Reunión de psicoanalistas
argentinos en Río de Janeiro (1945) Adelante: Señora De Oliveira
(Brasil), Alberto Tallaferro, Luisa Alvarez de Toledo. Medio:
Enrique Pichon Rivière, Marie Langer, Arnold Rascovsky, Angel
Garma, Eduardo Krapf, Celes Cárcamo, Lucio Rascovsky. Atrás:
Arminda Aberastury y Matilde Wencelblat.
Cuestionar parece
haber sido la consigna de ruptura con la Asociación Psicoanalítica Argentina
(APA). No sólo la estructura desigual de la institución fue puesta en tela
de juicio. O, por lo menos, lo fue en tanto expresaba una sociedad simétricamente
desigual. De este modo, acuciados por la experiencia popular del Cordobazo,
surgieron algunos grupos disidentes de trabajadores de la salud mental:
Plataforma, Documento. Paralelamente, también la Federación Argentina de
Psiquiatras (FAP), una entidad gremial, radicalizaba sus posiciones. La
práctica psicoterapéutica pretendía superar la escotomización. Para lograrlo,
el psicoanálisis debe ser repensado y, sobre todo, practicado en términos
de una sociedad capitalista, cuya racionalidad responde a los movimientos
de los centros de poder.
PRIMERA PLANA
entrevistó a tres especialistas en el tema (Enrique Pichón Rivière, Emilio
Rodrigué y Armando Bauleo), en base a diez preguntas. Solo Documento, que
prefirió dar una respuesta de conjunto, con el consiguiente insumo de tiempo,
quedó fuera de pautas. El doctor Antonio Caparrós caracteriza las notas
necesarias de una psicología nacional y popular.
Este es el cuestionario:
1 — El elitismo y verticalismo de las instituciones psicoanalíticas tradicionales
es producto de la ideología liberal. Habiendo adoptado valores distintos,
¿de qué modo se organizan, ustedes?
2—La teoría y técnica que ahora practican, ¿en qué difiere de la que hacían
siendo miembros de la APA?
3—¿Qué idea tiene de la lucha en el campo de la cultura? ¿Cómo se vincula
a la lucha social?
4 — ¿Como caracterizaría esa lucha a nivel de su campo específico?
5—¿Cómo se puede visualizar la relación entre los diferentes grupos que
trabajan en el campo de la salud mental y cuáles son sus diferencias?
6—¿Cuál es la relación entre el momento social y económico argentino y el
desarrollo de su ciencia?
7—¿Cómo se incorporan las crisis sociales a la situación analítica?
8—¿Cómo estructuran ustedes la relación terapeuta-paciente?
9—¿Cuál es su criterio de salud y enfermedad?
10—¿De qué manera colabora el psicoanálisis para llegar al socialismo?
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ENRIQUE
PICHON RIVIERE
Psicología y Psicoanálisis en la década del 70, con Hugo Vezzetti.
El surgimiento de la carrera de Psicología en la Universidad
de Buenos Aires, la relación del Psicoanálisis y la Salud Mental,
y las diferencias entre la psicología de los años 50 y la psicología
de los años 60 según el punto de vista de Hugo Vezzetti. "Tramas,
memorias del presente" www.tramasradio.blogspot.com
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64 años, 3 hijos,
médico psiquiatra, nacido en Ginebra el 25 de junio de 1907. Criado en el
Chaco y en Corrientes (Goya). Miembro fundador de la Asociación Psicoanalítica
Argentina, el desarrollo de su pensamiento lo condujo a cuestionamientos
en el nivel teórico y en el nivel Ideológico del psicoanálisis ortodoxo
y de la institución psicoanalítica; esto determinó su alejamiento de la
misma, aunque no su renuncia. Desde hace anos vuelca todo su esfuerzo en
el campo de la psicología social, lo que se vehiculiza a través de la Escuela
de Psicología Social de Buenos Aires, y la de San Miguel de Tucumán, de
las cuales es director.
La lucha que se da en el campo de la cultura, lucha ideológica, se inscribe
entre las manifestaciones de la lucha de clases en la medida en que surge
un pensamiento dialéctico revolucionario que se replantee los modelos del
pensamiento. Estos modelos han sido hasta ahora dominados por una lógica
formal y disociante. Esas formas nuevas del conocimiento tienden a totalizar
aquello cuyas interrelaciones han sido sistemáticamente escamoteadas y oscurecidas
por la ideología dominante: el pensamiento, el sentimiento y la acción.
En cuanto a mi campo específico, advierto la presencia de esa lucha a través
de una incipiente revolución teórica, revolución caracterizada por los modos
de aproximación a la problemática de la relación entre estructura socioeconómica
y vida psíquica, indagación de la operación de las ideologías en el inconsciente,
procesos de socialización. Hablo de revolución incipiente porque se trata,
hasta ahora, del intento de ubicar el problema en sus premisas adecuadas:
la psicología social es una disciplina en proceso de construcción. La carencia
más lacerante en el campo del quehacer psicológico, o la máxima expresión
de la incidencia de la ideología dominante, se advierte en el nivel de los
criterios de salud y enfermedad. En cuanto a la práctica terapéutica, ¿cómo
puede ser revolucionaria? Para responder a esto apelo a la que caracterizamos
como "tarea", entendida esta como el abordaje y elaboración de los miedos
que configuran la resistencia al cambio, rompiéndose así una pauta estereotipada
y disociativa que funciona como factor de estancamiento en el aprendizaje
de la realidad o punto disposicional de la enfermedad. En la tarea correctora,
el sujeto realiza un salto cualitativo, se personifica y establece un vinculo
operativo con el otro. Si el terapeuta confunde pretarea con tarea entra
en el juego dé la enfermedad y la actúa. El terapeuta entra en pretarea,
cae en una impostura de la Tarea, por resistencias propias al "ser consciente"
al proyecto, lo que son resistencias ideológicas a la praxis. Insertarse
como agente en un proceso corrector significa trabajar con un paciente y
su grupo inmediato, para instrumentarlo a través de esa tarea común hacia
el logro de una lectura crítica y operativa de la realidad. "La cura" se
trata no de la adaptación pasiva, aceptación indiscriminada de normas y
valores, sino del rescate en otro nivel, de la denuncia y la crítica implícitas
en la conducta desviada (enfermedad) para establecer, a partir de allí,
una relación dialéctica, mutuamente modificadora con el medio. Este es el
criterio de salud con el que operamos.
En cuanto a cómo se incorporan las crisis sociales a la situación analítica
yo respondería con otra pregunta: ¿cómo pueden no incorporarse a esa situación?
Están presentes, lo sepan o no, terapeuta y paciente. La última pregunta
se refiere a de qué manera el psicoanálisis colabora para el advenimiento
del socialismo. Ante esto yo quisiera señalar un malentendido que amenaza
tener peligrosas consecuencias: si bien todo hecho humano es un hecho político,
la revolución social no pasa por la psicología.
EMILIO
RODRIGUÉ
Psicoanalista, ex APA, casi ex presidente de la Federación Argentina
de Psiquiatras regional, miembro de PLATAFORMA, novelista, actor "de tercera
clase".
