador nos introduce en su mundo". Comienza la aparición en Argentina de su obra completa desarrollada en 36 volúmenes.

1995: Aparece en España su recopilación Cuentos completos y el conjunto de ensayos El ejercicio del criterio.

1996: Se publica en Montevideo y en España la biografía realizada por Mario Paoletti Mario Benedetti, el aguafiestas. Recital "A dos voces" con Daniel Viglietti en la Universidad de Alicante. En Argentina se publica el volumen 28 de las Obras completas y la novela Andamios.

1997: Investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante.
Preside el 'Congreso Internacional Mario Benedetti' organizado por la Universidad de Alicante. Publica el libro de poemas La vida ese paréntesis.
Investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid.

1999: Participa en Alicante en la presentación del libro Mario Benedetti: Inventario cómplice y ofrece divna lectura de sus últimos cuentos inéditos. Se crea en la Universidad de Alicante el Centro de Estudios Latinoamericanos Mario Benedetti. Publica Buzón de tiempo (cuentos) y Rincón de haikus. VIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

2002: El 19 de noviembre de 2002 fue nombrado Ciudadano ilustre por la Intendencia de Montevideo, en una ceremonia encabezada por el intendente Mariano Arana.

2004:  Se le concede el Premio Etnosur. En 2004 se presentó por primera vez en Roma, Italia, un documental sobre la vida y la poesía de Mario Benedetti, titulado "Mario Benedetti y otras sorpresas". El documental, que fue escrito y dirigido por Alessandra Mosca, y protagonizado por Benedetti, fue patrocinado por la Embajada de Uruguay en Italia. El documental participó en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, en el XIX Festival del Cinema Latinoamericano di Trieste y en el Festival Internacional de Cine de Santo Domingo.

2005: Mario Benedetti presentó el poemario Adioses y bienvenidas. En la ocasión también se exhibió el documental Palabras verdaderas, donde el poeta hizo aparición. El 7 de junio de 2005 se adjudicó el XIX Premio Internacional Menéndez Pelayo, consistente en 48.000 € y la Medalla de Honor de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. El premio, otorgado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, es un reconocimiento a la labor de personalidades destacadas en el ámbito de la creación literaria o científica, tanto en idioma español como portugués. Mario Benedetti repartía su tiempo entre sus residencias de Uruguay y España, atendiendo a sus múltiples obligaciones y compromisos. Después del fallecimiento de su esposa Luz López, el 13 de abril de 2006, víctima de la enfermedad de Alzheimer, Benedetti se trasladó definitivamente a su residencia en el barrio Centro de Montevideo, Uruguay. Con motivo de su traslado, Benedetti donó parte de su biblioteca personal en Madrid, al Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti de la Universidad de Alicante.

2006: La Fundación Lolita Rubial volvió a condecorar a Benedetti el 25 de noviembre de 2006, con el Premio Morosoli de Oro.

2007: El 18 de diciembre de 2007, en la sede del Paraninfo de la Universidad de la República, en Montevideo, Benedetti recibió de manos de Hugo Chávez la "Condecoración Francisco de Miranda", la más alta distinción que otorga el gobierno venezolano por el aporte a la ciencia, la educación y al progreso de los pueblos. Ese mismo año recibió la Orden de Saurí, Primera Clase, por servicios prestados a la literatura. La Orden de Saurí es la conderación más alta de El Salvador.

2008: Publica Testigo de uno mismo.

2009: En abril de 2009 tras su internación en Montevideo, se organizó por iniciativa de Pilar del Río (esposa del escritor José Saramago) una "Cadena de Poesía" mundial para apoyarlo. El día 17 de mayo de 2009 Benedetti fallece en su casa de Montevideo, a los 88 años de edad.

Ilustraciones Andrés Cascioli  |  El Tomi.
 


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La noche de los feos

1
Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pómulo hundido. Desde los ocho años, cuando le hicieron la operación. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.

Tampoco puede decirse que tengamos ojos tiernos, esa suerte de faros de justificación por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningún modo. Tanto los de ella como los míos son ojos de resentimiento, que sólo reflejan la poca o ninguna resignación con que enfrentamos nuestro infortunio. Quizá eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra más apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.

Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. Allí fue donde por primera vez nos examinamos sin simpatía pero con oscura solidaridad; allí fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero además eran auténticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenían a alguien. Sólo ella y yo teníamos las manos sueltas y crispadas.

Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorrí la hendidura de su pómulo con la garantía de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonrojó. Me gustó que fuera dura, que devolviera mi inspección con una ojeada minuciosa a la zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.

Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no podía mirarme, pero yo, aun en la penumbra, podía distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca bien formada. Era la oreja de su lado normal.


Mario Bendetti - Se acabó la rabia. Producción Agencia Radiofónica de Comunicación (Argentina). Fuente Radioteca.net

Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo héroe y la suave heroína. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversión la reservo para mi rostro y a veces para Dios. También para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quizá debería sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo así como espejos. A veces me pregunto qué suerte habría corrido el mito si Narciso hubiera tenido un pómulo hundido, o el ácido le hubiera quemado la mejilla, o le faltara media nariz, o tuviera una costura en la frente.

La esperé a la salida. Caminé unos metros junto a ella, y luego le hablé. Cuando se detuvo y me miró, tuve la impresión de que vacilaba. La invité a que charláramos un rato en un café o una confitería. De pronto aceptó.

La confitería estaba llena, pero en ese momento se desocupó una mesa. A medida que pasábamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las señas, los gestos de asombro. Mis antenas están particularmente adiestradas para captar esa curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simétrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuición, ya que mis oídos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su interés; pero dos fealdades juntas constituyen en sí mismas un espectáculos mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compañía, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.

Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso también me gustó) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.

"¿Qué está pensando?", pregunté.

Ella guardó el espejo y sonrió. El pozo de la mejilla cambió de forma.

"Un lugar común", dijo. "Tal para cual".

Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafés para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta de que tanto ella como yo estábamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba transpasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresía. Decidí tirarme a fondo.

"Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?"

"Sí", dijo, todavía mirándome.

"Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que está a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estúpida."

"Sí."

Por primera vez no pudo sostener mi mirada.

"Yo también quisiera eso. Pero hay una posibilidad, ¿sabe?, de que usted y yo lleguemos a algo."

"¿Algo cómo qué?"

"Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llámele como quiera, pero hay una posibilidad."

Ella frunció el ceño. No quería concebir esperanzas.

"Prométame no tomarme como un chiflado."

"Prometo."

"La posibilidad es meternos en la noche. En la noche íntegra. En lo oscuro total. ¿Me entiende?"

"No."

"¡Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, ¿no lo sabía?"

Se sonrojó, y la hendidura de la mejilla se volvió súbitamente escarlata.

"Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca."

Levantó la cabeza y ahora sí me miró preguntándome, averiguando sobre mí, tratando desesperadamente de llegar a un diagnóstico.

"Vamos", dijo.

2
No sólo apagué la luz sino que además corrí la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiración afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.

Yo no veía nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmóvil, a la espera. Estiré cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me transmitió una versión estimulante, poderosa. Así vi su vientre, su sexo. Sus manos también me vieron.

En ese instante comprendí que debía arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo había fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relámpago. No éramos eso. No éramos eso.

Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendió lentamente hasta su rostro, encontró el surco de horror, y empezó una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lágrimas.

Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano también llegó a mi cara, y pasó y repasó el costurón y el pellejo liso, esa isla sin barba de mi marca siniestra.

Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levanté y descorrí la cortina doble.
 


 

El presupuesto

En nuestra oficina regía el mismo presupuesto desde el año mil novecientos veintitantos, o sea desde una época en que la mayoría de nosotros estábamos luchando con la geografía y con los quebrados. Sin embargo, el jefe se acordaba del acontecimiento y a veces, cuando el trabajo disminuía, se sentaba familiarmente sobre uno de nuestros escritorios, y así, con las piernas colgantes que mostraban después del pantalón unos inmaculados calcetines blancos, nos relataba con su vieja emoción y las quinientas noventa y ocho palabras de costumbre, el lejano y magnífico día en que su Jefe -él era entonces Oficial Primero- le había palmeado el hombro y le había dicho: "Muchacho, tenemos presupuesto nuevo", con la sonrisa amplia y satisfecha del que ya ha calculado cuántas camisas podrá comprar con el aumento.

Un nuevo presupuesto es la ambición máxima de una oficina pública. Nosotros sabíamos que otras dependencias de personal más numeroso que la nuestra, habían obtenido presupuesto cada dos o tres años. Y las mirábamos desde nuestra pequeña isla administrativa con la misma desesperada resignación con que
Robinson veía desfilar los barcos por el horizonte, sabiendo que era tan inútil hacer señales como sentir envidia. Nuestra envidia o nuestras señales hubieran servido de poco, pues ni en los mejores tiempos pasamos de nueve empleados, y era lógico que nadie se preocupara de una oficina así de reducida.

Como sabíamos que nada ni nadie en el mundo mejoraría nuestros gajes, limitábamos nuestra esperanza a una progresiva reducción de las salidas, y, en base a un cooperativismo harto elemental, lo habíamos logrado en buena parte. Yo, por ejemplo, pagaba la yerba; el Auxiliar Primero, el té de la tarde; el Auxiliar Segundo, el azúcar; las tostadas el Oficial Primero, y el Oficial Segundo la manteca. Las dos dactilógrafas y el portero estaban exonerados, pero el Jefe, como ganaba un poco más, pagaba el diario que leíamos todos.

Nuestras diversiones particulares se habían también achicado al mínimo íbamos al cine una vez por mes, teniendo buen cuidado de ver todos difer entes películas, de modo que, relatándolas luego en la Oficina, estuviéramos al tanto de lo que se estrenaba. Habíamos fomentado el culto de juegos de atención tales como las damas y el ajedrez, que costaban poco y mantenían el tiempo sin bostezos. jugábamos de cinco a seis, cuando ya era imposible que llegaran nuevos expedientes, ya que el letrero de la ventanilla advertía que después de las cinco no se recibían "asuntos". Tantas veces lo habíamos leído que al final no sabíamos quién lo había inventado, ni siquiera qué concepto respondía exactamente a la palabra "asunto". A veces alguien venía y preguntaba el número de su "asunto". Nosotros le dábamos el del expediente y el hombre se iba satisfecho. De modo que un "asunto" podía ser, por ejemplo, un expediente.