Considero que primero debemos sacarnos el peso de encima. Aun cuando uno
esté en la cúspide de la pirámide, el artefacto pesa. Y sigue pesando cuando
uno sale y, aparentemente liberado, tiende a repetir el proceso. Me apenaría
mucho que algo de eso comenzara a ocurrir en los grupos nuevos.
En mi caso personal, el replanteo teórico y técnico se inició antes de mi
ruptura con la APA. Una vez realizada la ruptura, no puedo señalar un campo
revolucionario en la aplicación técnica de la teoría. Eso lo constato —incontrovertiblemente—
con mis pacientes. Que sienten que yo estoy cambiado, pero no tanto.
He notado de un tiempo a esta parte lo cismático, la lucha tendencial donde
cada uno ve más claro su parte, y más oscura la parte del otro. A veces,
la izquierda, poéticamente hablando, es una mi... Habría que revisar si
esa crisis misma no es un síntoma prerrevolucionario...
Ojalá por medio de entrevistas psicoanalíticas, nosotros pudiéramos aliviar
los estragos que produce la represión. A nivel técnico sería emplear e inventar
recursos para neutralizar día a día al sistema. A nivel teórico producir
conocimientos en torno a temas como el miedo, la represión, el odio. Y además
de todo esto, hacer de la propia vida cotidiana un campo específico en revisión
constante.
En el ámbito que conozco —el de los trabajadores de la salud mental—, por
encima de las peleas actuales espero y creo que los diferentes grupos (entre
los que Plataforma y Documento son los más conspicuos) se encaminen a la
acción, ya que las similitudes son más importantes que las diferencias.
La sangre ya llegó al río, pero no se registraron muertos. Y por suerte,
es más fácil conversar con los heridos.
¿En cuánto al momento social y económico argentino? En este momento la lucha
es si dentro del peronismo o dentro de los movimientos marxistas. Uno implica
el riesgo del populismo, el otro el riesgo del sectarismo. Sectarismo y
populismo están convirtiendo al campo de la cultura en una bolsa de gatos.
El problema urgente del psicoanálisis para los grupos nuevos es el estudio
de las ideologías en pos de alcanzar una teoría de la ideología. Mientras
no la tengamos, se corre un doble riesgo: o se niega lo social como ocurre
ahora en la APA, o se lo sobreinterpreta como una ideología más sin tener
en cuenta las mediatizaciones (con el perdón de la palabra).
Yo creo que está por hacerse una lectura crítica de la antipsiquiatría.
Pasando por allí —incluyendo las críticas al movimiento antipsiquiátrico—
se puede llegar a tener una noción más aproximada del loco. La noción de
salud y enfermedad es interdisciplinaria, e incluye, por supuesto, la práctica
política.
Cómo última cuestión, yo me pregunto: ¿De qué manera contribuye el socialismo
para llegar a un verdadero psicoanálisis?
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ARMANDO
BAULEO
Psicoanalista, miembro de PLATAFORMA. Docente, trabaja en el campo de
la psiquiatría social, organiza grupos. Está terminando un libro acerca
del tema.
En varias oportunidades hemos denunciado en discusiones públicas y por medio
de artículos y trabajos el elitismo y verticalismo de las instituciones
psicoanalíticas tradicionales. Estas siempre han respondido más al tipo
de normatividad de la sociedad capitalista que al contenido de su función.
Allí se daban los juegos de jerarquías, status, rivalidad, vigentes en toda
sociedad capitalista. La imagen es: la forma .devoró al contenido. Una organización
de otro tipo deberá partir de una caracterización de la sociedad, en la
cual se va a insertar el contenido del pensamiento psicoanalítico, para
poder establecer líneas estratégicas y tácticas. Estas se vinculan, por
un lado, con el momento político de esa sociedad; por el otro con el cometido
de desarrollar lo específico que hace a su tarea.
Con esto se quiere expresar que en una sociedad con lucha de clases, las
organizaciones a nivel de la cultura —por más específico que sea su campo—,
al tener en cuenta ese tipo de lucha, se hundirán en las ambigüedades de
la sociedad de consumo. Frente a la pregunta número 2, creo que hay ocultamiento
o mala fe al creer que hay un antes y un después de una fecha. De creer,
por ejemplo, que a partir del día en que renunciamos a la APA, ya teníamos
teoría y técnicas diferentes, sin ver que esas diferencias ya habían comenzado
al estar nosotros en la .APA: ellas posibilitaron la ruptura. Reformular
ambas cosas constituye nuestra actual tarea.
No se puede caracterizar una lucha en la cultura sin vincularla con la lucha
de clases. Es justamente la lucha de clases la que determina la caracterización
y la posibilidad de una estrategia y una táctica en el campo de la cultura.
En nuestro país, la lucha se vuelca alrededor del logro de la descolonización,
de la ruptura con la importación de modos de vida y de la posibilidad de
adquirir una conciencia crítica, como forma clara de saber a favor de qué
clase se está en el proceso de liberación.
En todos los campos la lucha se desarrolla en un juego permanente de explicitación
teórica y de acción práctica. Pero, sin una clara ideología clasista, aquel
desenvolvimiento se puede transformar en profesionalismos, desarrollismos,
teoricismos o practicismos. Los nuevos grupos deben caracterizarse por sus
planteos programáticos, para no caer en oportunismos ocasionales. El grupo
Plataforma tiene su planteo programático, una organización y acciones concretas
a llevar a cabo. Dentro del gremio de los trabajadores de la salud mental
como fuera de él. Nuestro momento social y económico da para dos tipos de
situaciones: la ambigüedad que otorga a la difusión y desenvolvimiento en
la mera profesión las características o los atributos que corresponden a
un movimiento de liberación, y la posibilidad actual de injertarse en una
conciencia clasista hasta donde fueran útiles los instrumentos de la especificidad
en el movimiento de liberación. Que el movimiento de liberación determine
al intelectual su tipo de inserción. Con respecto a la relación terapeuta-paciente,
aparece, claro, la crisis social. Llevando este problema al interior de
la práctica analítica: éste aparece manifiesto cuando un paciente no puede
tratarse por carencia de recursos económicos. Pero también aparece de una
manera latente la reproducción en el modo de relación interpersonal, la
inscripción de lo social. La crisis social aparece representada en diferentes
manifestaciones, síntomas y contenidos de los sueños. Estamos abocados a
la revisión de las diferentes técnicas, todo lo que hace a la relación terapeuta-paciente
está siendo revisado. Los criterios de salud y enfermedad que parecían tan
claros y naturales, son una ilusión óptica derivada de la ideología de la
clase dominante. Fanón lo demostró a nivel de las enfermedades mentales,
delirios y alucinaciones, pero los últimos estudios en la misma clínica
demuestran la estrecha relación existente entre la explotación dada en el
plano económico y material a nivel social y la vinculación, a veces tortuosa,
con la enfermedad somática individual. De aquí que los criterios de salud
y enfermedad, tan distantes que parecían del problema político, emergen
sobredeterminados por él. Es necesaria mucha pedantería para contestar la
última pregunta acabadamente. Nuestras aspiraciones, utopías, fantasías
nos dicen muchas cosas, pero sólo podremos responder desde el campo de la
realidad: estamos comenzando a ejercitar formas de colaboración hacia el
socialismo.