En realidad, la vida que pasábamos allí no era mala. De, vez en cuando el jefe se creía en la obligación de mostrarnos las ventajas de la administración pública sobre el comercio, y algunos de nosotros pensábamos que ya era un poco tarde para que opinara diferente.

Uno de sus argumentos era la Seguridad. La seguridad de que no nos dejarían cesantes. Para que ello pudiera acontecer, era preciso que se reuniesen los senadores, y nosotros sabíamos que los senadores apenas si se reunían cuando tenían que interpelar a un Ministro. De modo que por ese lado el jefe tenía razón. La Seguridad existía. Claro que también existía la otra seguridad, la de que nunca tendríamos un aumento que nos permitiera comprar un sobretodo al contado. Pero el jefe, que tampoco podía comprarlo, consideraba que no era ése el momento de ponerse a criticar su empleo ni tampoco el nuestro. Y -como siempre- tenía razón.

Esa paz ya resuelta y casi definitiva que pesaba en nuestra Oficina, dejándonos conformes con nuestro pequeño destino y un poco torpes debido a nuestra falta de insomnios, se vio un día alterada por la noticia que trajo el Oficial Segundo. Era sobrino de un Oficial Primero del Ministerio y resulta que ese tío -dicho sea sin desprecio y con propiedad- había sabido que allí se hablaba de un presupuesto nuevo para nuestra Oficina. Como en el primer momento no supimos quién o quiénes eran los que hablaban de nuestro presupuesto, sonreímos con la ironía de lujo que reservábamos para algunas ocasiones, como si el Oficial Segundo estuviera un poco loco o como si nosotros pensáramos que él nos tomaba por un poco tontos. Pero cuando nos agregó que, según el tío, el que había hablado de ello había sido el mismo secretario) o sea el alma parens del Ministerio, sentimos de pronto que en nuestras vidas de setenta pesos algo estaba cambiando, como si una mano invisible hubiera apretado al fin aquella de nuestras tuercas que se hallaba floja, como si nos hubiesen sacudido a bofetadas toda la conformidad y toda la resignación.

En mi caso particular, lo primero que se me ocurrió pensar y decir, fue "lapicera fuente". Hasta ese momento yo no había sabido que quería comprar una lapicera fuente, pero cuando el Oficial Segundo abrió con su noticia ese enorme futuro que apareja toda posibilidad, por mínima que sea, en seguida extraje de no sé qué sótano de mis deseos una lapicera de color negro con capuchón de plata y con mi nombre inscripto. Sabe Dios en qué tiempos se había enraizado en mí.

Vi y oí además como el Auxiliar Primero hablaba de una bicicleta y el jefe contemplaba distraídamente el taco desviado de sus zapatos y una de las dactilógrafas despreciaba cariñosamente su cartera del último lustro. Vi y oí además cómo todos nos pusimos de inmediato a intercambiar nuestros proyectos, sin importarnos realmente nada lo que el otro decía, pero necesitando hallar un escape a tanta contenida e ignorada ilusión. Vi y oí además cómo todos decidimos festejar la buena nueva financiando con el rubro de reservas una excepcional tarde de bizcochos.

Eso -los bizcochos fue el paso primero-. Luego siguió el par de zapatos que se compró el jefe. A los zapatos del Jefe, mi lapicera adquirida a pagar en diez cuotas. Y a mi lapicera, el sobretodo del Oficial Segundo, la cartera de la Primera Dactilógrafa, la bicicleta del Auxiliar Primero. Al mes y medio todos estábamos empeñados y en angustia.

El Oficial Segundo había traído más noticias. Primeramente, que el presupuesto estaba a informe de la Secretaría del Ministerio. Después que no. No era en Secretaría. Era en Contaduría. Pero el jefe de Contaduría estaba enfermo y era preciso conocer su opinión. Todos nos preocupábamos por la salud de ese jefe del que sólo sabíamos que se llamaba Eugenio y que tenía a estudio nuestro presupuesto.

Hubiéramos querido obtener hasta un boletín diario de su salud. Pero sólo teníamos derecho a las noticias desalentadoras del tío de nuestro Oficial Segundo. El jefe de Contaduría seguía peor. Vivimos una tristeza tan larga por la enfermedad de ese funcionario, que el día de su muerte sentimos, como los deudos de un asmático grave, una especie de alivio al no tener que preocuparnos más de él. En realidad, nos pusimos egoístamente alegres, porque esto significabala posibilidad de que llenaran la vacante y nombraran otro jefe que estudiara al fin nuestro presupuesto.

A los cuatro meses de la muerte de don Eugenio nombraron otro jefe de Contaduría. Esa tarde suspendimos la partida de ajedrez, el mate y el trámite administrativo. El jefe se puso a tararear un aria de Aida y nosotros nos quedamos -por esto y por todo- tan nerviosos, que tuvimos que salir un rato a mirar las vidrieras. A la vuelta nos esperaba una emoción. El tío había informado que nuestro presupuesto no había estado nunca a estudio de la Contaduría. Había sido un error. En realidad, no había salido de la Secretaría. Esto significaba un considerable oscurecimiento de nuestro panorama. Si el presupuesto a estudio hubiera estado en Contaduría, no nos habríamos alarmado. Después de todo, nosotros sabíamos que hasta el momento no se había estudiado debido a la enfermedad del jefe. Pero si había estado realmente en Secretaría, en la que el Secretario -su jefe supremo- gozaba de perfecta salud, la demora no se debía a nada y podía convertirse en demora sin fin.

Allí comenzó la etapa crítica del desaliento. A primera hora nos mirábamos todos con la interrogante desesperanzado de costumbre. Al principio todavía preguntábamos ¿Saben algo? Luego optamos por decir ¿Y? y terminamos finalmente por hacer la pregunta con las cejas. Nadie sabía nada. Cuando alguien sabía algo, era que el presupuesto todavía estaba a estudio de la Secretaría.

A los ocho meses de la noticia primera, hacía ya dos que mi lapicera no funcionaba. El Auxiliar Primero se había roto una costilla gracias a la bicicleta. Un judío era el actual propietario de los libros que había comprado el Auxiliar Segundo; el reloj del Oficial Primero atrasaba un cuarto de hora por jornada; los zapatos del jefe tenían dos medias suelas (una cosida y otra clavada), y el sobretodo del Oficial Segundo tenía las solapas gastadas y erectas como dos alitas de equivocación.

Una vez supimos que el Ministro había preguntado por el presupuesto. A la semana, informó Secretaría. Nosotros queríamos saber qué decía el informe, pero el tío no pudo averiguarlo porque era "estrictamente confidencial". Pensamos que eso era sencillamente una estupidez, porque nosotros, a todos aquellos expedientes que traían una tarjeta en el ángulo superior con leyendas tales como "muy urgente", "trámite preferencial" o "estrictamente reservados", los tratábamos en igualdad de condiciones que a los otros. Pero por lo visto en el Ministerio no eran del mismo parecer.

Otra vez supimos que el Ministro había hablado del presupuesto con el Secretario. Como a las conversaciones no se les ponía ninguna tarjeta especial, el tío pudo enterarse y enterarnos de que el Ministro estaba de acuerdo. ¿Con qué y con quién estaba de acuerdo? Cuando el tío quiso averiguar esto último, el Ministro ya no estaba de acuerdo. Entonces, sin otra explicación comprendimos que antes había estado de acuerdo con nosotros.

Otra vez supimos que el presupuesto había sido reformado. Lo iban a tratar en la sesión del próximo viernes, pero a los catorce viernes que siguieron a ese próximo, el presupuesto no había sido tratado. Entonces empezamos a vigilar las fechas de las próximas sesiones y cada sábado nos decíamos: "Bueno ahora será hasta el viernes. Veremos qué pasa entonces". Llegaba el viernes y no pasaba nada. Y el sábado nos decíamos: Bueno, será hasta el viernes. Veremos qué pasa entonces. " Y no pasaba nada. Y no pasaba nunca nada de nada.

Yo estaba ya demasiado empeñado para permanecer impasible, porque la lapicera me había estropeado el ritmo económico y desde entonces yo no había podido recuperar mi equilibrio. Por eso fue que se me ocurrió que podíamos visitar al Ministro.

Durante varias tardes estuvimos ensayando la entrevista. El Oficial Primero hacía de Ministro, y el jefe, que había sido designado por aclamación para hablar en nombre de todos, le presentaba nuestro reclamo. Cuando estuvimos conformes con el ensayo, pedimos audiencia en el Ministerio y nos la concedieron para el jueves. El jueves dejamos pues en la Oficina a una de las dactilógrafas y al portero, y los demás nos fuimos a conversar con el Ministro. Conversar con el Ministro no es lo mismo que conversar con otra persona. Para conversar con el Ministro hay que esperar dos horas y media y a veces ocurre, como nos pasó precisamente a nosotros, que ni al cabo de esas dos horas y media se puede conversar con el Ministro. Sólo llegamos a presencia del Secretario, quien tomó nota de las palabras del jefe -muy inferiores al peor de los ensayos, en los que nadie tartamudeaba- y volvió con la respuesta del Ministro de que se trataría nuestro presupuesto en la sesión del día siguiente.

Cuando -relativamente satisfechos- salíamos del Ministerio, vimos que un auto se detenía en la puerta y que de él bajaba el Ministro.

Nos pareció un poco extraño que el Secretario nos hubiera traído la respuesta personal del Ministro sin que éste estuviese presente. Pero en realidad nos convenía más confiar un poco y todos asentimos con satisfacción y desahogo cuando el jefe opinó que el Secretario seguramente habría consultado al Ministro por teléfono.

Al otro día, a las cinco de la tarde estábamos bastante nerviosos. Las cinco de la tarde era la hora que nos habían dado para preguntar. Habíamos trabajado muy poco; estábamos demasiado inquietos como para que las cosas nos salieran bien. Nadie decía nada. El jefe ni siquiera tarareaba su aria. Dejamos pasar seis minutos de estricta prudencia. Luego el jefe discó el número que todos sabíamos de memoria, y pidió con el Secretario. La conversación duró muy poco. Entre los varios "Sí", "Ah, sí", Ah, bueno" del jefe, se escuchaba el ronquido indistinto del otro. Cuando el jefe colgó el tubo, todos sabíamos la respuesta. Sólo para confirmarla pusimos atención: "Parece que hoy no tuvieron tiempo. Pero dice el Ministro que el presupuesto será tratado sin falta en la sesión del próximo viernes.