Hacia
una psicología nacional y popular
Antonio Caparrós
Un sistema neocolonial-imperialista,
tal cual padece nuestro país, se apropia de una parte importante de la riqueza
producida por nuestros trabajadores gracias a ser los dueños de los medios
de producción y del aparato del poder político. Naturalmente que para ello
necesitan violentar, reprimir a cuantos intervienen en el proceso productivo,
para obligarlos a dicha explotación.
La represión puede ser física. Pero es un recurso extremo. Existen otras
innumerables formas de violentación encubierta, en mayor o menor medida,
destinadas a que los explotados acepten esa situación.
Una forma esencial consiste en enturbiar la realidad y, como consecuencia,
hacer que la misma se visualice con sentido diferente al que realmente tiene.
Un aspecto clave es conseguir que —si el trabajo realizado supone una carga
y una carencia de gratificación por sí mismo— otras motivaciones sean las
que induzcan a trabajar. De esta manera, con finalidades diferentes, los
explotadores consiguen que los explotados realicen las metas por ellos buscadas.
Revista Los Libros Nº 25, marzo
1972, número dedicado a psicoanálisis y política en Argentina.
Clic para descargar en pdf.
Revista Los Libros
Nº 27, julio 1972, polémica psicoanálisis y política en Argentina.
Clic para descargar en pdf.
El trabajo —la
actividad fundamental del hombre, con la cual va creando su mundo social—
no representa una gratificación para el que lo realiza por el hecho mismo
de realizarlo, sino la manera de obtener los medios para satisfacer sus
necesidades y deseos fuera de la actividad productiva; de esta manera, se
generan dos campos en la vida del hombre: uno, el de la producción, donde
realiza su trabajo, y otro, el extraproductivo, llamado también privado,
en donde en principio puede obtener gratificaciones mediante lo que ha obtenido
con el trabajo. De esta manera, generando necesidades y deseos en el campo
extralaboral, se lo obliga a incluirse en el campo laboral para encontrar
los medios que permitan satisfacerlas. Esas necesidades y deseos varían
notablemente según las capas que consideremos, así como de acuerdo al momento
histórico y la específica estructura de un sistema social determinado. No
pueden ser iguales para los Estados Unidos que para la Argentina actual.
Pero en el campo
extralaboral se cumplen también otras funciones necesarias para el sistema
social. Fundamentalmente, y durante un lapso importante, como ser los primeros
años de la vida, se prepara a los hombres para que funcionen según las pautas,
normas, valores, actitudes, que el sistema necesita que tengan cuando pasen
a actuar vidas autónomas. Ello implica una comprensión de la realidad que
se realiza según los parámetros que las clases dominantes imponen.
No se trata, pues, de que la dinámica socio-económica se identifique con
las motivaciones particulares, de cada hombre. Lo que ocurre es que en cada
hombre se han ido inculcando valores, sentimientos, deseos, comprensión
del mundo, los que no sólo le permitirán incluirse después en las modalidades
socio-económico-políticas existentes, sino que en ellas es donde se encuentra
preparado para funcionar.
La necesidad de que los hombres actúen, piensen y sientan de determinada
manera en un país concreto y en un momento dado de su historia, se va transmitiendo
desde las estructuras globales de la sociedad a aquellas otras intermedias,
cuyo ejemplo más claro es la familia. De manera tal que éstas sean microclimas
donde los roles que se jueguen sean el aprendizaje de aquellos otros que
luego se han de actuar en la vida adulta. Así, el autoritarismo paterno
no deriva sólo del autoritarismo del sistema, sino de la necesidad de que
el niño, según crece, vaya aceptando la actitud sumisa ante la autoridad
de su lugar de trabajo o del aparato político represor. Y, si pese a todos
los intentos para mejorar la formación escolar, la actividad de aprendizaje
de los niños en las escuelas representa para ellos una obligación más o
menos dura y difícil, es porque esa tarea escolar los va a ir preparando
para que el trabajo adulto pueda ser aceptado con esas mismas características.
Evidentemente, una enseñanza realizada de manera tal que constituye una
gratificación para quienes la reciben produciría un grave conflicto cuando,
terminada, sea necesario realizar un trabajo que de por sí mismo, como hemos
dicho, nada tiene de gratificante.
En este exageradamente sintético esquema hemos de decir que los modelos
de conducta que la sociedad va inculcando durante el desarrollo del niño
tienen una gama amplia de matices y que, inclusive, pueden producir efectos
contrapuestos que constituirán desadaptaciones a la sociedad. Entre otras
cosas, porque en el medio familiar se modela a un niño conforme a los valores
y metas en ese momento existentes. Pero que, en una sociedad que esté sufriendo
cambios rápidos e importantes, pueden. provocarle una desubicación, por
ejemplo, veinte años más tarde, cuando sean otras las condiciones de vida.
Por todo lo que hemos dicho, no puede hablarse de etapas en el desarrollo
del niño constantes y universalmente válidas, tales como las propuestas
por el psicoanálisis (fases oral, anal, complejo de Edipo, etc.). La psicología
debe descubrir el sentido de las conductas de los individuos en función
de los requerimientos de una sociedad determinada y específica.
Por eso, cuando se habla de las motivaciones más profundas y éstas se refieren
a las relaciones más primitivas del niño con su entorno familiar, no se
está planteando sino, en todo caso, la envoltura que vehiculiza a los valores,
modelos, etc., sociales que la dinámica familiar inculca. Y lo mismo puede
decirse de los llamados mecanismos de defensa, por ejemplo, que no son formas
innatas del individuo, sino el aprendizaje y la internalización de las formas
represivas que el sistema impone.
Nos hemos referido al psicoanálisis, porque es la corriente de más amplia
difusión en nuestro medio. Sin duda que el psicoanálisis, y especialmente
Freud, han hecho aportes empíricos importantes; pero la estructura misma
de su teoría y práctica, al no trasponer el horizonte de los ámbitos más
restringidos en que se mueve el individuo, no puede sino reacondicionar
a éste a sus actuales condiciones de vida a lo que el sistema hoy le está
demandando. Y desde luego no podemos dejar de señalar que el psicoanálisis,
al transplantar —desde los países metropolitanos y según la escuela más
en boga— los modos de comprender al hombre, no puede dejar de ser una forma
más de colonización cultural y mental.
Ante ello, la única manera de crear una psicología científica es mediante
el camino que hemos señalado: el de la estructura ideológica de cada conducta
cotidiana, según las condiciones específicas y el tiempo preciso de un país
dado. Esto es, la única psicología científica es la que estudia los modos
específicos que se inculcan desde un sistema social determinado en cada
nación.
Si lo que queremos es comprender la psicología de nuestro pueblo será necesario
investigar cómo se dan entre nosotros los modelos y valores preponderantes,
la concepción de la vida, los deseos, las actitudes y los modos en que se
hacen carne en cada individuo. Por eso, lejos de ser poco rigurosa, la psicología
nacional y popular ha de ser la única verdaderamente científica.
"Cuando la
campana de cristal empezó a asfixiarnos"
Por Juan Carlos
Volnovich
Hace treinta años, dieciocho profesionales intentamos cambiar el curso histórico
del psicoanálisis en la Argentina. Impulsado por los ecos del Mayo Francés,
arrastrado por la onda expansiva del Cordobazo, conmocionado por el auge
de masas de los 60, el grupo Plataforma se propuso compartir barricadas
con otros trabajadores de la cultura que se proponían derribar el mito de
la neutralidad valorativa del científico; emprendimos el camino en pos de
un psicoanálisis que abjurara de la adaptación irreflexiva del individuo
a la sociedad y se mantuviera lo más lejos posible de cualquier estrategia
de control social.
A finales de la década del 60 el contorno del psicoanálisis se correspondía
con el de la Asociación Psicoanalítica Argentina que, con una estructura
vertical y monopólica, administraba con mano férrea el ejercicio de su práctica,
la formación de profesionales, la difusión de esta disciplina prestigiada
y en creciente expansión. No existían alternativas institucionales para
una formación psicoanalítica seria y rigurosa. Pertenecer a ella era muy
difícil pero, si se lograba entrar, atravesar los rituales de una iniciación
llena de obstáculos y dificultades, todo el confort de la campana de cristal
se ponía al servicio de garantizar un estudio responsable, una seguridad
económica y un porvenir acomodado. Pues bien, ese confort, el de la campana
de cristal, es el que, a muchos de nosotros, comenzó a asfixiarnos. El descontento
dentro de la institución y la insatisfacción con nuestra práctica, pretendidamente
apolítica y por fuera de otros intereses sociales, ofició de factor aglutinante.
La visión macartista
del psicoanálisis desde la derecha peronista. Artículo de la
revista El Caudillo Nº 2 del 23/11/73. La publicación, financiada
por López Rega, funcionaba como vocero informal de la Triple
A. Clic para descargar la revista completa.
Integrábamos
Plataforma cuatro miembros de APA en función didáctica: Gilberte Royer de
García Reinoso, Diego García Reinoso, Marie Langer y Emilio Rodrigué; Eduardo
Pavlovsky, miembro titular; Armando Bauleo, Hernán Kesselman, José Rafael
Paz, miembros adherentes; Lea Nuss de Bigliani, egresada de seminarios;
y los candidatos Fany Baremblitt de Salzberg, Gregorio Baremblitt, Guillermo
Bigliani, Manuel Braslavsky, Luis María Esmerado, Andrés Gallegos, Miguel
Matrajt, Guido Narváez y Juan Carlos Volnovich. Con nosotros estaban también,
aunque por no ser miembros de APA no habían renunciado, claro, Eduardo Menéndez,
León Rozitchner y Raúl Sciarreta. De nuestro grupo original hoy faltan:
Marie Langer, Diego García Reinoso, Fany Baremblitt de Salzberg y Manuel
Braslavsky. También falta Raúl Sciarreta, que renunció a pertenecer a Plataforma
aun antes de su disolución, y José Bleger, que integró Plataforma mientras
permanecimos dentro de la APA, pero no renunció con nosotros. No mucho después
y ya fuera de la APA se incorporaron a Plataforma otros compañeros, psicoanalistas
de APA que renunciaban individualmente, psicólogos que compartían nuestras
luchas, colegas de Rosario, Córdoba y Tucumán; fueron, también, Rosa Mitnik
y Alberto Pargeament, que "desaparecieron" víctimas de la represión. De
nuestro grupo original, sólo tres compañeros permanecieron en el país manteniendo
viva la llama durante los años de plomo: Guido Narváez, José Rafael Paz
y Manuel Braslavsky, que falleció antes del advenimiento de la democracia.
El exilio fue el común destino para los demás. Gilberte Royer de García
Reinoso, Diego García Reinoso, Marie Langer y Miguel Matrajt en México.
Hernán Kesselman y Eduardo Pavlovsky en Madrid. Armando Bauleo en Venecia.
Lea Nuss de Bigliani y Guillermo Bigliani en San Pablo. Gregorio Baremblitt
en Río de Janeiro. Emilio Rodrigué en Bahía. Fany Baremblitt de Salzberg,
Luis Maria Esmerado y Andrés Gallegos en Barcelona. El que suscribe, Juan
Carlos Volnovich, en La Habana. Cada cual a su manera llevó adelante un
proyecto en el que el desvelo por el psicoanálisis y lo social jamás estuvo
ausente.
¿Desde cuándo Plataforma? Desde que en el Congreso Internacional de Psicoanálisis
de Roma, en 1969, otro discurso empezó a escucharse. Armando Bauleo y Hernán
Kesselman propusieron una asamblea en la que se escucharon palabras como
"revolución", "internacionalismo" y el proyecto de un congreso de psicoanálisis
en La Habana. Eduardo Pavlovsky usó su autorizada voz de miembro titular
para leer en sesión plenaria el trabajo escrito por Gregorio Baremblitt
(voz no autorizada por ser sólo candidato) que criticaba la ponencia oficial
de la institución al próximo Congreso Internacional de Viena. Poco después,
ante una huelga general algunos osamos distribuir en la APA volantes de
la Federación Argentina de Psiquiatras (gremio al que pertenecíamos) fijando
nuestra posición frente al paro. El "adentro" de la Asociación y el "afuera"
de la historia empezaba a tironearnos y, en algunos casos, a desgarrarnos.
¿Para qué Plataforma? Para rescatar el psicoanálisis de la estrechez teórica
en la que estaba sumido. Para ayudarlo a recuperar el camino que conduce
a la subversión del sujeto. Para apartarlo del establishment que lo incorporaba
como opción novedosa. Para salvarlo de la certidumbre tecnocrática. Para
acabar con el cientificismo. Pero, también, para poder salir, nosotros,
psicoanalistas, del consultorio privado y romper con la condena de atender,
sólo, cuatro veces por semana durante cincuenta minutos e interminables
años, a pacientes de clase media bajo la amenaza omnipresente de no estar
haciendo psicoanálisis si en algo se transgredía esa norma. Para poder ir
a los hospitales, a la universidad, a otras clases sociales sin, por eso,
quedar excomulgados. Para poder pensar un psicoanálisis fresco, sin ataduras
que lo deformen, un psicoanálisis libre de compromisos y alianzas con el
sistema. Para hacer una revolución psicoanalítica que ayudara a hacer una
revolución social. Hoy en día todo esto suena tan ilusorio, tan ingenuo
y confuso como todos los 60 y los 70 juntos. El proyecto de Plataforma se
convierte, así, en blanco paradigmático para la crítica que, desde la posmodernidad,
se ensaña con las utopías; crítica a la omnipotencia descomunal que Plataforma
albergaba y al mesianismo que, de hecho, destilaba.