 

Inocencia

Ya es bastante haber llegado a la cornisa y ver la calle, abajo, sin que se me vaya la cabeza. Hay un hombre remoto que fuma junto al farol y de tanto en tanto se quita el sombrero para rascarse la nuca. A veces escupe por el flanco del cigarrillo. Desde ahí puede vernos, a jordán y a mí. Si esa maldita hembra llegase de una vez. Todavía nos falta alcanzar la ventana, pasar el corredor, salir a la terracita y encontrar la tapa. Verdes nos lo ha revelado en solemne confidencia, con las comisuras de los labios temblando de borrachera y de deseo, la noche en que perdimos el examen de física y nos quedamos hasta la una tomando caña en lo de Brito. En realidad, a Verdes se lo había dicho Arteaga, y, a éste, el único que efectivamente había penetrado en el ducto: el mellado Soler. Pero el mellado murió en febrero y no es posible echar en saco roto su consejo: "Ojo con la tapa; de dentro no puede abrirse." Somos cinco los que sabemos que en el Club existe ese pasaje, de setenta centímetros de ancho y quince metros de long¡tud al que dan las rejillas de los baños que usan las muchachas. Pero nadie se anima. Sólo jordán y yo. Ahora el que fuma empieza a despotricar porque la mujer ha llegado con atraso. Después se calla, como para instaurar el ambiente adecuado a la bofetada que rebasa el silencio y, contra lo previsto, no va seguida de ninguna palabra. Entonces ella lo toma del brazo y se lo lleva hasta la esquina, recalcando los pasos en el empedrado. Por fin. Avanzamos dos metros en la cornisa, con la boca abierta, sin vértigo aún, a la expectativa. Verdes dijo que la ventana está después del recodo, y, efectivamente, jordán -alcanza el marco. Abajo, en la calle cortada, no pasa nadie. Damos el salto. "Bueno", dice jordán, "ya pasó lo peor". Pienso que llevo puesta la camisa blanca, con las flamantes ballenitas de aluminio. "Nos vamos a ensuciar", digo. No seas marica", dicejordán, "vamos a divertirnos". Yo creo que sí que vamos a divertirnos, pero también que me voy a arruinar la camisa. "Si lo decís por la ropa, no te preocupes", dice jordán, "no podemos entrar vestidos." "¿Y esto dónde lo dejamos?" Aquí." Dice aquí porque hemos llegado y está pisando la tapa. Tiene dos argollas, es cuadrangular y muy pesada. Todavía no sé si podremos moverla. Nos quitamos la ropa y recién nos damos cuenta de que la noche está fría. En cualquier otro momento me hubiera hecho gracia ver a jordán, sobre la terracita, en calzoncillos. Pero lamentablemente no me hace gracia ahora. Me siento frío y ridículo y tengo miedo de que llueva y se me moje el traje. Sí, conseguimos levantar la tapa. jordán se mete el primero por la abertura, se tiende en el túnel y comienza a arrastrarse. A la luz de la luna, veo pasar el pescuezo, los hombros, la cintura. Veo pasar el trasero, las rodillas, los pies. Y entonces me decido. Las paredes son ásperas y viene por el ducto un vaho caliente, desagradable. A medida que avanzamos se vuelve más caliente, más nauseabundo, más agrio. No puedo arrastrarme demasiado rápido porque choco con los pies de jordán. Siento que se me desgarran los calzoncillos, que algo me raspa un hombro, pero sigo, sigo porque vamos a divertirnos, porque vamos a ver cómo son. A los siete u ocho metros, el vaho cálido e invisible se convierte en niebla iluminada. Las rejillas son ésas. jordán dice: "Es allí. " Yo repito: Es allí." Parece que habláramos debajo de la tierra, en un infierno. jordán se ha detenido, porque choco otra vez contra su planta. Le hago cosquillas con el pelo para que no se detenga. Entonces avanza y deja libre la primera rejilla. Nos establecemos: yo en la primera, él en la segunda. Pero adentro no hay nadie. Tanto riesgo, tanta cornisa sobre la calle, y ahora no hay nada. Estamos empapados y yo pienso en el traje. jordán dice: "Mirá." Miro y está Carlota, la vicecampeona de ping-pong, envuelta en una toalla. Abre la ducha y prueba el agua. Se quita la toalla y vemos cómo es. jordán dice: ¿Y? " Yo no digo nada. Ahora tengo vergüenza. Quería verlas desnudas, pero