Pero lo cierto es que, desde Plataforma, el psicoanálisis argentino no volvió
a ser el mismo y la APA, pese a les modificaciones democráticas que las
circunstancias económicas y políticas le impusieron, tampoco volvió a recuperar
le hegemonía de entonces. Plataforma duró hasta que descubrimos que volvíamos
a cometer los errores que criticábamos; cuando el vicio de un profesionalismo
de nuevo cuño empezó a rondarnos. Entonces, al año de haber renunciado a
la APA decidimos ratificar aquella ruptura (que fue también un acto político)
con la autodisolución del grupo que era, ahora, un gesto ético. A partir
de entonces cada cual tomó el camino que consideró más adecuado. Para muchos,
al principio fue el gremio, la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental
y el Centro de Docencia e Investigación. También la cátedra de Psicología
Médica de la Facultad de Medicina nos convocó por un tiempo; hasta que la
intensidad de la represión interrumpió todos estos proyectos y nos condenó
a casi todos al exilio.
¿Dónde, después, Plataforma?: fuera de la institución oficial. En el psicoanálisis
"donde los psicoanalistas sean, entendiendo el ser como una definición clara
que no pase por el campo de una ciencia aislada y aislante, sino por el
de una ciencia comprometida con las múltiples realidades que pretende estudiar
y transformar". En los trabajadores de salud mental que desde hace más de
treinta años reflexionan sobre su quehacer, luchando contra las trampas
impuestas por el individualismo burgués; en la multitud de jóvenes psicólogos
que, desde la trinchera de las instituciones asistenciales, desde las cátedras
universitarias, en los equipos de salud mental de los organismos de derechos
humanos, se cuestionen sobra la eficacia, la pertinencia y el sentido de
sus prácticas aunque jamás hayan oído hablar de Plataforma. En la conciencia
desgarrada; en el autocrítico desdoblamiento cotidiano. Allí, en ese amplio
movimiento que Plataforma no lideró, pero que sí hizo posible. La historia
oficial del psicoanálisis miente e intenta encerrar a Plataforma en un museo.
Nuestros enemigos saben que la memoria es clave para recuperar la identidad.
Por eso se nos vacía el recuerdo y nos ofrecen una versión desfigurada.
Cuando no es omitida, cuando no es borrada y "desaparecida", Plataforma
se presenta como una momia: nombres, fechas, datos desprendidos del tiempo,
irremediablemente divorciados de nuestra realidad actual. Nadie es, sospecho,
demasiado ajeno a la sociedad que lo genera. Los prejuicios que caracterizan
a los sectores dominantes, interesados en justificar y perpetuar la desigualdad
y la injusticia, se reflejan también en nosotros, incluso en aquellos que
decimos o queremos ser de izquierda o que, al menos, nos negamos a ser cómplices
de esta organización injusta y desigual. Quizás en el pasado, nuestra salud
consistió en saber que estábamos enfermos, no mucho menos enfermos que el
sistema que nos hizo y que quisimos ayudar a deshacer. Quizás nuestro futuro
se apoye, entonces, en la decisión de reparar una malla social agujereada
y en aceptar el desafío de la inagotable aventura por el inconsciente, y
el gusto por la esperanza. Allí, donde, a pesar de una ausencia que ya lleva
treinta años, Plataforma sigue estando.
Desde la fuerte convicción y lucidez de los pioneros, como Mimi Langer y
Enrique Pichón Riviere, y desde la alianza con el marxismo y la militancia
de los 60 hasta su crisis actual ante terapias alternativas, el psicoanálisis
dejó una impronta profunda en los intelectuales argentinos. A continuación,
uno de sus protagonistas estelares, además hombre de teatro, hace un examen
de los cismas y acuerdos que atravesaron las instituciones y foros académicos
en éste, un país de divanes.
En el año 2004 Enrique Carpintero y Alejandro Vainer escribieron Las huellas
de la memoria. Psicoanálisis y salud mental en la Argentina. Este libro
—según los autores un texto político— abarca un largo período del desarrollo
del llamado fenómeno psi en el país (1957-1969) y que tiene el gran mérito
de relacionar y recordar al lector no sólo el surgimiento y advenimiento
del hecho psi sino también establecer los diferentes momentos históricos
políticos y sociales que atravesó la psicología —la psiquiatría y el psicoanálisis—,
sus luchas por los espacios de poder, las grandes polémicas entre psiquiatría-psicoanálisis
y política de esa época (José Blejer sería su paradigma por su esfuerzo
encomiable de unir el marxismo y el psicoanálisis), y sobre todo la relación
entre el momento histórico y el surgimiento de las diferentes corrientes.
En su último capítulo —El fin de una época: "El cordobazo"—, escriben los
autores: "A partir del Cordobazo el compromiso político de los profesionales
de la salud mental se había convertido en el eje de discusión. Para muchos
ya no se podía seguir solamente encerrados en la práctica profesional. Tenían
que aportar de alguna manera al cambio social. Y no sólo con las renovaciones
conceptuales sino en la práctica misma. Fue así como se concentraron en
el trabajo político y científico dentro de las propias gremiales. Algunos
psicoanalistas dejarán la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), encontrando
en la Federación Argentina de Psiquiatras (FAP) un mejor lugar para estos
intereses en conjunto con los otros psiquiatras, mientras que los psicólogos
se agrupaban en sus asociaciones, como la Asociación de Psicólogos de Buenos
Aires (APBA)".
La singularidad argentina
Cuando fui convocado para escribir sobre el mundo psi y su marca en la intelectualidad
argentina, respondí que tal vez no era yo quien mejor podía hacerlo por
mi implicación con lo político, el psicoanálisis y el teatro. Argumenté
que tal vez mi escrito iba a ser demasiado testimonial y subjetivo. "Justamente
por eso lo llamamos", me contestaron. Eso me dio libertad para escribir
casi como una asociación libre. Como imágenes deviniendo.
El psicoanálisis es, de todo el fenómeno psi, el de mayor influencia en
nuestra cultura. En cualquier lugar del mundo siempre se han extrañado de
la gran influencia del psicoanálisis sobre un sector de la clase media argentina.
Cuando en algún congreso en Europa o USA relatábamos con naturalidad nuestros
análisis personales y sus tiempos de duración (entre 10 y 15 años de promedio),
se producía un impacto entre los participantes que nos miraban entre anonadados
y sorprendidos.
Hace unos años, durante un seminario teatral en Madrid, pregunté a los actores
si alguno de ellos estaba en "análisis" . "Estar en análisis" es una muletilla
para reconocerse y saber dónde está el "otro". "¿Análisis de qué?", preguntó
uno. "Terapia psicoanalítica", contesté yo. Uno solo de 40 actores estaba
en terapia. Era argentino y se analizaba con otro argentino. Si, en cambio,
uno concurre en Buenos Aires a una clase de teatro y pregunta a los actores,
no se asombrará si el 80 o 90 % realiza o realizó algún tipo de terapia.
Este es un fenómeno único en el mundo. Lo más interesante es que se interioriza
como obvio, como un hecho natural y cotidiano.