no así. Es mejor imaginar a Carlota cuando juega al ping pong, de pantaloncitos, que verla ahora verdaderamente desnuda, sin los shorts y sin nada. Entonces alguien grita o canta, yo qué sé. Carlota responde con gritos más agudos. Y otras dos, ya desnudas, con la toalla en el brazo, entran a los saltos. La rubia gorda es la señora de Ayala, la rubia flaca es Ana Cristina. Se sientan en el banco largo a esperar que la otra termine su baño. El vapor se mezcla con mi transpiración y se despeña en chorritos por mi piel ablandada. Las piernas más lindas son las de Carlota. Mirá qué senos, che", dice jordán. Sí, también los senos. "El culo, che", dice jordán. Sí, también eso. Entonces la rubia flaca se pone a bailar sola y la rubia gorda la contempla con rabia. Después se le arrima y bailan juntas. Carlota se queda mirándolas y dice que dejen eso, que ahora viene Amy y saben cómo es. La muy zorra, dice la de Ayala, pero suspende el baile. No me gusta la de Ayala, me gusta Ana Cristina, pero es estúpido que bailen entre ellas. Claro que más me gusta Amy, pero a ésta no quiero verla. "Vamos", digo. "¿Qué?", dice jordán, asombrado. "¿Tan luego ahora?" "Por mí quedate", digo, y empiezo a arrastrarme hacia la salida. Ahora sé cómo son. Eso me alcanza. Además tengo vergüenza, calor y repugnancia. Con la mano derecha voy recorriendo el techo, pero no encuentro nada. No quiero creerlo, pero choco con la pared. Con la pared final. Voy otra vez hacia adelante, pero no encuentro nada. Me arrastro hacia atrás, vuelvo hacia adelante, pero la desesperación no me impide entender que han cerrado la tapa. Regreso a las rejillas y llamo: Jordán." "Ah, volviste", dice, satisfecho. Jordán", repito. No puedo decirle más, me da asco verlo tan confiado, mirando cómo Ana Cristina se enjabona la espalda. "La tapa", digo. Me mira distraído, sin comprender todavía. "¿Qué?", dice. "¡Está cerrada, bestia!" Nos insultamos en un ronco susurro y en la primera pausa descubrimos el miedo.
Ahora jordán tiene los ojos agobiados y la boca entreabierta. Se ha perdido, yo sé que se ha perdido. " Pero... ¿quién la cerró?", balbucea. A mí no me importa quién la haya cerrado. Miro por la rejilla y está la señora de Ayala lavándose el pescuezo. Los senos le caen ahora y son pulpas fláccidas, sobadas. Los pezones le cuelgan como ciruelas negras. Pienso que por esto, sólo por esto hemos caído. Y es poca cosa, es una horrible, abominable cosa. "Dejame pasar", dice jordán. El miedo lo ha deformado. Parece un mono vicioso, enloquecido. "Voy a fijarme yo." No quiero apartarme, es muy angosto. Entonces retrocedo y él me sigue. Claro, la tapa está cerrada. jordán no dice nada y vuelve a las rejillas. Otra vez me deslizo siguiendo sus pies. Siento un estremecimiento en las rodillas, pero jordán está mucho peor. Se ha perdido, yo sé que se ha perdido. Llora convulsivamente con su cara de mono y yo no puedo derretirme de piedad. Pero me derrito de sudor y de miedo. "Vamos a llamar", dice. Entonces sé que no vamos a llamar, que la solución tiene que ser otra. "No", digo. Nada más. No sé de dónde vienen esos pasos. jordán se calla y nos miramos en silencio, cada vez más furiosos y decididos. Los pasos son de Amy. Pero no quiero verla. No quiero verla así. Claro, ella no sabe, abre la canilla, se acaricia las piernas. Sé que jordán no espera, sé que ahora va a gritar. Me parece imposible pero llego a su boca. Es espantoso, es enloquecedor luchar aquí, con mis dedos de miedo en su garganta blanda. Sí, se ha perdido. Yo ya lo sabía. Entonces se le afloja su cara de mono, y vuelve a ser jordán. jordán de quince años. jordán muerto. Aunque yo no sé nada y Amy está en la ducha y no puedo llamar. Porque no quiero admitir su presencia, sentirla inerme, sola, pura hasta lo insufrible. Pero soy un idiota y me castigo. Mi boca se abre dócil, para lanzar un grito. Un alarido atroz, irresistible. Porque soy un idiota y me castigo, y Amy rosada y húmeda, se asombra, se conoce, se desprecia, se escapa, mientras yo grito el grito de jordán.