En general se trata de un fenómeno no entendido del todo en el nivel sociológico,
por su alto nivel de complejidad. Tendríamos que partir, tal vez, de que
la fundación de la APA fue en 1941 y que contó con grandes analistas desde
su comienzo. Algunos exiliados como Mimi Langer, de Austria, por el nazismo;
otros de la España franquista, como Angel Garma, y analistas argentinos
que se habían formado en Europa como Celes Cárcamo. Si le agregamos a ellos
los argentinos, como Enrique Pichón Rivière y Arnaldo Rascovsky —todos de
una excepcional lucidez—, podemos decir que el psicoanálisis en la Argentina
les debe mucho a sus creadores, no solamente por sus conocimientos y su
avidez intelectual, sino también por su "enorme" pasión. Para algunos de
ellos el psicoanálisis era el sentido más importante de sus vidas.
La colectividad judía culta fue la primera camada de analizados: lo judío
y el psicoanálisis en la Argentina están indisolublemente ligados en sus
comienzos. El chiste antisemita de que un psicoanalista es un médico judío
con fobia a la sangre encuadra el fenómeno en nuestro país. Tuvieron que
luchar mucho para introducir la teoría psicoanalítica en los hospitales
a los que concurrían habitualmente en los años 40 y 50. ¡Imaginemos las
resistencias que pudo haber originado Arnaldo Rascovsky en el Hospital de
Niños (todavía era pediatra) cuando hablaba entre los médicos de la "sexualidad
perversa polimorfa"! Y del complejo de Edipo. O Enrique Pichón Riviere en
el Borda, intentando introducir el psicoanálisis dentro de la psiquiatría.
Militantes y analistas
Sembraron adeptos pero despertaron también enormes resistencias en la comunidad
médica y en cierto sector de la sociedad. Pero también el psicoanálisis
abría las puertas con las ideas revolucionarias del médico vienés Sigmund
Freud. Y esto hacía que los tratamientos analíticos empezaran a crecer en
un sector de la clase media, sobre todo en las capas universitarias.
La fuerte convicción de los "pioneros" y los duros enfrentamientos con un
sector de la cultura y de la medicina hicieron que los analistas se abroquelaran
en grupos cerrados que entendían el psicoanálisis como una "concepción del
mundo". Todo era materia apta y podía psicologizarse, desde un simple resfrío
hasta la pertenencia a una agrupación política que se vivía como amenazante.
La militancia política era interpretada como actuación (acting-out).: la
guerra comprendida desde la única perspectiva filicida era un buen ejemplo.
La apoliticidad de los psicoanalistas era un fenómeno singular. Blejer,
entre los didactas, fue el de mayor militancia y mantuvo polémicas con el
Partido Comunista por querer conciliar psicoanálisis y marxismo.
Se cometieron errores graves en pos de un psicoanálisis militante y muchos
intelectuales también parecían influidos por esta cerrada concepción del
mundo. Otros, en cambio, tomaban su análisis personal como una manera de
manejar mejor el mundo de sus actividades culturales, fueran artísticas,
científicas o empresariales.
Mucho dependía de los analistas. Había analistas cultos y analistas que
sólo leían todo lo referente al psicoanálisis. Si se les hablaba de un tema
que desconocían, utilizaban la interpretación como arma de poder. Cuando
quise hacer teatro después de ver la excepcional obra de Samuel Beckett
Esperando a Godot, empecé a estudiar con Pedro Asquini y Alejandra Boero
en el Nuevo Teatro. En esa época, los años 50, era percibido como un extraño,
por ser analista, entre la gente de teatro, mientras que entre los analistas
era considerado un bicho raro, por querer ser actor. Esa actividad no se
veía como un devenir creativo sino como una perversión exhibicionista y
una necesidad de mostrarme como alguien "no castrado" frente al público.
Tuve que dejar mi análisis didáctico para poder continuar haciendo teatro.
Hoy creo que mi analista no tenía la menor idea de lo que el teatro significaba
para mí y que su cultura teatral consistía en una o dos obras de Sófocles
ligadas a la lectura de Freud. Cuando los analistas no entienden, interpretan.
Otro ejemplo: en 1958 yo era observador de un grupo terapéutico coordinado
por un analista didáctico. El grupo estaba compuesto por estudiantes de
medicina que tenían deseos de formarse como analistas, y algunos otros pertenecientes
al ambiente artístico. Un día un integrante dijo: "Yo soy afiliado al Partido
Comunista" y el analista le respondió: "Entonces usted es un masoquista
que quiere que le rompan el culo". Nadie dijo nada. Sonó como una sentencia.
Entre mis directores de teatro, todos de una vasta experiencia y maestros
de actores, creo que Oscar Ferrigno y Jaime Kogan no se habían analizado
(al menos nunca lo comentaron conmigo). Laura Yusem, Norman Briski, Agustín
Alezzo y Daniel Veronese se analizaron muchos años. Incluso el querido Julio
Tahier, pediatra que fundó conmigo en los 60 el grupo Yenesi y director
de mis primeras obras, se había analizado tres años con Mimi Langer. Y,
hoy, Martín Pavlovsky, hijo mío y director de Variaciones Meyerhold, también
sigue en análisis.
El psicoanálisis es un fenómeno cultural de amplia difusión entre los intelectuales
argentinos. Sería difícil encontrar algún crítico de arte o novelista o
poeta que no hubiera "estado en análisis". Claro está que el psicoanálisis
fue fundado por Freud para aliviar el sufrimiento psíquico. Los intelectuales
son personas más sensibles, propensas a la neurosis (o psicosis) y no resulta
extraño que hayan querido analizarse para aliviar sus síntomas. Otros se
han analizado para tener una visión más abarcativa de su quehacer cultural
o para encontrar un espacio de "diálogo inteligente".
Una anécdota: en 1987 fui a hacer Potestad en Londres y un reconocido analista,
Malcom Pines, me comentó que Samuel Beckett se analizó dos años con Bion,
un afamado analista inglés, maestro de muchos analistas argentinos y famoso
por sus largos silencios con sus analizados. Bion le comento a Pines que
estaba desesperado porque un dramaturgo se estaba analizando con él y que
en dos años el paciente no había hablado una palabra, que su silencio era
insoportable y estaba por interrumpir su tratamiento. Bion desconocía que
estaba analizando Samuel Beckett. Así, el maestro de los silencios en psicoanálisis
no aguantaba el silencio del autor de Esperando a Godot.
En mi doble condición de hombre formado como analista y ligado al teatro
muy en los comienzos de mi carrera, puedo decir que el teatro amplió mi
visión psicoanalítica. Me hizo más libre y creador y amplió mis lecturas.
A partir de ser hombre de teatro escribí una larga producción de libros
sobre grupos y sobre política. Desde 1975 sólo trabajo en grupos y en psicodrama.
Pero hice en los comienzos (me recibí de médico a los 22 años y entré en
la Asociación Psicoanalítica a los 24.) la carrera psicoanalítica hasta
llegar a ser miembro titular. Tres años después renuncié a la asociación
—con el Grupo Plataforma en 1971— que fue la primer ruptura institucional
internacional y nacional por motivos ideológico-políticos.
Es difícil para mí opinar sin ser testimonial porque nuestra generación
fue testimonial. En los últimos 50 o 60 años de nuestro país los acontecimientos
políticos nos atravesaron el cuerpo. Exilios, muertes y des-exilios. "Daños
psicológicos", diría Hernán Kesselman. Nuestra cultura fue atravesada por
lo político. Nadie quedó al margen. Desde Marcos Aguinis y Mario Vargas
Llosa hasta Eduardo Galeano, Juan Gelman y David Viñas (por citar sólo a
los abanderados de posiciones diferentes). Desde el Cordobazo en adelante,
el psicoanálisis y la cultura fueron jugando el mismo partido. También es
cierto que hoy el psicoanálisis como terapia está en crisis y los psicoanalistas
parecen preocupados por la falta de pacientes. Lo que ha ocurrido también
es un cambio cultural, crecieron las terapias alternativas y disminuyeron
las psicoanalíticas. En mi época la única terapia era el psicoanálisis.
Todo lo demás era "silvestre", sinónimo de vulgar o de categoría inferior.
Hoy es diferente. Y esto preocupa a los analistas del mundo, quienes cada
tanto se reúnen para hablar de esta crisis. La crisis económica también
influyó en el desarrollo de lo alternativo. ¿Quién puede pagar hoy un análisis
de tres veces por semana y sin garantías?
Pese a todo, la marca psi entre los intelectuales argentinos es muy importante.
Creo que la comunidad lacaniana es mucho más culta que la kleiniana. Lee
más. No solamente a Lacan, sino literatura, teatro, cine, etcétera. German
García y Luis Gusmán son buenos novelistas y psicoanalistas. Otra cosa son
las instituciones lacanianas, cerradas en sí mismas y atacándose entre ellas.
En los comienzos del psicoanálisis hubo un momento en que las películas
eran interpretadas psicoanalíticamente restándose de esa manera todo valor
estético. Con todo, Mauricio Abadi, Racker y Pichón Riviere fueron personas
cultísimas. No sé de qué manera han dejado marca estas actividades entre
los intelectuales argentinos analizados. Pero las películas de Bergman congregaban
a un auditorio enorme para descifrar lo latente del contenido psicoanalítico.
La clave no era el valor artístico del sueco sino el contenido hermenéutico-psicoanalítico:
formaba parte de nuestra cultura psi y contaba con muchos adeptos.
Hace unos 15 años André Green, psicoanalista francés de una vasta cultura,
se entrevistó con varios analistas didácticos argentinos y cuando Abadi
le preguntó por su impresión de los analistas argentinos, Green respondió:
"En general fue mala, personas de poca cultura, con quienes no se puede
dialogar inteligentemente. Hubo sólo un analista que me impresionó por su
vasta cultura y por sus conocimientos sobre política y psicoanálisis, Alberto
Ure". Ure: un hombre de teatro.
Hoy el fenómeno psi está instalado en los medios masivos: televisión, diarios,
programas radiales, revistas culturales o deportivas. Roberto Perfumo es
psicólogo social, al igual que Ulises Barrera. Se ha instalado en la cultura
popular por todos los intersticios posibles, interiorizado como obvio. Es
un fenómeno singularmente argentino. Evaluar el fenómeno psi en nuestro
país es complejo y sólo los años podrán dar una evaluación definitiva.
A partir del incremento de juicios por mala praxis profesional, un psiquiatra
y médico legista plantea una serie de críticas a formas de trabajo que considera
frecuentes en la Argentina. Y un psicoanalista responde a esas observaciones.
“Niegan los avances neurobiológicos”
Por Eduardo Mauricio Espector, médico psiquiatra y legista.
Los juicios por presunta mala práctica contra los profesionales de la salud
se han incrementado vertiginosamente. No sólo los médicos pueden ser demandados.
Actualmente tramitan, en nuestros tribunales, más de diez juicios contra
psicólogos. El derecho ha modificado conceptualizaciones en lo referente
al daño injusto producido por los profesionales de la salud, que han promovido
la necesidad de modificar nuestra práctica cotidiana.
Lamentablemente, parte de los médicos y psicólogos argentinos siguen tratando
trastornos mentales como si la ciencia se hubiera detenido hace un siglo.
Los conocimientos sobre el funcionamiento cerebral se han incrementado en
proporción geométrica, como los conocimientos sobre los psicofármacos y
sus mecanismos de acción. Así también, la patogenia (no la etiología, al
menos por ahora) de la mayoría de las enfermedades mentales va saliendo
a escena con mayor claridad. No por nada a los 90 se los denominó “La década
del cerebro”. Pero algunos profesionales se llevan aplauso, medalla y beso
a la hora de negar, reprimir, forcluir, racionalizar, renegar o desmentir
estos avances neurobiológicos.
La psicoterapia es sólo una técnica de las muchas que existen para abordar
las alteraciones del psiquismo. Pretender que se baste sola para tratar
todas las enfermedades del psiquismo es tan absurdo como presumir que sólo
con penicilina podríamos tratar todas las infecciones. La mayoría de los
estudios internacionales serios, sobre todo en patologías graves, demuestran
los beneficios de la combinación psicofármacos-psicoterapia.
Freud decía: “La terapia sólo nos concierne aquí en la medida en que opera
con recursos psicológicos, y por el momento no disponemos de otros. El futuro
podrá enseñarnos a influir directamente, mediante sustancias químicas particulares,
sobre las cantidades de energía y sobre su distribución en el aparato psíquico”.
Freud no renegó jamás del avance de la ciencia. Es más, su genialidad le
permitió adelantarse a ese avance. Sus dichos contrastan con los de algunos
seguidores que reniegan del progreso psicofarmacológico. Es sabido que la
prescripción psicofarmacológica está vedada a los psicólogos; pero algunos
psicólogos parecen no saber que, al carecer de formación farmacológica,
tampoco pueden indicar la innecesariedad de psicofármacos.
Por otro lado, cuando un profesional toma a un paciente tiene la obligación
de brindarle el mejor y más completo tratamiento que indica la lex artis
para ese trastorno. Decir “yo soy psicoterapeuta, sólo hago psicoterapia”
es válido sólo si se realiza una interconsulta con otro profesional entrenado
para brindarle el resto del tratamiento adecuado. Lamentablemente, sobre
todo en la Capital Federal, a diario se viola esta obligación y pacientes
que podrían aliviarse rápidamente de su cuadro ansioso, depresivo, obsesivo-compulsivo,
panicoso y hasta psicótico son sometidos a largos tratamientos exclusivamente
psicoterapéuticos sin incluir el recurso psicofarmacológico. No medicar
a un psicótico, a un depresivo mayor, a un bipolar, a un trastorno obsesivo
compulsivo, a un trastorno de pánico es hoy mala práctica profesional.
Otro factor que expone a los profesionales a enfrentarse a un tribunal es
psicologizar a ultranza la sintomatología del paciente, pasando por alto
la posibilidad de que esos síntomas sean secundarios a una enfermedad orgánica.