 

Corazonada

Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba a quedar. Heredé de mi padre, que en paz descanse, estas corazonadas. La puerta tenía un gran barrote de bronce y pensé que iba a ser bravo sacarle lustre. Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba. Tenía cara de caballo y cofia y delantal. Vengo por el aviso", dije. "Ya lo sé", gruñó ella y me dejó en el zaguán, mirando las baldosas. Estudié las paredes y los zócalos, la araña de ocho bombitas y una especie de cancel.
Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una Virgen, pero sólo como. "Buenos días." "¿Su nombre?" "Celia." "¿Celia qué?" Celia Ramos." Me barrió de una mirada. La pipeta. "¿Referencias?" Dije tartamudeando la primera estrofa: "Familia Suárez, Maldonado 1346, teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252, teléfono 413723. Escribano Perrone, Larraiíaga 3362, sin teléfono." Ningún gesto. "¿Motivos del cese?" Segunda estrofa, más tranquila: "En el primer caso, mala comida. En el segundo, el hijo mayor. En el tercero, tíabajo de mula." Aquí", dijo ella, "hay bastante que hacer". Me lo imagino. " " Pero hay otra muchacha, y además mi hija y yo ayudamos. " "Sí señora. " Me estudió de nuevo. Por primera vez me di cuenta que de tanto en tanto parpadeo. ¿Edad?" "Diecinueve." "¿Tenés novio?" Tenía." Subió las cejas. Aclaré por las dudas: "Un atrevido. Nos peleamos por eso." La Vieja sonrió sin entregarse. "Así me gusta. Quiero mucho juicio. Tengo un hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni de mover el trasero." Mucho juicio, mi especialidad. Sí, señora. "En casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de hijos naturales, ¿estamos?" "Sí señora. " ¡Ula Marula! Después de los tres primeros días me resigné a soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos saltones para que se me pusieran los nervios de punta. Es que la vieja parecía verle a una hasta el hígado. No así la hija, Estercita, veinticuatro años, una pituca de ocai y rumi que me trataba como a otro mueble y estaba muy poco en la casa. Y menos todavía el patrón, don Celso, un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con cara de malandra y ropas de Yriart, a quien alguna vez encontré mirándome los senos por encima de Acción. En cambio el joven Tito, de veinte, no precisaba la excusa del diario para investigarme como cosa suya. juro que obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero con malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un poco dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto propia. Me han dicho que en Buenos Aires hay un doctor japonés que arregla eso, pero mientras tanto no es posible sofocar mi naturaleza. O sea que el muchacho se impresionó. Primero se le iban los ojos, después me atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por obediencia a la Señora, y también, no voy a negarlo, porinigo misma, lo tuve que frenar unas diecisiete veces, pero cuidándome de no parecer demasiado asquerosa. Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran siete. "Hay otra muchacha" había dicho la Vieja. Es decir, había. A mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. "Yo y mi hija ayudamos", había agregado. A ensuciar los platos, cómo no. A quién va a ayudar la vieja, vamos, con esa bruta panza de tres papadas y esa metida con los episodios. Que a mí me gustase Isolina o la Burgueño, vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de avispada y lee Selecciones y Lifenespañol, no me lo explico ni me lo explicaré. A quién va a ayudar la niña Estercita, que se pasa reventándose los granos, jugando al tenis en Carrasco y desparramando fichas en el Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las corazonadas, de modo que cuando el tres de junio (fue San Cono bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se está bañando en cueros con el menor de los Gómez Taibo en no sé qué arroyo ni a mí qué me importa, en seguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A quién van ayudar! Todo el trabajo para mí y aguantase piola. ¿Qué tiene entonces de raro que cuando Tito el joven Tito, bah) se puso de ojos vidriosos y cada día más ligero de manos, yo le haya aplicado el sosegate y que habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo con ésas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres es la honradez y basta. Él se rió muy canchero y había empezado a decirme: "Ya verás, putita", cuando apareció la señora y nos miró como a cadáveres. El idiota bajó los ojos y mutis por el foro. La Vieja puso entonces cara de al fin solos y me encajó bruta trompada en la oreja, en tanto que me trataba de comunista y de ramera. Yo le dije: "Usted a mí no me pega, ¿sabe?" y allí nomás demostró lo contrario. Peor para ella. Fue ese segundo golpe el que cambió mi vida. Me callé la boca pero se la guardé. A la noche le dije que a fin de mes me iba. Estábamos a veintitrés y yo precisaba como el pan esos siete días. Sabía que don Celso tenía guardado un papel gris en el cajón del medio de su escritorio. Yo lo había leído, porque nunca se sabe. El veintiocho a las dos de la tarde, sólo quedamos en la casa la niña Estercita y yo. Ella se fue a sestear y yo a buscar el papel gris. Era una carta de un tal Urquiza en la que le decía a mi patrón frases como ésta: "Xx xxx x xx xxxx xxx xx xxxxx".
La guardé en el mismo sobre que la foto y el treinta me fui a una pensión decente y barata de la calle Washington. A nadie le di mis señas, pero a un amigo de Tito no pude negárselas. La espera duró tres días. Tito apareció una noche y yo lo recibí delante de doña Cata, que desde hace unos años dirige la pensión. Él se disculpó, trajo bombones y pidió autorización para volver. No se la di. En lo que estuve bien porque desde entonces no faltó una noche. Fuimos a menudo al cine yhasta me quiso arrastrar al Parque, pero yo le apliqué el tratamiento del pudor. Una tarde quiso averiguar directamente qué era lo que yo pretendía. Allí tuve una corazonada- "No pretendo nada, porque lo que yo querría no puedo pretenderlo."