Los ejemplos sobreabundan: depresiones secundarias a anemia, cáncer (sobre
todo el de páncreas), hipotiroidismo, etcétera, tratadas psicoterapéuticamente
durante mucho tiempo y, por supuesto, sin evolución favorable. Los profesionales
de la salud mental no están obligados a tratar estas patologías médicas,
pero sí a investigar y reconocer todas las situaciones que puedan provocar
los desórdenes psíquicos del paciente y a realizar la derivación o la interconsulta.
Otras dos cuestiones que dejan vulnerables a los profesionales de la salud
mental en este tipo de juicios: la no confección de la historia clínica
y la no instrumentación del consentimiento informado. En esta especialidad
existe prurito para llevar historias clínicas y para solicitar el consentimiento
a los pacientes, sobre todo en el consultorio privado. La historia clínica
es el documento más importante con que contamos los profesionales para probar
que los medios utilizados eran los adecuados. Además, el paciente tiene
derecho (y el profesional la obligación) a que se documente fehacientemente
su evolución y tratamiento. Llegado el caso de un litigio judicial, la ausencia
de historia clínica perjudica al profesional al quedar con dificultades
probatorias.
El consentimiento informado es una declaración de conformidad con un tratamiento
que ha sido planteado por el profesional como el más beneficioso para el
caso. El paciente tiene derecho a ser informado en forma adecuada y completa
de su dolencia, tratamiento, riesgos, alternativas terapéuticas y de las
eventualidades que podrían surgir de la no aceptación del tratamiento. Para
que una prestación sea hoy considerada jurídicamente correcta no basta con
que esté científicamente indicada y realizada de acuerdo con la lex artis,
sino que debe también contar con el consentimiento del paciente expresado
de manera fehaciente, luego de haber recibido la información necesaria.
“Hacen daño al medicar sin necesidad”
Por Sergio Rodríguez, psicoanalista (también médico, MN 34.591), director
de la revista Psyche Navegante, http://www.psyche-navegante.com
Partiré de los puntos de acuerdo con el artículo del doctor Espector para
luego marcar algunas diferencias de fondo, en función del mismo interés
que parece animar sus líneas: llevar adelante el trabajo con los consultantes
de la manera que resulte más eficaz para su mejoría.
Acuerdo con la imprescindibilidad de que cualquier profesional que se haga
cargo de un caso sepa distinguir si la dolencia es estrictamente psíquica
o efecto de algún trastorno orgánico. La sospecha de que fuera así obliga
inmediatamente a la consulta con el médico clínico o especialista adecuado.
Señalo, de paso, que la mala praxis está ocurriendo no sólo con psicólogos.
Son muchos los casos de sufrimiento psíquico tratados por neurólogos, neurocirujanos,
psiquiatras y hasta médicos generales con el exclusivo recurso de la medicación.
Muchas veces, innecesaria o hasta contraproducentemente. Eluden el psicoanálisis
como recurso asociado y prevalente. Es lamentable, pero en todas las especializaciones
“se cuecen las habas de los fundamentalismos”.
Dos cuestiones resultan definitorias para armar una estrategia de tratamiento:
1) la causa del funcionamiento psíquico; 2) la finalidad de los tratamientos.
La estructura que mueve (para bien y para mal) a los seres humanos, se distingue
por su dependencia de lo que los diferencia de los animales: el uso de un
lenguaje, complejo y articulado. Lenguaje que es adquirido por cada uno,
a través de los cuidados que le brindan quienes funcionen como madre y familiares
cercanos, desde antes de la concepción y por muchos años. Cuidados y lenguaje
que al futuro sujeto le llegan desde la voz, la mirada y la piel, a sus
oídos, ojos y piel, y a través de la atención a los agujeros destinados
a recibir los alimentos y eliminar los residuos metabólicos (boca, ano,
uretra y piel). Dichos cuidados les darán potencial erótico, y encarnadura
para las metáforas amatorias. En consecuencia, el lenguaje no es un simple
código de inteligencia conductual como plantean algunas “psicoterapias”,
sino que es trasmisor y receptáculo: de odio, amor, deseo, y goce erótico
(en exceso y en defecto). Como consecuencia, el funcionamiento neuronal
y endocrino queda en dependencia de las relaciones erotizadas del sujeto
del inconsciente con los otros a través del lenguaje, y no a la inversa.
Por supuesto, y quedó aceptado en el inicio de este artículo, dicho funcionamiento
también puede quedar agraviado por fisiopatologías producto de tumores,
degeneraciones, lesiones vasculares, etcétera, con diferentes etiologías.
Pero en relación con los sufrimientos del espíritu humano tienen una incidencia
estadística mucho menor que aquellas que resultan efecto de las dificultades
de los sujetos para arreglárselas en las relaciones afectivas y eróticas
con sus congéneres y con la vida en general. De esta causación del sujeto
y sus sufrimientos deviene que el tratamiento más adecuado para los mismos
sea el de la palabra, y particularmente el psicoanálisis, capaz de atender
las relaciones inconscientes de dichos sujetos con sus conflictos afectivos
y eróticos y el impacto en sus funciones orgánicas. ¿Cuál es el lugar de
los psicofármacos en el mismo? El de auxiliares. Importantes, cuando se
hace necesario transformar para más o para menos, la energía neuronal circulante
(crisis psicóticas, melancolizaciones, intensificaciones graves de trastornos
neuróticos, etcétera).
Las diferencias con el doctor Espector provienen de la conceptualización
con que se analiza la problemática. El lo hace desde un esquema jurídicomédico,
yo desde el psicoanálisis. El esquema jurídico es imprescindible para regular
la aplicación de las leyes sociales. El médico para los tratamientos biológicos.
Creo haber demostrado que el psicoanalítico es el más adecuado para tratar
los sufrimientos excesivos ante las complicaciones que ofrece la vida. En
circunstancias estadísticamente menores, exige ser acompañado con fármacos.
Llevar historias clínicas según pautas médicas –muchos prepagos las exigen–
colocaría al colega en la situación de violar el secreto profesional. Por
otra parte, no son dichos registros los indicados para que un juez, asesorado
por peritos, pueda acceder a la convicción sobre si hubo o no mala praxis
en un psicoanálisis. En éste, toman peso fundamental el estado de la transferencia,
de las resistencias, del deseo de analizarse, la auto o heteroagresividad,
etcétera. En las historias psiquiátricas, la orientación témporo-espacial,
memoria, atención, conciencia de enfermedad, etcétera.
Finalmente. Las diferencias de causación entre las dificultades anímicas
y las somáticas crea las condiciones de posibilidad para una notable diferencia
entre la cura médica y la del psicoanálisis. El acto médico restablece el
estado previo a la enfermedad. Un by-pass restaura canales circulatorios
adecuados para un funcionamiento cardíaco similar al previo a la obturación
de las coronarias. En cambio el psicoanálisis, a través de un trabajo sostenido,
sin los apuros inconsistentes de la cultura del éxito inmediato, acompaña
al sujeto a alcanzar un estado de capacidad psíquica muy superior al previo
a enfermar.