Como ésta era la primera cosa amable que oía de mis labios se conmovió bastante, lo suficiente para meter la pata. "¿ Por qué? ", dijo a gritos, "si ése es el motivo, te prometo que ... " Entonces como si él hubiera dicho lo que no dijo, le pregunté: "Vos sí... pero, ¿y tu familia? " "Mi familia soy yo", dijo el pobrecito.
Después de esa compadrada siguió viniendo y con él llegaban flores, caramelos, revistas. Pero yo no cambié. Y él lo sabía. Una tarde entró tan pálido que hasta doña Cata hizo un comentario. No era para menos. Se lo había dicho al padre. Don Celso había contestado: Lo que faltaba. " Pero después se ablandó. Un tipo pierna. Estercita se rió como dos años, pero a mí qué me importa. En cambio la Vieja se puso verde. A Tito lo trató de idiota, a don Celso de cero a la izquierda, a Estercita de inmoral y tarada. Después dijo que nunca, nunca, nunca. Estuvo como tres horas diciendo nunca. "Está como loca", dijo el Tito, "no sé qué hacer". Pero yo sí sabía. Los sábados la Vieja está siempre sola, porque don Ceiso se va a Punta del Este, Estercita juega al tenis y Tito sale con su barrita de La Vascongada. O sea que a las siete me fui a un monedero y llamé al nueve siete cero tres ocho. "Hola", dijo ella. La misma voz gangosa, impresionante. Estaría con su salto de cama verde, la cara embadurnada, la toalla como turbante en la cabeza. "Habla Celia", y antes de que colgara: "No corte, señora, le interesa." Del otro lado no dijeron ni mu. Pero escuchaban. Entonces le pregunté si estaba enterada de una carta de papel gris que don Celso guardaba en su escritorio. Silencio. "Bueno, la tengo yo." Después le pregunté si conocía una foto en que la niña Estercita aparecía bañándose con el menor de los Gómez Taibo. Un minuto de silencio. "Bueno, también la tengo yo." Esperé por las dudas, pero nada. Entonces dije: "Piénselo, señora" y corté. Fui yo la que corté, no ella. Se habrá quedado mascando su bronca con la cara embadurnada y la toalla en la cabeza. Bien hecho. A la semana llegó el Tito radiante, y desde la puerta gritó: " ¡La vieja afloja! ¡La vieja afloja! " Claro que afloja. Estuve por dar los hurras, pero con la emoción dejé que me besara. "No se opone pero exige que no vengas a casa. " ¿Exige? ¡las cosas que hay que oír! Bueno, el veinticinco nos casamos (hoy hace dos meses), sin cura pero con juez, en la mayor intimidad. Don Celso aportó un chequecito de mil y Estercita me mandó un telegrama que está mal que lo diga- me hizo pensar a fondo: "No creas que salís ganando. Abrazos, Ester."
En realidad, todo esto me vino a la memoria, porque ayer me encontré en la tienda con la Vieja. Estuvimos codo con codo, revolviendo saldos. De pronto me miró de refilón desde abajo del velo. Yo me hice cargo. Tenía dos caminos: o ignorarme o ponerme en vereda.
Creo que prefirió el segundo y para humillarme me trató de usted. "¿Qué tal, cómo le va?" Entonces tuve una corazonada y agarrándome fuerte del paraguas de nailon, le contesté tranquila: "Yo bien, ¿y usted, mamá?"






ELOGIO DE LA MUJER CHIQUITA
Autor: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (Siglo XIV)

Quiero abreviar, señores, esta predicación
porque siempre gusté de pequeño sermón
y de mujer pequeña y de breve razón,
pues lo poco y bien dicho queda en el corazón.
De quien mucho habla, ríen; quien mucho ríe es loco;
hay en la mujer chica amor grande y no poco.
Cambié grandes por chicas, mas las chicas no troco.
Quien da chica por grande se arrepiente del troco.

De que alabe a las chicas el Amor me hizo ruego;
que cante sus noblezas, voy a decirlas luego.
Loaré a las chiquitas, y lo tendréis por juego,
¡Son frías como nieve y arden más que el fuego!

Son heladas por fuera pero, en amor, ardientes;
en la cama solaz, placenteras, rientes,
en la casa, hacendosas, cuerdas y complacientes;
veréis más cualidades tan pronto paréis mientes.

En pequeño jacinto yace gran resplandor,
en azucar muy poco, yace mucho dulzor,
en la mujer pequeña yace muy gran amor,
pocas palabras bastan al buen entendedor.

Es muy pequeño el grano de la buena pimienta,
pero más que la nuez reconforta y calienta;
así, en mujer pequeña, cuando en amor consienta,
no hay placer en el mundo que en ella no se sienta.

Como en la chica rosa está mucho color,
como en oro muy poco, gran precio y gran valor,
como en poco perfume yace muy buen olor,
así, mujer pequeña guarda muy gran amor.

Como rubí pequeño tiene mucha bondad,
color, virtud y precio, nobleza y claridad,
así, la mujer pequeña tiene mucha beldad,
hermosura y donaire, amor y lealtad.

Chica es la calandria y chico el ruiseñor,
pero más dulce cantan que otra ave mayor;
la mujer, cuando es chica, por eso es aún mejor,
en amor es más dulce que azucar y que flor.

Son aves pequeñuelas papagayo y orior,
pero cualquiera de ellas es dulce cantador;
gracioso pajarillo, preciado trinador,
como ellos es la dama pequeña con amor.

Para mujer pequeña no hay comparación:
terrenal paraíso y gran consolación,
recreo y alegría, placer y bendición,
mejor es en la prueba que en la salutación.

Siempre quise a la chica más que a grande o mayor;
¡escapar de un mal grande nunca ha sido un error!
Del mal tomar lo menos, dícelo el sabidor,
por ello, entre mujeres, ¡la menor es mejor!


FUENTE: LIBRO DE BUEN AMOR (selección), Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Versión y prólogo de María Brey Mariño, Editorial Castalia, Valencia, 1973.I.S.B.N.: 84-7039139-9. [Existen tres copias manuscritas: el códice T, por haber pertenecido a la catedral de Toledo, que corresponde a la primera edición de 1330, que actualmente está en la Biblioteca Nacional; el códice G por ser su propietario Benito Martínez Gayoso, también de la primera edición, custodiado en la Biblioteca de la Real Academia Española de la Lengua; y el tercer manuscrito, llamado S porque perteneció al Colegio Mayor San Bartolomé de Salamanca, que corresponde a la segunda edición (1343) y que actualmente lo guarda la Biblioteca del Palacio Nacional de Madrid]

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